Las llamadas tareas dirigidas fueron siempre una especie de ayudantía, de apoyo al estudiante para reforzar temas o materias que no lograban completarse en las clases rutinarias. En sectores populares se conocieron hermosas iniciativas de centros comunitarios que funcionaron en casa de vecinos y que atendían a esas necesidades. Una experiencia de esa naturaleza la cuenta la organización CECODAP, que nace como centro comunitario de aprendizaje (de allí sus siglas) que propició una experiencia no convencional de atención preescolar con participación de la familia y la comunidad, como lo recoge su portal oficial.

Esa no parece ser la justificación que podemos dar hoy. La omisión del gobierno ha propiciado el sistema de supervivencia que significa la aparición de escuelas paralelas, ello no supone la inclusión en el sistema educativo. Por el contrario se corre el riesgo de romantizar la crisis a fuerza de emprendimientos y resiliencias que sólo matizan la responsabilidad del Estado y que a fuerza de voluntarismo se constituye una periferia que empeora la brecha entre los que pueden y los que no.

Legalmente en Venezuela, la educación es concebida como un servicio público que se materializa en las políticas educativas dentro del diseño del Estado docente que delinea la Ley Orgánica de Educación. Esa concepción es obligante para el gobierno que debe responder por “la idoneidad de los trabajadores y las trabajadoras de la educación, la infraestructura, la dotación y equipamiento, los planes, programas, proyectos, actividades y los servicios que aseguren a todos y todas igualdad de condiciones y oportunidades” en las instituciones educativas oficiales y el cumplimiento de esas condiciones en las privadas.  (Ley Orgánica de Educación, artículo 5).

No parece plausible seguir incentivando la inercia anti-institucional, que es una forma más de derruir a la democracia

La noción de servicio público tiene un interesante matiz histórico que nos permite entender su importancia en la conformación de los Estados nacionales que ameritó el reforzamiento de la identidad y el sentido de nación, y de una ciudadanía contralora que participa en la vida política, ésta última en su acepción más amplia; para ello se requiere de instituciones. De modo que no es baladí atender a ese concepto que apunta a marcar la ruta de un asunto que obedece a un sistema en el que el Estado y sus instituciones, las familias, las comunidades y los sujetos en particular deben trabajar en sinergia y no cada quien por su lado.

El tema educativo en Venezuela es como una cebolla, no sólo porque irrita y evoca llanto sino porque debe ser abordado atendiendo a cada una de sus capas: es un derecho humano, es un servicio público, tiene que ver con los salarios de los educadores y de los trabajadores de la educación, también es escuelas dignas, es equipamiento, y son planes, programas, proyectos, actividades y servicios. Y si, es loable el esfuerzo que se hace en muchas comunidades para atender a los escolares vecinos pero no resuelve, básicamente porque no se trata sólo del niño o la niña que aprende a leer.

El voluntarismo no puede sustituir la metodología y la pedagogía que involucra el proceso de aprendizaje, que combina al elemento cognitivo y también al axiológico y social. Pero además, se debe atajar la tendencia que excluye a la responsabilidad del gobierno y pone en cabeza de cada ciudadano la resolución de los asuntos, sobre todo cuando ese asunto tiene que ver con el derecho humano a la educación, con el respeto a la digna labor de los educadores pero también con la institucionalidad.

No es lo mismo tapar los huecos de nuestra calle o cambiar la tubería del agua entre los vecinos que gestionar al sistema educativo a través de iniciativas vecinales. No parece plausible seguir incentivando la inercia anti-institucional, que es una forma más de derruir a la democracia, de robustecer el desinterés por el Estado de Derecho y una fórmula subrepticia de legitimar la violación de los derechos.

Ciertamente que estamos ante una circunstancia que reta a nuestra capacidad de adaptación, ojalá que al esfuerzo comunitario se sumen voluntades que incidan en la visión y el enfoque para demandar y generar los cambios, y propiciar la transformación de nuestro sistema educativo. No debemos conformarnos con el ventetú que alienta el desorden, la fragmentación, la exclusión, en fin, que apuesta al quiebre para convertirnos en una sociedad sin referentes y sin soportes éticos.