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Rafael Uzcategui

Sociólogo y editor independiente. Actualmente es Coordinador General de Provea.

Rafael Uzcátegui | Es una pregunta frecuente de analistas internacionales: ¿Por qué ha aguantado tanto el chavismo en el poder? Luego de perder el apoyo popular, ser rechazado por amplios sectores de la comunidad internacional, ser objeto de sanciones financieras e individuales, disipado el soporte de buena parte de sus aliados y estar inmerso en una crisis económica que ha limitado su capacidad de actuación, las respuestas siguen siendo incompletas e insatisfactorias. Quienes intentan hallarlas, siguen enfrentando zonas grises de la realidad que no logran descifrar del todo.

Una interrogante análoga es ¿Por qué el chavismo se empeña en aferrarse en el poder? Salvo sus fanáticos opuestos a la evidencia, el “Socialismo del Siglo XXI” se ha convertido en la vergüenza del progresismo, el tema tabú de publicaciones y tertulias ñangaras, aquello de lo que ya no se habla, salvo en voz baja. El bolivarianismo no será lo que sus intelectuales creyeron en el 2002, los días de furia en que cualquier delirio teórico parecía posible. Lo que realmente se construyó son las palizas con tablas, la asfixia con bolsas de plástico y las descargas eléctricas en los párpados y en los genitales, como documentó el más reciente informe sobre Venezuela de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Limitarse a decir que las autoridades actuales no se van por la gran cantidad de negocios e intereses económicos, o porque tienen temor a las represalias, ha sido insuficiente. Bajo la lógica de promover incentivos superiores a los beneficios de quedarse para que abandonen el poder, se han desarrollado varias iniciativas que ofrecen impunidad y permanencia en espacios político a corto plazo. Sin embargo, el chavismo sigue ahí, en su sitio, mientras sus contrarios se dividen y debilitan. Definitivamente hay piezas que faltan en el rompecabezas.

Quienes reducen el chavismo realmente existente a una mafia, bajo la racionalidad instrumental del lucro, subestiman la subjetividad ideológica que lo fortaleció y le dio sentido. Este imaginario, básicamente de izquierda con ribetes nacionalistas, luego de 20 años se transformó en la cultura organizacional para sus afiliados, un hábito en el sentido amplio de la palabra. Una discusión que no nos interesa ahora es que tan profundas son estas convicciones, o qué sectores son más ideológicos que pragmáticos. Nuestro punto es que este conjunto de creencias no es cuestionado por sus integrantes pues su discurso, referentes y símbolos conforman su “normalidad”. Expliquémonos con un ejemplo: Un habitante promedio de la capital estará vinculado a la religión católica, será fanático de los Leones del Caracas y sabrá bailar salsa. Creció en ese contexto cultural, se identifica con él y utiliza estos usos y costumbres para sobrevivir y desarrollarse en este entorno, a pesar de cualquier crisis. Ni siquiera pasa por su cabeza cuestionarse el por qué actúa así. En el caso del chavismo, especialmente desde otras izquierdas, habrá quien interpele la interpretación o la simulación en la aplicación de esos valores, pero lo cierto es que están ahí, como la tabla de los 10 mandamientos para quienes van a misa los domingos y el resto de la semana olvidan lo que escucharon.

Y si el reducto ideológico continúa allí, operando con mas o menos intensidad, deberíamos intentar entender cómo funciona para evaluar si los mecanismos de presión implementados lo erosionan o, al contrario, lo fortalecen. En este punto incorporo el término “milenarista”, propio de las religiones, pero también de las ideologías revolucionarias. El milenarismo es la creencia según la cual un profeta volverá al final de los tiempos, para dar la batalla última contra el mal y a partir de allí crear el paraíso en la tierra. Esto es la base de la idea del “Juicio universal” pero también de la “Revolución”. Significa que va a haber un período de catástrofes de todo tipo, donde los creyentes deben resistir a toda cosa para poder llegar al final de los tiempos, ver la derrota de sus demonios y empezar la era de felicidad. Si el chavismo es milenarista el éxodo de millones de venezolanos no es entendido como una crisis migratoria sino como una prueba de su propia fe, aunque signifique la desarticulación de sus familias. Incluso hay quienes puedan, desde el chavismo, interpretar al propio Nicolás Maduro como un desvío circunstancial y un test a sus convicciones, por lo que aguantando el tiempo necesario lograrán la recompensa al final del túnel.

La narrativa de la “guerra económica” fue un discurso anticipatorio de la crisis económica que le dio -cuando finalmente emergió-, una explicación racional a la resistencia milenarista bolivariana. También nos ayuda a explicar el por qué todas las movilizaciones, presiones y amenazas, que en otros países hubieran allanado el cambio político, en Venezuela han atrincherado más en sus posiciones a sus destinatarios.

Seguramente hay cosas razones más mundanas y personales, además del incentivo económico e ideológico, para describir su permanencia en Miraflores, que algún día escribirán los novelistas. Y, por supuesto, el problema del autoritarismo venezolano no es sólo teórico sino geopolítico, económico, social y territorial. Tendremos que seguir explorando zonas hasta ahora desconocidas para aumentar su comprensión, porque con lo que sabemos ahora hemos sido ineficaces.

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