Este 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz, una fecha para fortalecer los ideales de paz y en el que se pide, por iniciativa de las Naciones Unidas (ONU), un tiempo de 24 horas de no violencia y el alto el fuego.
Mabel Sarmiento y Prensa Provea | En el año 1981, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) promulgó el 21 de septiembre como el Día Internacional de la Paz, una fecha dedicada a conmemorar los ideales de paz de cada pueblo y cada nación.
Esa declaratoria hacía especial énfasis en el desarrollo social y económico en diversas facetas: pobreza, hambre, salud, educación, cambio climático, igualdad de género, agua, saneamiento, electricidad, medioambiente y justicia social.
Posteriormente, en el año 2001, la Asamblea General decidió designar este día internacional, sustentándose en el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, sentando las bases para la libertad, la justicia y la paz en el mundo.
Este año la campaña “Acciones para la Paz: nuestra ambición para los Objetivos Mundiales”, es un llamado a la responsabilidad individual y colectiva para conseguir los Objetivos Mundiales, porque a través de ellos se llegará a una cultura de paz, dice la ONU, al justificar la campaña que además coincidió con la Cumbre para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que tuvo lugar el 18 y 19 de septiembre.
La paz, en su definición básica y corta, es la ausencia de conflicto. Pero pudiéramos aproximarnos a otro concepto que requiere de la participación de todos los ciudadanos: la paz es aceptar las diferencias y tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar, tener empatía con los demás y procurar vivir de forma pacífica y unida.
Sobre ese tema, Luis Carlos Díaz, periodista, activista por los derechos humanos, tiene varias consideraciones sobre la paz y lo que significa vivir en tiempos de paz.
Díaz, que desarrolló en el pasado el proyecto “Periodismo de Paz” y desde 2010 ha presentado cada año el “Encuentro de Constructores de Paz”, evento de la Red de Acción Social de la Iglesia, sostiene que en Venezuela seguimos atravesando un periodo complicado: “En el que incluso se han dado escenarios de paz negativa e indeseable, hoy diría que la paz es tener capacidad institucional para dirimir cotidianamente nuestros conflictos”.
Sostiene que para nada es la ausencia de conflicto, sino construir un estado de cosas en el que tengamos suficientes reglas claras, garantías e instituciones para lidiar con todas las formas de violencia que nos rodean y procesarlas. “Un espacio con tiempos de paz es justamente lo que tenemos negado en Venezuela desde hace años. Incluso en momentos que parecieran calmos se siguen desarrollando prácticas de terrorismo de Estado, se cometen crímenes de lesa humanidad y se impone un clima de silenciamiento, nuevas complicidades y reacomodos con el poder que desprecia la democracia y generó la crisis. Para tener tiempos de paz necesitaremos construir nuevos espacios que garanticen la vida y la dignidad de las personas”.
¿Cómo construimos el camino para la paz?
— Lo primero sería dejar de hacer las cosas que se están haciendo mal. No solo mal, sino con maldad. Las crisis terminan cuando los países, los responsables de gerenciar el poder, deciden dejar de hacer las cosas mal en lo político, lo económico, lo social y en cada área de la vida. Justo ahora hay grupos sociales que se han vendido barato al hegemón y creen que, con ciertos acuerdos económicos o nuevas roscas políticas, se pueden salvar solos y procurarse un espacio de falsa paz y connivencia con el Estado. Eso es cruel y condena al resto, porque en paralelo siguen arrestando gente, siguen las muertes por hambre o enfermedades evitables y las migraciones masivas.
Construir el camino a la paz exige develar las estructuras de poder que están generando distintas formas de violencia, que deben ser revertidas. La paz no es solo un pequeño acuerdo de no agresión entre gente que hace negocios. Eso sería mezquino y un nuevo pacto de élites. La paz en realidad implica apegarse a estándares democráticos, de estado de derecho y de amplias libertades. Aún estamos lejos de tener algo así. El camino a eso pasa por el desmontaje de un sistema autoritario, enemigo de la vida y la libertad de la gente. No hay posibilidad de hacer burbujitas de paz ignorando las cosas graves que se nos hicieron cotidianas.
