Vladimir Villegas | He leído ya varios artículos escritos por gente que respeto pese a las diferencias, y que han opinado sobre la detención del ex presidente brasileño Luiz Inàcio Lula Da Silva, líder histórico del Partido de los Trabajadores, acusado de presuntos hechos de corrupción que en lo particular no me constan. Ni pongo las manos en el fuego por él ni me convierto en acusador de Lula ni de nadie si no tengo pruebas que lo sustenten.
Pero la inocencia o culpabilidad de Lula es apenas un hecho referencial en este artículo, dedicado precisamente a comentar las quejas que sobre el proceso al ex mandatario han expresado algunos articulistas. Se denunció, entre otras cosas, que al ex presidente brasileño no se le permiten dar declaraciones a la prensa, ni grabar vídeos, por expresa prohibición judicial. Esto lo comentó en su artículo dominical el director del diario oficialista Últimas Noticias, estimado profesor Eleazar Díaz Rangel.
El colega Díaz Rangel se pregunta si es que acaso también le van a prohibir que piense. Y resulta que mi estimado colega vive en Venezuela y no en Dinamarca o Suiza. Bien oportuno sería que tanto el Profe Eleazar como todos los que protestan por las condiciones de reclusión de Lula Da Silva dijeran algo, o al menos pensaran, sobre las horrendas condiciones de reclusión de los presos políticos venezolanos. No hay que ir tan lejos. No es en Curitiba ni en Río de Janeiro o Mato Grosso do Sul. Es aquí en El Helicoide, o en la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin).
Imagen que Lula está preso por razones políticas en Venezuela. Y que pase por la terrible experiencia de estar depositado en un calabozo llamado “La Tumba”, donde no se sabe si es de noche o de día y se pasa el frío hereje, según denuncian quienes han tenido el infortunio de ser llevados allí, o de tener hijos, hermanos o pareja en esa condición. O que Lula pasara por la ingrata vivencia de no recibir visitas por varios meses, como ocurrió y ocurre con numerosos presos políticos.
En el caso de Lula un juez emitió un auto ordenando la libertad del líder petista y de seguidas otro magistrado revocó la decisión, seguramente por razones de carácter político. No paso a discutir eso. Me concentro en lo que ocurre en nuestras narices. Aquí ha habido y hay presos con boletas de excarcelación que continúan tras las rejas, no porque otro juez haya revocado ese mandato sino porque al director de la cárcel o a quien lo manda no le da la real gana de cumplir la decisión. Y no pasa nada. No hay castigo por ese desacato.
Imagínese, profesor Díaz Rangel, que a Lula le duela una muela, tenga la tensión alta o necesitare un chequeo de urgencia por problemas cardíacos o de la columna.
Y ningún funcionario, ni siquiera por un mínimo residuo de humanidad, autorice su traslado a un centro de salud. Pues eso es de lo más rutinario en la Venezuela bolivariana, sobre todo si se trata de pesos políticos.
Los diputados y compañeros de partido de Lula pueden visitarlo. Hasta el ex presidente uruguayo Pepe Mujica fue a verlo. Aquí los diputados no pueden visitar los presos políticos. No tienen esas libertadas que teníamos los diputados opositores en la Cuarta República. Y, en cuanto a que a Lula se le quiere restringir su libertad de expresión, aquí los tribunales dan medidas sustitutivas, que no son libertad en el estricto sentido de la palabra, y a los “beneficiarios” se les prohíbe expresamente ir a programas de radio o televisión, o declarar a cualquier medio de comunicación.
Por supuesto quiero que a Lula se le den las condiciones de reclusión acordes a su condición de ex mandatario, o tan solo las que deben brindárseles a cualquier preso. Pero me parece, con todo respeto, que es inaceptable desde el punto de vista de la ética protestar por lo que puede estar viviendo Lula en Brasil e ignorar olímpicamente los abusos y las violaciones a la constitución y a los acuerdos y tratados firmados por Venezuela en materia de derechos humanos, y que tienen como víctimas a venezolanos y venezolanas que se oponen al gobierno, y que no ha tenido derecho a eso que llaman el debido proceso.
Ni hablar de torturas físicas o psicológicas y otros tratos crueles y degradantes.
No quiero ni pensar que Lula tenga que hacer sus necesidad fisiológicas en una lata, y comer al lado de sus deposiciones. Ni que fueses culpable, querido Lula, desearía que pasaras siquiera un minuto en una cárcel venezolana. Ojalá pudieras hablar con Geraldine Chacón, Gilbert Caro o con las madres de los numerosos presos políticos que deben protestar para exigir lo mínimo que merece un ser humano, respeto a su condición de tal.
│ Periodista venezolano de radio y televisión. Articulista y defensor de la constitución de 1999 @Vladi_VillegasP