ACERCA DEL AUTOR:

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María Isabel Bertone

Ex Coordinadora de Educación de Provea (1996-2005)

El sobreviviente

Lo conocí en 1979, en Venezuela. Con Rosario Quiroga -Lula, mi cuñada- venían de Argentina, de “ese infierno”, llamado así por cinco víctimas mujeres que pasaron también por la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

¿Se puede venir del inframundo y contar lo que allí sucedía?

Raúl y Lula lo intentaron, lo necesitaban, querían ser escuchados. Así supe por primera vez en qué consistía el plan sistemático de desaparición forzada, tortura y muerte planeado y ejecutado por la Armada argentina entre los años 1976 y 1983.

Me enteré qué era vivir con grilletes en los pies durante un año y una bola de cañón atada a los grilletes durante dos meses, vestido con un camisón de mujer.

Qué era sentirse ciego con una capucha gris que solo desataban cuando le daban unos medrugos con algo de carne.

Que esa fue la peor de las torturas. Que perdió su identidad y gritó “a mí, 571”, el número de prisionero asignado pidiendo que lo trasladaran.

Supe qué significaba la palabra “traslado”, que en la jerga genocida era arrojar vivos al Río de la Plata desde aviones militares a la/os prisionera/os .

Supe qué era el “pentonaval”, la droga con la que los anestesiaban antes. Supe, entre otros “experimentos” inimaginables hasta ese momento, que a Lula le sacaban los grilletes y la llevaban a sitios elegantes de la ciudad de Buenos Aires para “reeducarla de su desviación guerrillera”.

Al regreso del “paseo”, grilletes otra vez. Supe que fueron obligados a desfilar ante el cadáver acribillado del Nariz Maggio, un compañero que escapó de ese campo de concentración y fue recapturado.

Supe de muchos otros hechos aberrantes que después se conocieron en juicios, libros, películas.

¿Que el paso por esas tinieblas del horror deja “marcas”? Claro que sí. No las que el Presidente Nicolás Maduro insinúa en una alocución para manchar la trayectoria de Raúl.

Las marcas que ese infierno dejaron en Raúl forjaron en él la voluntad de ser testigo del horror. Y lo hizo cada vez que la justicia argentina lo convocó, y ante toda persona de buena voluntad que quisiera conocer en qué había consistido su cautiverio y el de mucha/os, o qué significaba ser sobreviviente.

El maestro

En 1996 concursé para optar al cargo de Coordinadora del Área de Educación del Programa Venezolano de Educación en Derechos humanos (Provea).

A partir de ese momento y hasta el año 2005 ejercí ese cargo. Recibí la mejor formación posible en la materia y tuve en Raúl, su Coordinador General un modelo de lo que debía ser un activista en derechos humanos: comprometido, honesto, estudioso, ecuánime, democrático, conciliador ante los conflictos, reacio a los honores y a perpetuarse en el cargo, cumplidor de las normas internas de la institución, que priorizaban la transparencia y la horizontalidad.

A partir del año 1999 y ante la aprobación del referéndum constituyente de ese año, Raúl fue impulsor de muchos de los artículos que luego integrarían la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

El amigo

En todos estos años fuimos construyendo una amistad. La defensa de los derechos humanos y la lucha por la Memoria (Raúl tiene dos hermanos y un cuñado también desaparecidos) fueron motivos importantes, pero también compartimos las alegrías que nos trajo la vida: los nietos y nietas, su madre longeva, los hijos e hijas que viven lejos, los libros que leemos, las películas que vemos, los aprendizajes que trajeron la ampliación de derechos.

Por los años compartidos puedo dar fe cabal de que a Raúl “lo injusto no le ha sido indiferente”, ni en Argentina ni en Venezuela.

Las calumnias no impedirán que siga trabajando por Memoria, Verdad y Justicia en ambas Patrias.

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