Desde la ciudadanía, ¿Cuáles serían esas acciones para la paz?
— La documentación de cada injusticia y cada violación a nuestros derechos que hemos sufrido. Eso permitiría la construcción de memoria, verdad, justicia y reparación. Hacer registro de lo que nos ha ocurrido es algo que nace de la sociedad civil, es la memoria y los traumas de estos años, es la identificación de patrones y la confirmación, sobre todo para las víctimas, de que no están solas ni están locas. Este punto, aunque sea doloroso y haya quien quiera huirle u ocultarlo, es fundamental para empezar a sanar. Las sociedades que han barrido bajo la alfombra sus problemas terminan construyendo pactos muy frágiles.
Lo segundo es generar la mayor cantidad de quiebres posibles en un sistema que es corrupto y ha corrompido a millones de personas. Uno de los grandes logros del chavismo ha sido hacerle creer a mucha gente que es tan responsable de lo ocurrido como sus líderes, y que, por lo tanto, serán perseguidos, o que habrá venganza. Eso es lo que nuclea a un conjunto de seguidores de una causa política en torno a un sistema de complicidades, y lo hacen pasar por lealtad ideológica. Esa complicidad con crímenes graves debe quebrarse, señalando correctamente las responsabilidades y generando distanciamientos entre quienes están vinculados a las causas investigadas y quiénes no. Eso es difícil porque el modus vivendi de mucha gente es el clientelismo político y la dependencia estatal, pero ese es el cable rojo que hay que cortar.
Luego tenemos la compleja labor de conseguir espacios de encuentro para caminar juntos. Eso sí, atendiendo a la memoria y la necesidad de reconstrucción, que es algo distinto a burlarse de las víctimas y sus familiares o ponerlos a esperar para que nunca sean atendidos. Silenciar a las víctimas en nombre de la paz, no sería paz ni nada.
Por último, transitar el camino de la justicia transicional para juzgar, reparar y generar garantías de que las cosas que vivimos no se repitan. No hay atajos para esto. Insisto mucho, porque me preocupa, en que no hay paz verdadera en las burbujas, en las alianzas de élites, en los pequeños acuerdos empresariales o civiles con los perpetradores. Si una de las causas de la crisis venezolana ha sido la desmesura del poder, no puede haber ninguna acción en estos momentos ni en el futuro, que le den más poder, más control de recursos o más impunidad, a quienes tienen el control. Por el contrario: la sociedad debe ser sumamente vigilante de la transparencia, la separación de poderes, la rendición de cuentas y los conflictos de interés.
Si no se perdona, ¿no hay paz? Entendimiento, justicia y perdón, ¿Por qué es tan difícil llegar a eso?
— No metamos el perdón en esta discusión. Cuidado con eso. El perdón es personalísimo y es el fruto de un proceso individual que debe recorrerse para llegar, quizás, tal vez, a él. El perdón no puede ser presentado como una condición, un chantaje, una exigencia y mucho menos como una imposición. Es horrible cada vez que intentan hacer eso. Como víctima siento asco y miedo de esas actitudes, incluso por parte de gente “buenista” o que cree que así se resuelven las cosas. Meter el perdón en este proceso es como cargarle a la víctima la responsabilidad de la resolución del conflicto. Eso es absurdo. Veo que lo aplican en peleas de colegios y está pasando también con presos políticos.
Acá pintan el perdón como la anulación del proceso de justicia “porque ya lo perdonó”.
Presentado así, es como que la víctima deba ceder, se entregue, tire la toalla, porque “solo así se puede seguir adelante”. Y no. Así no es. El perdón es personalísimo, es individual. Incluso que alguien perdone no frena la necesidad de establecer verdad, memoria, justicia, un proceso realmente de justicia, y reparación. La forma en la que se ha planteado en Venezuela el perdón, por parte de ciertos voceros, es la de la rendición y el premio de consolación. Es decir: perdonar porque no habrá justicia, porque no queda de otra. Y además vienen y lo plantean como un dilema de superioridad moral.
Es inaceptable algo así
Pediría que se tuviera cuidado con esto y se respetara tanto a las víctimas y a sus familiares como al resto de la sociedad. Todos tenemos derecho a la justicia. Y la justicia sí es un camino a la paz.
