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Jairo García Méndez

Abogado y profesor de Derecho Constitucional, Director de Universitas Fundación, Consejero de la Ciudad de Barquisimeto (CCCB).

Jairo García Méndez | No se trata de un dilema abstracto el que vivimos los venezolanos, sino de uno real y moral. En su dimensión personal, los grandes sectores sociales, se debaten entre guardar una cuarentena para proteger la salud propia, familiar y social, o salir a ganarse la vida, lo mínimo para comprar alimentos, porque el salario y la capacidad de ahorro del venezolano hizo crisis hace muchos años y la posibilidad de la intervención del Estado para suplirla, es muy lejana, con el gobierno realmente existente desprestigiado por corrupto y ahora acusado de narcotráfico, que ha sido protagonista de la trama de corrupción más grande de la historia, con interacciones en más de 69 países, según datos verificados por Transparencia Venezuela.

Desde otra perspectiva, hay un dilema moral real de quienes piensan políticamente el país y de quienes tienen incidencia en el devenir de los asuntos públicos. Se ha planteado una tregua en la lucha política para diseñar y ejecutar acciones, de manera conjunta, uniendo las fuerzas de todos los actores sociales y políticos con poder, para hacer frente a la pandemia del coronavirus que, según Maduro, llegó al país el 05 de marzo de 2020. Una pandemia que unida a la crisis humanitaria compleja que sufrimos los venezolanos, documentada y declarada por organismos nacionales e internacionales, incluso, en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, representa una amenaza de catástrofe humanitaria sin precedentes.

Desde el punto de vista de la lógica del razonamiento, un dilema es una falacia, un argumento tramposo para ganar una discusión: se propone de tal manera que al aceptar o negar cualquiera de sus dos premisas, se da por probado el hecho objeto de debate. Las dos soluciones que formula el dilema se excluyen mutuamente y pueden ser aceptables o rechazables las dos. Incluso, se habla también de trilemas, cuando hay tres proposiciones que, ninguna de ellas, es totalmente satisfactoria. Se comprende mejor cuando los dilemas son de tipo moral.

Hace años Chávez planteó un dilema moral, en consecuencia, falso, que hizo escandalizar a mucha gente: “Si mi familia tuviese hambre, yo también saldría a robar”. El dilema se formularía así: si mi familia tiene hambre, o robo (alimento a mi familia y cometo un delito) o no robo (no cometo el delito, pero mi familia seguirá con hambre). Claro, hay dilemas más sofisticados.

En la criminología y sociología del Derecho Penal, ha surgido el concepto de hurto famélico, para justificar los delitos contra la propiedad cuando se dan en situaciones dilemáticas: hurtar por desesperación. He ahí una solución a un dilema jurídico.

O acordamos una tregua de la lucha política y actuamos todos unidos (gobierno legítimo, gobierno ilegítimo -“narcoterrorista”), o nos disponemos a vivir la catástrofe que significa la crisis humanitaria sumada a la pandemia mundial del coronavirus, virus que recorre calles y pasillos, y que traerá como consecuencia cientos y quizás millones de muertos en nuestro afligido país.

Algunos sostienen  que el dilema es falso, porque sería inmoral llegar a acuerdos con un gobierno “narcoterrorista”, corrupto y criminal, responsable directo de la crisis humanitaria compleja y de la crisis hospitalaria. Se señala luego, que no estamos en capacidad para derrotar el gobierno realmente existente, que se apoya en la “unión cívico-militar-policial”, como lo repite Maduro desde hace unas semanas. Luego, ante esta solución imposible, nos queda la segunda proposición del dilema: arriesgarnos a vivir la catástrofe humanitaria y dejar desguarnecidos a quienes ya lo están desde hace años: más del 70% de la población.

No le dediquemos tiempo a quienes sostienen en privado, socarronamente y llenos de resentimiento y maldad, que es preferible dejar morir a cientos de venezolanos que permitir que Maduro tenga algún aire, alguna oportunidad de salir airoso de la crisis que tiene. Esa posición no resiste un análisis humano, para no decir, ético o moral. Hay que rechazarlo con todas las fuerzas que nos quedan. No puede ser una opción.

