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Carlos Patiño

Abogado defensor de Derechos Humanos. Coordinador de Exigibilidad en DESC de Provea.

Carlos Patiño | 

Cuando una cosa avanza, otra retrocede.

STÉPHANE HESSEL

En Venezuela no faltan motivos para la indignación. Las razones políticas, sociales y económicas son harto conocidas. Al cumplirse un año de la rebelión popular de 2017, cuyo balance fue de 6.729 protestas en rechazo al gobierno de Nicolás Maduro, 124 personas asesinadas, 1.958 heridos y más de 5.000 detenciones arbitrarias; vale la pena rescatar las reflexiones que el co-redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Stéphane Hessel, expresó en su obra ¡Comprometeos!

En conversaciones con el activista Gilles Vanderpooten, Hessel opina que nuestra capacidad para indignarnos puede y debe llevarnos a acciones constructivas motivadas por el rechazo a la pasividad y la indiferencia. Es decir, que la indignación por sí sola no es suficiente si no actuamos. Es necesario denunciar, protestar y resistir. Incluso desobedecer, si fuere necesario, frente a lo que nos parece ilegítimo y cercena las libertades y los derechos fundamentales. Tomar parte en la “insurrección pacífica” que nos permita dar respuestas a un mundo que no nos conviene. En una palabra: comprometerse.

Indignarse y actuar vendría a ser lo contrario del derrotismo y la resignación. Hay que generar el cambio a partir del compromiso individual de cada quien. Evaluar el escenario con realismo pero también con el optimismo de la voluntad. Las luchas de nuestro tiempo requieren que nos movilicemos, no para lograr el mejor de los mundos, sino un mundo viable; no el sistema de gobierno perfecto y utópico con un mesías al mando, sino uno democrático, con instituciones independientes que permitan el control ciudadano.

Es preciso indignarse, en especial los jóvenes, y  resistir. Resistencia supone considerar que hay cosas vergonzosas a nuestro alrededor que deben ser combatidas con vigor, por ejemplo, la coexistencia de una pobreza extrema y una riqueza prepotente vinculada al poder. La resistencia no es sólo intelectual; exige la puesta en práctica, el paso a la acción. Es necesario mantenerse organizados, denunciar, movilizarse. Avanzar y no detenerse.

¿Cómo conseguir que esta actitud desemboque en un resultado práctico? Para Hessel, no se puede hacer progresar la historia por medio de acciones violentas, “revolucionarias”, que derriben las instituciones existentes. Más bien reivindica la incidencia política en los organismos internacionales de protección como la ONU, haciendo presión en el concierto de naciones, dejando en evidencia las graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos y las políticas destinadas a reprimir el disenso.

Vivimos en un mundo de interdependencias en el que los cambios suelen darse con la suma de voluntades. Lo cual implica solidaridad. Concretamente, esta solidaridad toma cuerpo en las redes de organizaciones cívicas, de defensa de los derechos humanos, de lucha por el desarrollo. Así es como se constituye lo que, a su modo de ver, es capaz de hacer mover al mundo, reafirmándose en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que reconoce el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión.”

Si bien la rebelión popular iniciada hace un año no logró alcanzar los objetivos propuestos (calendario electoral, liberación de los presos políticos, respeto a la Asamblea Nacional y canal humanitario), logró otros no previstos. Según balance de la ONG Provea, la rebelión posicionó la crisis de Venezuela en la agenda internacional, desenmascaró el autoritarismo del gobierno y dejó en evidencia que estamos en dictadura.

A pesar de las lamentables muertes y la precaria continuidad de Nicolás Maduro en el poder, la rebelión dejó saldos positivos. Los Informes del Alto Comisionado de la ONU y de la CIDH, las sanciones económicas a altos funcionarios del gobierno, así como el inicio de un examen preliminar por parte de la Fiscal de la Corte Penal Internacional, lo confirman. Hoy, los organismos internacionales de protección y los gobiernos del mundo están más sensibilizados y alertas ante la gravedad de las violaciones a los derechos humanos en el país, y desarrollan iniciativas condenando a los autores materiales e intelectuales de estos hechos.

¿Tenemos razones para seguir luchando y no dejarnos arrastrar por la desesperanza? Sin duda alguna, y ahora con más razón, pues tal como concluye Hessel:

No hay que olvidar que la estabilidad de las democracias, pero también de las tiranías, es realmente frágil.

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