Conozco personalmente a un prisionero que ha estado encarcelado en tres ocasiones y en todas ha dicho que perdona a sus captores. Todas las veces ha sido sometido a torturas y tratos crueles y todas las veces ha repetido que los perdona. Es su decisión, es su vida y es su manera de afrontar lo que ocurre, pero eso ni de cerca ha significado el fin del aparato represivo, para nada ha resuelto que se deje de torturar a otras personas y para nada ha construido acuerdos, nuevos acercamientos ni entendimiento. Por eso pido cautela. El perdón es otra cosa.
¿Cómo debe ser la participación de la sociedad civil en la construcción de la paz?
— Si nos referimos a las organizaciones de la sociedad civil, diría que son la parte de la ciudadanía más preocupada y movilizada por estos temas. Su rol es el de generar liderazgo de opinión y apoyar movilizaciones e incidencias en el espacio público. Son quienes tienen el deber de tener claros, más claros que nadie, cuáles son los estándares de derechos humanos, los métodos y las recomendaciones más acordes para construir paz. Son los que menos deberían ceder a las mentiras del poder y a las campañas de manipulación. La firmeza de sus principios tiene como fin que las víctimas se sientan acompañadas y protegidas, por eso deben tener claros sus criterios y mandatos.
La sociedad civil también participa conectando nuestras demandas con los mecanismos internacionales de protección y acompañamiento. Documenta casos. Levanta alertas sobre lo que está mal. Juega el papel incómodo de advertir las fallas. Pero también, al mismo tiempo, son quienes deben tener suficiente combustible para la esperanza, para construir un horizonte común y justo, para no pactar con las complicidades, para inspirar constantemente a otros y conectar con experiencias de distintos lugares y tiempos que nos faciliten el camino. El de la sociedad civil es un rol hermoso y por eso debemos fortalecer a las organizaciones, porque son la propia sociedad dándose respuestas de forma técnica.
Si lográsemos que además fuesen replicables o tuviesen mayor alcance, su trabajo se facilitaría mucho más. Ahí es donde el tejido de redes puede cumplir un rol fundamental.
¿Qué personajes venezolanos para ti son un referente con ideales de paz?
— Recientemente, perdimos a José Virtuoso, amigo, padre, hermano y rector de la UCAB. Era un referente de firmeza, seriedad y al mismo tiempo esperanza en momentos muy complicados. Se metió en muchos temas rudos y en todos los casos logró construir equipos, movilizar gente y recursos para atenderlos con criterios sociales, técnicos y hasta gerenciales. Creo que se habla poco de él porque aún no nos creemos que se haya ido. Todavía creemos que está maquinando un nuevo proyecto para el que nos va a llamar y va a decir “chico, estaba pensando” … Es demasiado doloroso.
Inspira también gente muy terca como Katherine Martínez, que dedicándose a un área tan difícil como la atención de infantes con complicaciones de salud, en medio de la crisis por diseño que vive el Hospital J.M. de los Ríos, aun así, es capaz de animar a quien sea para que la causa de la exigibilidad no decaiga. Es como una obra viviente. Katherine es una fuerza de la naturaleza.
Por otro lado, ver la transformación de Provea en esta década tan complicada que hemos transitado desde 2013 y saber que su trabajo depende de un equipo impresionante de defensores, con Rafael Uzcátegui a la cabeza, es algo que impresiona. Rafa además es un tipo que tiene la fórmula secreta para la calma y el buen criterio. Eso sí es saber de paz.
Y sería cruel seguir nombrando gente porque siempre quedan muchos más por fuera, pero qué fortuna que Venezuela cuente con perfiles así de buenos. Pasa el tiempo y me sigo quedando con mis referencias para tomar decisiones y saber en cuáles líos meterme y cuáles no: Carlos Correa, Ligia Bolívar, Mercedes de Freitas y Liliana Ortega. Si ellos siguen en lo suyo e insisten, ¿Por qué uno no iba a hacerlos también?
La suma de todos te hace saber que no estás solo, y eso ya es una forma de ir construyendo paz.
Mabel Sarmiento y Prensa Provea