Los venezolanos «no» están regresando masivamente, y no son migrantes temporales, sino refugiados que buscan protección internacional, dicen expertas a DW. El círculo de doble escape es otro nivel de la tragedia
La pandemia le suma a los migrantes otra estigmatización, además de la de ser pobres y extranjeros: «Ahora, la pobreza de los refugiados caminantes es relacionada con enfermedad, aunque el coronavirus haya llegado en avión», dice a DW Adriana Parra, de la Fundación Entre dos Tierras, con sede en Bucaramanga, Colombia.
«Para muchos, un refugiado que lleva caminando cinco días o más, sin ducharse, y con ropa sucia y maloliente es sinónimo de contagio», describe Parra -abogada de la Universidad de los Andes, en Mérida, Venezuela- la situación de los venezolanos que, según ella, se les ha llamado equívocamente «migrantes». «Lo que ellos buscan y necesitan es protección internacional porque huyeron del hambre, de la falta de atención médica o de la persecución política». Para la socióloga Ligia Bolívar, «el gran problema de los venezolanos migrantes es que aún son vistos como si estuvieran de paso», y aboga por una completa integración que le permita a ellos y sus países de acogida invertir y construir futuro.
Tras años después de que venezolanos en busca de protección huyeran a pie a otros países, las medidas contra la pandemia han dejado sin techo y sustento a miles de ellos que ahora han emprendido un viaje de retorno, más tortuoso, más incierto y más peligroso que antes. ¿Un fenómeno masivo?
«Si bien es un drama humano, hay que precisar que ‘solo’ el 1 por ciento de los más de 5 millones de venezolanos que habían salido de Venezuela está ahora regresando», aclara a DW Ligia Bolívar, investigadora asociada del Centro de Derechos Humanos de la Universidad católica Andrés Bello de Caracas, encargada del área de migrantes y refugiados. Según la socióloga, «los registros hasta el 1° de junio de 2020 daban cuenta del retorno por las vías legales de 68 mil personas. Si se contabilizaran los pasos por las trochas serían unos 75 mil retornos».
Desatendidos y negados en su país, ahora son de nuevo revictimizados
Mientras el Gobierno de Venezuela maneja la pandemia con absoluta falta de transparencia, acusa a los retornados de llevar el coronavirus a su país. «Esta es otra monstruosidad del régimen de Nicolás Maduro que siempre negó que sus ciudadanos estuvieran abandonando el país, y que ahora dice que están regresando masivamente, mientras la pandemia en Venezuela está fuera de control», resalta la investigadora de la Universidad Andrés Bello.
Si bien la mayoría de los venezolanos ha regresado desde Colombia, también lo han hecho desde Ecuador, Perú, y hasta de Chile. «En varios países como Colombia, en donde el 90 por ciento de la población venezolana sobrevive de la informalidad, y la mitad se encuentra en estado irregular, los primeros afectados por la cuarentena han sido los más vulnerables», recalca Bolívar.
Familias venezolanas en la vía de regreso a su país. Adriana Parra, de la Fundación Entre dos Tierras, con sede en Bucaramanga, Colombia, sale con volutarios al camino a socorrerlos.
La sociedad civil, más activa que los Estados y gobiernos
La Universidad Andrés Bello realizó un sondeo sobre la «Respuesta de los Estados a la situación de personas migrantes y refugiadas (venezolanas) en el marco de COVID-19», incluido España, y que indagó sobre alimentación, vivienda, salud, protección del estatus migratorio y transferencias monetarias. 45 organizaciones humanitarias de 16 países respondieron el cuestionario. Un hecho que concuerda con uno de los resultados, según Ligia Bolívar: «En su mayor parte, no son los Estados los que están atendiendo a los venezolanos que necesitan protección en la pandemia, sino organizaciones de la sociedad civil, algunas con ayuda internacional».