Maduro y sus élites de malvados, son un estorbo para solucionar la crisis humanitaria y lo desguarnecidos que estamos para combatir la pandemia de coronavirus. Sin duda. Por eso nuestro presidente encargado (legítimo, constitucional y con reconocimiento internacional), ha propuesto la constitución de un Gobierno de Emergencia Nacional, un Consejo de Estado y un plan, el Plan José María Vargas, para mitigar la catástrofe, abriendo el tantas veces pedido canal humanitario y obteniendo un financiamiento inicial de mil doscientos millones de dólares, para dotar los hospitales de los insumos necesarios y asistir financieramente a los más vulnerables para que puedan quedarse en su casa y guardar la cuarentena.

La propuesta de Guaidó, que no dudamos que pueda ser eficiente para combatir los males que tenemos, implica continuar la lucha política, el cese de la usurpación, invocando razones humanitarias, el derecho a la vida, la salud y la dignidad de millones de venezolanos. Implica una variación del dilema moral: O te quitas tú, Maduro (o lo quitan las fuerzas armadas), o se morirán miles, millones de venezolanos.

La propuesta de Guaidó no deja de ser un dilema aunque le reconozcamos razones, que las tiene. Pero como todo dilema es una falacia. Todo dilema es un razonamiento, es un argumento, pero constituye lo que los lógicos llaman un argumento cornuto, un estratagema útil para ganar una discusión, pero inútil para conseguir una solución justa.

Kant nos enseñó a resolver los dilemas morales reales, aquellos que se nos presentan en la experiencia, que nos afectan en carne propia. Y lo hizo hace 235 años, en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, justo los años que cumple la Universidad de los Andes, creando y sembrando civilidad en Venezuela.

Recordemos una de las formulaciones kantianas del imperativo categórico: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”. Los seres humanos somos un fin en sí mismo y jamás podemos permitir que nos usen solo como medios para otro fin. Es la base de la dignidad y autonomía humana, esa conquista que hizo posible la síntesis de la civilización resumida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De esa trascendencia es el imperativo categórico.

En la propuesta de Guaidó se pretende usar el derecho a la protección de la vida, a la salud y dignidad de millones de venezolanos, para hacer cesar la usurpación (el  fin de la lucha política ordinaria en Venezuela). Es el mismo error cometido el 23F del año pasado, el sí o sí, que tanto recelo –y con razón- despertó en el personal humanitario venezolano e internacional. Logramos pasar la ayuda humanitaria en contra de la voluntad de Maduro y los militares nos apoyarán (el atajo militar, del cual nos ocuparemos en otra oportunidad). El uso del derecho humano fundamental, con un fin político, que por muy deseable que sea, de lograrse trae muchas distorsiones y riesgos.

Salvar millones de personas, proteger la vida y salud del 70% de los venezolanos, debe ser un fin en sí mismo, y solo lo veremos si levantamos la mirada y nos negamos a la posibilidad de seguir la lucha política o retomarla sobre montañas de cadáveres. Se requiere la mirada de los políticos epocales que nos dice García-Pelayo, aquellos que piensan en siglos y no en años. Aquellos que saben que su programas, para que sean transformadores, deben ser capaces de crear un orden que los trascienda a ellos mismos.

La inminencia del pico de contagio exponencial que implica el coronavirus, requiere de un plan, sí, llamémoslo José María Vargas, que implica el cese de la persecución política, la liberación de los presos políticos y descongestionar en lo posible las cárceles, y un consejo o comité de expertos, de científicos de la salud y políticas sanitarias, apoyados por la fuerza del gobierno realmente existente y todas las competencias conseguidas por el gobierno encargado, como le gusta decir a Juan Guaidó.

Tenemos que exigir del gobierno realmente existente que permita la gestión y el control de los recursos por una organización internacional que genere confianza para todos, porque, efectivamente, poner en sus manos los recursos que pueden ser habilitados por el gobierno legítimo significaría tolerancia con las formas corruptas de la dictadura, y no sería un acuerdo sino una sumisión, moralmente inaceptable.

Y habrá que decirle a William Barr, que la mejor manera de apoyarnos en este momento, es apoyar la tregua política, tal como lo formuló un político venezolano que ha sido capaz de levantar la mirada, Henrique Capriles, y un grupo de venezolanos sensibles unidos alrededor del movimiento Diálogo Social. Ya tendremos tiempo y venezolanos vivos para librarnos de la camarilla corrupta, señor Fiscal General de los norteamericanos. 

Barquisimeto, 30 de marzo de 2020.

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Abogado y profesor de Derecho Constitucional, Director de Universitas Fundación, Consejero de la Ciudad de Barquisimeto (CCCB).