La activista y defensora de DDHH señala que a diferencia de lo que se dice en voz alta, los derechos para la comunidad LGBTI están estancados y recuerda que en muchos núcleos familiares el clóset sigue cerrado.
Este trabajo forma parte de la serie Orgullo 2020 de 
TalCual

Las anécdotas fluyen con facilidad en la conversación de Elena Hernáiz, activista, defensora de DDHH y presidenta de la Fundación Reflejos de Venezuela. Le sirven para recordar algunos momentos de su vida pero más que nada para describir con su historia lo que ha significado presentarse ante el mundo como lesbiana, otro elemento de su identidad que no debería ser más significativo que ser mujer, psicóloga, esposa, madre o hija.

Pero lo es y ha tenido que lucharlo más de la mitad de su vida. «Había empezado a hacer activismo como feminista, pero no me atrevía a decir que era lesbiana. Incluso me había divorciado y entendí que no podía seguir en el encierro dentro de mí misma. Me costó mucho dejar de esconderlo, estaba más allá de los 30 años de edad cuando por fin pude hacerlo».

Elena Hernáiz tiene muy claro que la sociedad venezolana es una cosa en el discurso y otra en la práctica. Lo vive de frente cada vez que va en la calle y toma de la mano a su esposa Ana Margarita Rojas, con quien tiene 31 años de vida en pareja y un hijo. Las miradas de reproche, los señalamientos y, algunas veces, hasta la agresión insisten en demostrarle que, a diferencia de lo que se dice en voz alta sobre el respeto y la aceptación, los núcleos familiares prefieren que el clóset esté cerrado y en casa ajena. «Puedes ser lesbiana pero en silencio».

«Hoy en día se pueden hablar estos temas pero cuando yo era joven, salir del clóset era con violencia. Lo sufrí mucho y sigue siendo difícil. Que uno se haga la fuerte, eso es diferente», dice Hernáiz.

Entonces decidió dedicarse a educar a las nuevas generaciones a través de la fundación que lidera desde hace 15 años. «Tenemos que empezar desde la familia porque allí es donde se va a generar un cambio. No hacemos nada en reclamar a las instituciones si como sociedad el problema sigue en el núcleo ¿De qué me sirve una ley gigante que nadie lee?«, explica la activista.

Mucho prejuicio y lucha ha recorrido en ese camino. Sus 64 años de edad le dibujan una sonrisa reposada con la que cada tanto suelta un desparpajo que la divierte: «Hace rato dejó de importarme lo que diga la gente. Total, creo que somos las maricas más famosas de Caracas».

Hernáiz dice que se lo debe a la experiencia ganada con los años porque ser visible no es poca cosa. «La sociedad quiere que pasemos por debajo de cuerda». En una anécdota lo describe: «En una charla a la que fui invitada una joven se levantó y me preguntó ¿Usted es lesbiana? ¿A su edad? En el auditorio se rieron pero no quise que se sintiera mal y le pregunté de vuelta ¿Tú eres heterosexual? ¿Y cuándo tengas mi edad lo seguirás siendo?».

Derechos igualitarios

El lema que resume a la Fundación Reflejos es: No soy distinto, no me trates distinto. Hernáiz señala que por eso no le convence la palabra tolerancia: «Uno tolera al vecino ruidoso de arriba porque no le queda de otra, pero eso no es respeto. Esa es la razón por la cual en la fundación no buscamos educar a la población LGBTI, sino que desde la comunidad LGBTI eduquemos al resto para romper ese patrón absurdo».

Tan absurdo como tener que sortear entramados legales para vivir tranquilas. A diferencia de cualquier matrimonio, Elena y Ana Margarita han tenido que blindarse y entregarse mutuamente siete poderes notariados para proteger el patrimonio de una pareja que tiene 31 años juntas. Tan absurdo como evitar tocarse las manos en la mesa mientras comen en un restaurante. Tan absurdo como ser empujada por una mujer que vio cómo Ana Margarita ayudaba cariñosamente a su esposa Elena a caminar con un bastón cuando estaba perdiendo la vista y no podía desplazarse sola.