Colombia, destaca la socióloga venezolana, «es el único país que ordenó tratar sin distingo a nacionales y extranjeros, en caso de requerir asistencia médica por el coronavirus. Aunque la demora en congelar los alquileres significó desalojos de muchos migrantes, que son quienes ahora regresan a Venezuela». A una Venezuela, acota la investigadora, «en donde, si bien la familia los recibe con los brazos abiertos, pronto son una carga más, sin las remesas que antes enviaban». Cerca del 30 por ciento de los venezolanos recibían giros desde el exterior, antes de la pandemia.
No pueden frenarlos, pero tampoco alentar el retorno
Debido a la rígida cuarentena en Colombia, y los toques de queda en algunas regiones, los venezolanos que regresan a su país están solos, sin recursos y sin transporte: «El estado de los caminantes es de completa vulnerabilidad, porque todos los albergues, casas de paso, conventos y colegios están cerrados y los voluntarios y gente de buen corazón están obligados a quedarse en sus casas», se lamenta la colombo-venezolana Adriana Parra, quien cuenta que «acabamos de salir a socorrer a cinco chicos que venían caminando desde Tunja de regreso a Venezuela con la única ayuda de una carreta. Logramos darles objetos de bioseguridad, alimentos, abrigo y recarga del celular».
Las organizaciones humanitarias en Colombia han acordado no desestimular el regreso, pero tampoco auparlo, puesto que entienden que el retorno es la decisión personal de cada uno. Aún así, Adriana Parra considera que es un deber contarles lo que les ha sucedido a otros caminantes, una vez cruzan la frontera: «Sabemos de personas que han sido robadas, desaparecidas, de algunos que nunca llegaron a donde sus familias. Además, los sitios en donde tienen que pasar la cuarentena en Venezuela carecen de agua y luz. Allí han muerto ya varios de los retornados». Además, el riesgo de contagio crece con la aglomeración en la frontera: «Junio comenzó con unos 500 represados en la frontera». Para Adriana Parra es «muy frustrante decirles que no se vayan, pero no tener qué ofrecerles para que se queden».
La cuarentena, que empezó con un simulacro en Bogotá el 20 de marzo, se ha extendido bajo el nombre de «aislamiento preventivo obligatorio» hasta el 1° de julio de 2020 en todo el territorio nacional. Y la emergencia sanitaria continuará vigente hasta el 31 de agosto.
La subsistencia de la gran mayoría de los venezolanos en Colombia depende de las ventas diarias, o la caridad. Ahora, la cuarentena se ha convertido en una trampa del hambre en Colombia, cuando el mismo mal ya los había sacado de su natal Venezuela.
La carretera destroza los zapatos, y los pies mismos
A la población migrante se le han cerrado las opciones: el riesgo de desalojo sigue pendiendo sobre ellos las 24 horas. Muchos viven en «pagadiarios», albergues informales en donde pagan entre 5 y 20 mil pesos (hasta unos € 4), según el número de personas en una pieza. «Así que están obligados a salir a pedir limosna en los semáforos, limpiar parabrisas o vender caramelos. Y quienes salen son multados o, como ha sucedido, deportados a medianoche, sin que puedan tener acceso a asistencia jurídica», relata la abogada Adriana Parra, que intercede, a menudo ante las autoridades.
La Fundación Entre dos Tierras busca ahora tratar las ampollas de los venezolanos a los que las carreteras les destruyen los zapatos, y los pies mismos. Personas dignas de protección humanitaria internacional que ni siquiera pueden «darse el lujo de desvanecerse», como relata un caminante: «Llevo varios días sin comer y no me he desmayado porque temo que me tomen por enfermo contagioso».
¿Qué decirle a quienes se les cruza la idea de regresar? Nadie se atreve a destruir sueños ni a matar esperanzas. La socióloga Ligia Bolívar atina a advertir que, en todo caso, «no regresan a la Venezuela mala que les tocó abandonar. Regresan a una Venezuela peor». Esta vez, en la escala de posibilidades para los venezolanos que retornan, la de morir está mucho más arriba. Morir en el segundo intento.