En los acompañamientos que hemos podido realizar a familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales y en conversaciones con otras organizaciones que atienden estos casos, hemos observado que quienes denuncian y se mantienen exigiendo justicia al pasar del tiempo, son mayormente las mujeres de estas familias, como las madres, hermanas, hijas.

Es por ello que, a pocos días de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer, el próximo 8 de marzo, conversamos con Carmen Arroyo, una de las fundadoras de la asociación “Madres Poderosas”, que funciona como un grupo de madres y familiares organizadas para la exigencia de justicia de las víctimas de ejecuciones extrajudiciales.

Carmen pierde a su hijo Cristian Charris el 24 de septiembre de 2018, al ser ejecutado por funcionarios del FAES y aunque todos los funcionarios que participaron en el hecho están identificados, aún no han sido condenados, por lo que Carmen, como muchísimas mujeres siguen transitando por un camino lleno de obstáculos y de impunidad, en sus búsquedas por conseguir justicia.

¿Podrías contarnos cómo nace Madres Poderosas?

Madres Poderosas nace a raíz de la ejecución extrajudicial de mi único hijo Cristian, por lo que a los pocos días tengo la idea de crear una fundación que llevara su nombre, pero en ese proceso conozco a Ivon Parra, otra madre cuyo hijo es asesinado también en una ejecución extrajudicial, y luego se van uniendo otras madres en situación similar, por lo que un gran amigo de nosotras nos da la idea de llamarnos “Madres Poderosas”.

La idea Madres Poderosas es poder visibilizar nuestros casos y llevar un mensaje a estos jóvenes que viven en las barriadas populares de Venezuela y que tienen riesgo de convertirse en víctimas de ejecuciones extrajudiciales, y aconsejarles que se cuiden. Y aunque la calle representa un riesgo para ellos, hemos sido testigos de cómo estas ejecuciones extrajudiciales son cometidas también dentro de sus casas o sacados de ellas para ser ejecutados. Pero sin duda la calle sigue representando un peligro, como lo fue en el caso de mi hijo, quien venía camino a la casa a las 5:30 AM luego de celebrar su cumpleaños cuando es interceptado y ejecutado.

¿Qué opinas de que son las mujeres las que mayormente continúan exigiendo justicia en estos casos?

Es cierto que somos las mujeres las que mayormente quedamos luchando por conseguir justicia en el caso de nuestros hijos o familiares ejecutados extrajudicialmente por estos cuerpos de seguridad del Estado venezolano, aunque hay sus excepciones. Desde Madres Poderosas sabemos que los familiares hombres de estas víctimas corren mayor riesgo de ser amenazados por denunciar estas violaciones.

De los casi 5 años que yo voy a cumplir en esta lucha, gracias a Dios nunca he sido amenazada, pero ciertamente los hombres temen por su seguridad y a veces se cohíben de luchar por conseguir justicia.

Si bien en Madres Poderosas la mayoría somos mujeres, madres, tenemos a un padre poderoso que ha decidido seguir adelante y continuar denunciando la ejecución de su hijo. Pero los responsables de estas muertes tienen que saber que una madre es capaz de llegar hasta donde sea, a pesar de las consecuencias que esto nos pueda traer el día de mañana, pero nosotras no vamos a dejar de luchar y de denunciar.

En tu caso te asesinaron a tu único hijo, pero aún así tienes varones en tu familia, ¿qué sientes tú o de lo que has sabido de las otras madres, que aún tienen otros hijos varones, en cuánto a la seguridad o riesgos que ellos pudieran tener?

Miedo, es muy grande el miedo que seguimos teniendo muchas madres por los varones que quedan en nuestras familias. Hemos visto como estos funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado se ensañan en contra de los hombres.

Hemos tenido casos donde estos funcionarios han amenazado con que si denuncian, vendrán por los otros hijos varones que quedan.

Nosotras continuamos viviendo cada día todo este horror y sentimos como nos desgatamos día a día, porque nos topamos con trabas en Fiscalía, tribunales, en la Defensoría del Pueblo, porque ninguno nos ha garantizado justicia y por el contrario han jugado a nuestro desgaste para que abandonemos esta lucha. Pero seguimos adelante.

Y a pesar de esto, ¿por qué continúan exigiendo justicia?, ¿qué las motiva a seguir?

Aunque el Estado venezolano nos niega la justicia, nosotras seguiremos agotando todas las instancias nacionales y seguiremos documentando estos casos, y seguiremos denunciando porque deseamos que se sepa la verdad y que algún día haya justicia.

Y les pedimos a todas esas madres o familiares que todavía no se han atrevido a denunciar por miedo, que se armen de valor, que dejen el miedo a un lado, porque no están solas. Aquí estamos un grupo de madres que estamos pasando por la misma situación y que no somos 10, somos miles de mujeres que estamos levantando la voz para que haya justicia y los responsables paguen por estos crímenes.  

Hemos sido testigos de como familiares y víctimas de violaciones de derechos humanos se han conformado para el acompañamiento y exigencia de justicia, pero también existen organizaciones que documentan, acompañan y visibilizan estos casos, como lo es la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia en diversas comunidades (Reacin Venezuela), allí conversamos con la socióloga venezolana, investigadora y profesora Verónica Zubillaga.

