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Carlos Patiño

Abogado defensor de Derechos Humanos. Coordinador de Exigibilidad en DESC de Provea.

«El deporte puede crear esperanza donde alguna vez hubo solo desesperanza».

Nelson Mandela

Carlos Patiño | A pesar de los ingentes esfuerzos, la Vinotinto no ha podido clasificar a un mundial de fútbol de la categoría de mayores. La oposición al chavismo tampoco ha logrado ejercer formalmente y con todas sus atribuciones la presidencia de la república. En una suerte de carrera paralela, los últimos veinte años han significado un reto deportivo y político con altibajos de victorias apoteósicas y derrotas decepcionantes.

Rafael Dudamel tomó las riendas de la vinotinto el 1 de abril de 2016, en medio de una turbulenta crisis que arrastraba la Federación Venezolana de Fútbol desde el arresto de su presidente, Rafael Esquivel, sumado al improductivo paso del técnico más ganador de la liga local, Noel “Chita” Sanvicente. Las gestas de Richard Páez y César Farías dejaban el listón alto, pero sin el logro anhelado tantas veces postergado: incluir a la selección nacional en la disputa por la Copa del Mundo.

Cuando Juan Guaidó fue elegido el presidente más joven de la Asamblea Nacional, el 5 de enero de 2019, los líderes más visibles de su partido Voluntad Popular estaban presos o refugiados en embajadas. La oposición venía de transitar un gris 2018 luego de la derrota de la rebelión popular de 2017 y el posterior fraude electoral de unas anticipadas elecciones presidenciales. Sin embargo, conservaba la legitimidad de la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, órgano que declaró usurpador a Nicolás Maduro para un segundo período y otorgó al presidente de la AN las funciones del ejecutivo hasta tanto cesara la usurpación y se realizaran elecciones libres.

Es innegable que tanto Guaidó como Dudamel se han dedicado con empeño y energía a lograr dos grandes objetivos, en distintos terrenos, que la gran mayoría de los venezolanos clama: el pase al mundial y el fin de la dictadura. Y ambos han prometido, ofreciendo conquistas puntuales y simbólicas, que en poco tiempo seremos testigos de la gran victoria que sin aspavientos aseguran.

Pero los rusos también juegan. Vencer a Brasil o Argentina en una eliminatoria o derrotar al chavismo y su estructura corrompida y cómplice, trasciende la inspiración y las rachas temporales. Se trata de imponerse a la tradición beisbolista, a la crisis, estigmas y estadios vacíos; y también a una dictadura que negocia y discrimina el acceso a alimentos y medicinas, que tortura hasta la muerte a sus propios militares, y que le dispara perdigones al rostro a un manifestante hasta dejarlo ciego; por solo mencionar los casos del Capitán de Corbeta Acosta Arévalo y del adolescente Rufo Chacón.

Dudamel y Guaidó han asumido sus roles con profesionalismo, con una hoja de ruta consecuente y utilizando las herramientas adecuadas frente el enorme océano que se han propuesto atravesar. Donde tal vez han fallado es en prometer resultados en fechas concretas que escapan de su alcance, decepcionando a sus seguidores. Levantar la Copa América o lograr el cese de la usurpación son metas posibles con perseverancia y acumulación de fuerza, sin caer en la tentación del cortoplacismo, calibrando las cosas en su justa medida: seremos campeones, seremos libres, con un esfuerzo sostenido que puede durar meses o años. Sin plazos heroicos ni números mágicos. Pero lo lograremos.

El oro FIFA y la llama libertaria se tornan soles que, al menor descuido, derriten las alas de los altivos Ícaros que caen en picada sin llegar a destino.

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