«No pedimos matrimonio homosexual sino igualitario porque es sencillo: que el matrimonio sea igual para todos».

Se trata de un avance que se ha ido logrando en el resto del mundo, pero en el que Venezuela no está ni en la cola porque ni siquiera está en la agenda de las instancias en la toma de decisiones.

«Siempre lo ven como problemas menos importantes, como si no fuésemos ciudadanos. Desde el discurso, cuando hay elecciones, los políticos nos llaman pero cuando llegan al cargo ya se olvidan». Allí el estamento político venezolano se vuelve unicolor. Dos veces lo ha vivido Hernáiz frente a los legisladores de la Asamblea Nacional, que no eran los mismos pero se parecían igualitos.

«Cuando Cilia Flores era presidenta de la AN nos invitó al hemiciclo y me permitieron hablar. Ella parecía que escuchaba pero el resto de los diputados se burlaba. Yo seguía allí y se estaban burlando». En 2015 cuando la mayoría opositora cambió la correlación de fuerzas, Hernáiz fue invitada de nuevo para un derecho de palabra. «Íbamos a hablar del matrimonio igualitario y al terminar los minutos que me correspondían, ni siquiera había terminado de bajar del estrado cuando trajeron a alguien que representaba a los grupos religiosos para contrarrestar lo que yo había dicho. ¿Entonces mi palabra no valía?», narra.

Así que Elena es enfática cuando afirma: «Ojalá me invitaran a una Asamblea en la cual más que hablar lo que me interesa es que escuchen. Que no nos llamen y nos atiendan solo cuando necesitan votos», un discurso cada vez más estratégico considerando que las estadísticas estiman que entre 15 a 25% de la población en el mundo se identifica como parte de la comunidad LGBTI.

-¿En qué parte del camino está Venezuela en relación a Latinoamérica, por no decir del resto del mundo?

-Honestamente, creo que en Venezuela en vez de adelantar estamos retrocediendo. Escuchas como un avance que se «permitió» que una diputada trans estuviera en la Asamblea Nacional. Pues no, esa persona tenía derecho y competencias para estar allí. Es más ni siquiera se trata de una diputada trans, es una diputada mujer, así de simple. ¿Que se nos trata igual que hace unos años? No. Evidentemente es algo de lo que hoy podemos hablar pero en cuanto a tener garantía de derechos humanos, una cosa es lo que se escribe en la ley y otra la que se interpreta.

-¿Entonces la agenda de la emergencia humanitaria se seguirá comiendo los demás temas de derechos humanos?

-Te lo respondo con algo que me ocurrió en Estados Unidos hace unos años. Estaba en un restaurante y noté que el mesonero retiraba mi plato pero no el de mi amigo, solo lo apartaba a un lado. Cuando pagamos la cuenta, vi cómo el mesonero rompía todos los platos que él había usado. No entendía nada hasta que una persona se nos acercó y me dijo que en ese restaurante no se permitía la entrada a los negros. Mi amigo era negro y latino. Como no pudieron evitar que se sentara a comer, lo que hicieron fue romper los platos que usó. Eso que nos parece inaceptable sigue pasando en restaurantes, en este país, en este momento pero con personas LGBTI. Así mismo. Todavía sigue faltando mucho para avanzar en el feminismo, el racismo, es una lucha humana de todos contra todos. Pareciera que no sabemos ser, no sabemos respetar. Por eso tenemos que educar sin importar las condiciones hasta lograr un sistema de igualdad que nos integre como ciudadanos. Es sencillo: No te pido que me aceptes, pero sí que me respetes como humana.

*Lea también: Homofobia y transfobia institucional dejan impunes los delitos de odio (I)

Para la alianza Tal Cual – Provea