Verónica nos comenta que en Reacin realizaron una investigación y sistematización de una experiencia de mujeres en el intento y posterior logro de forjar un pacto del cese al fuego con bandas de comunidades como la de Catuche. Necesario, como nos dice Verónica, en un contexto donde se ha hecho evidente que los operativos militarizados y la lucha contra la criminalidad solo ha llevado a violaciones de derechos humanos.

“La lucha de estos cuerpos de seguridad es muy violenta, y esta experiencia de un alto al fuego no parece una forma de resistencia a esta violencia. Es una iniciativa de mujeres a través de mujeres con el uso de la palabra. Forjar acuerdos para convivir sin tener que matarnos unos a otros. Pero no son experiencias espontáneas, si no es un trabajo de construcción de confianza y fe en la eficacia colectiva de la gente”.

Coméntanos un poco más sobre esta experiencia con las mujeres familiares de víctimas y ¿por qué son ellas las que más se involucran?

Este trabajo es una huella que ha inspirado nuestra vocación de investigación, en un contexto donde los operativos militarizados se han profundizado, y se han cometido actos de horror como los de la OLP. Allí tuvimos la oportunidad de entrar en contacto directo con las mujeres, las madres de estos jóvenes asesinados y registramos el esfuerzo coordinado de mujeres por la búsqueda de justicia.

Hay un esfuerzo de visibilizar la situación de mujeres que han sufrido la violencia perpetrada hacia sus hijos, y que ahora algunas son abuelas de esos nietos huérfanos. Hemos visibilizado esta experiencia de victimización, pero también el trabajo valiente de estas mujeres en la búsqueda de justicia.

Es un hecho notable la presencia de mujeres en la exigencia de justicia, lo que no quiere decir que no haya padres, tíos, si lo están, pero también es cierto la presencia visible de las mujeres, quienes quedan con esas cargas en sus espaldas, quizás por ser las cuidadoras, desde una perspectiva esencialista. Son revictimizadas institucionalmente cuando hacen ese viacrucis o suplicio de espera ante las instancias, pero ellas nos dicen que no se van a amilanar. Es un trabajo de fortaleza y de resistencia.

¿Podríamos decir entonces que estas madres y familiares de víctimas de violaciones de DDHH, como de las ejecuciones extrajudiciales, son víctimas también del Estado?

Son víctimas, pero las mujeres con las que hemos trabajado no quieren ser percibidas solo de esta manera. Ellas están muy activas e implicadas en la búsqueda de justicia, pero por supuesto es una labor ardua, agotadora, por lo que es fundamental las redes de apoyo y de solidaridad que puedan acompañar esta acción.

Un llamado fundamental es a fortalecernos en estas formas de apoyo e identificación, y entender que un joven muerto es un hijo, un hermano, un sobrino.

Tenemos una necesidad de pensar en forjar formas institucionalizadas de reparación del daño perpetrado, de recuperar ese vínculo. De reformas en el sistema de justicia como en las fuerzas de seguridad y evitar que estos abusos se sigan cometiendo.

Es decir, ¿el Estado ha pretendido frenar la violencia con más violencia, sin abordar las causas que generan estas violencias y por el contrario se ha convertido en perpetrador de violaciones de DDHH?

Estas políticas de “mano dura” en realidad han contribuido a que haya violaciones de DDHH, como ha sucedido en nuestro país, pero también en países como Brasil o El Salvador, donde las bandas de jóvenes se están organizando y buscando formas y estrategias mucho más sofisticadas para responder ante la violencia del Estado.

Lo que hemos tenido en el continente es una escalada de violencia y se siguen implementando estas políticas de mano dura con las desastrosas consecuencias para la vida social. El Estado se convierte en un agente fundamental de la violencia ilegítima y comete sistemáticamente violaciones de DDHH, no es por casualidad entonces que en Venezuela estén fijados los focos de la Corte Penal Internacional y que se den reportajes de este tipo, para la visibilización de las violaciones masivas de DDHH.

Los retos que tenemos son enormes y vamos a estar ocupados en ellos en las próximas décadas. Hay que buscar formas de colaboración y apoyo mutuo.

Judith Butler dice que la violencia solo puede ser detenida cuando nos demos cuenta que somos vulnerables los unos y los otros. Es decir, en este reconocimiento de la capacidad de hacernos daño, hay un primer paso y es reconocer esa fragilidad intrínseca a la condición humana. Las mujeres ahí han tenido un rol muy importante. Quizás por sus labores de cuidado tienen una posición muy activa en la búsqueda de justicia, no es por azar, es por esta función de madres, de abuelas, quienes son las que se quedan responsables por estos nietos que ya no tienen padres. Las mujeres en estos casos tienen un rol muy visible.

Como sociedad tenemos enormes desafíos, pero primero debemos entender cómo llegamos a esta división y resentimiento en el que nos encontramos entrampados hoy.


Danielly Rodríguez | Prensa Provea