Héctor Escandell | ¡Ey!, espabila. ¡Hay que ir a votar!

El otro día estuve en una charla del historiador Tomás Straka, y durante su ponencia -con tono casi de maestro de primaria- explicaba y hacía un repaso de los momentos electorales venezolanos. Se paseó con especial énfasis en los siglos diecinueve y veinte; contó anécdotas de la evolución y las conquistas ciudadanas, del cómo empezamos a elegir congresistas, presidentes y, finalmente, gobernadores y alcaldes. También, rememoró el cómo las mujeres le arrancaron un cachito a la antigua práctica machista de votar.

Pero, lo que más me llamó la atención de la historia electoral criolla es que nunca, nunca, nunca un proceso eleccionario ha gozado de total legitimidad, transparencia y confianza. Si hay algo que se repite siempre, siempre, siempre, es que quienes están en el poder utilizan -con más o menos descaro- los recursos y mecanismos de control social para seguir ocupando los cargos públicos.

Lo que acabo de escribir no es para desmoralizar ni mucho menos, es solo para refrescar la memoria y para que recordemos que a pesar de eso, los ciclos tienen puntos finales. Las guerras independentistas, los caudillos, las dictaduras y hasta la democracia bipartidista cerró, en alguna medida, con elecciones. El ejercicio ciudadano de presionar votar en una máquina siempre rinde frutos.

Sin embargo, sabiendo esto, tengo semanas preguntándome si vale la pena ir a votar. ¿Qué gano?, ¿Qué ganamos?

Lo primero que se me viene a la mente son aquellos tipos que decidieron hacer república, aquellos que cuestionaron la autoridad de “su majestad” el Rey. Trato de imaginarme aquellos días de 1810 y aquel papel donde escribieron y firmaron por vez primera la palabra independencia. Pienso en eso y me ilusiono con repetir la hazaña.

Luego cierro los ojos y escucho el galope en Carabobo y otros campos. El crujir del suelo, el estruendo de las espadas y las lanzas, me imagino la escena y me pregunto: ¿Valdrá la penar hacer algo hoy para reconquistar la libertad?

Después de intentar comprender aquello, pienso en los venezolanos sufriendo a Juan Vicente Gómez, padeciendo a Marcos Pérez Jiménez y trato de imaginar la celebración del 23 de enero, la algarabía en las calles y me vuelve a ilusionar la posibilidad de ser libre.

También sé que los tiempos cambiaron, sé que hay algo llamado “democracia”, un modelo que intentaron experimentar por más de cuarenta años y que se esfumó en un pestañeo. Las causas siguen en debate. Lo cierto, es que ahora estamos atravesando una etapa oscura. Revivimos la era del totalitarismo y de las dictaduras, pero en el contexto del siglo veintiuno.

Hoy el voto es la única herramienta ciudadana para pararse frente a los poderosos y decirles ya, ¡no más!, votando se desahogan frustraciones, se rompen ataduras y se recupera la dignidad. Votar es la única forma legal y pacífica de botar la maldad y la opresión.

Yo voy a ir a votar porque el país gana en ciudadanía. Yo creo que hay que votar porque la abstención no resuelve nada. Votando protesto, votando levanto la mano y digo que el totalitarismo no es mi elección. También voy a votar para reivindicar un derecho que costó vidas, para no lavarle la cara a los que mañana nos van a decir: Venezuela encontró un mejor modelo de participación que no necesita del voto universal, directo y secreto.

Definitivamente, hay que ir a votar porque es un acto de valentía, votar es revirarle al que se esfuerza para que sigas paralizado ante la crisis. En fin, no sé si hay más argumentos, pero creo que votando gano más. Aunque como siempre, nadie confíe en el CNE, aunque haya ventajismo.

Pd: Olvídense de militares y pociones mágicas. Es con el voto que vamos a reescribir la historia.