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Rafael Uzcategui

Sociólogo y editor independiente. Actualmente es Coordinador General de Provea.

Rafael Uzcátegui | El sábado 6 de enero, un día antes de Reyes y de las “auditorías” de la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) que obligó a los supermercados a rebajar el precio de algunos de sus productos, estaba en el Central Madeirense (CM) –una histórica cadena de automercados establecida en Venezuela en 1949- de Los Próceres, en Caracas. A pesar de mi veta antimilitarista, frecuento este Centro Comercial ubicado dentro de un perímetro de seguridad militar de la Capital, adyacente al “Fuerte Tiuna”, debido a su cercanía de casa y que a diferencia de otros Malls ubicados más hacia el este de la ciudad, sigue siendo un sitio bastante seguro dada su impronta castrense.

Ese sábado la zona de charcutería, hacia la parte final del local, mostraba la escasez que ya se ha hecho costumbre. De hecho la única proteína animal que se ofertaba eran trozos de pavo en diferentes presentaciones. Aclarar que a diferencia de las fotos que divulgan los chavistas extranjeros sobre anaqueles de supermercados llenos, ubicados al lado de sus hoteles 5 estrellas en las zonas más pudientes de la ciudad, este CM se encuentra equidistante tanto de zonas de clase media (Los Rosales, Las Acacias) como de clases populares (El Valle, Coche). Durante todo el 2017, por lo menos, mucha de la estantería se completa con un solo producto y es evidente el deterioro progresivo de las instalaciones.

Una de las neveras del área de charcutería conservaba un tipo de alimento para animales que asemeja una pieza de embutidos, siendo huesos de pollo molidos, mezclada con grasas y pellejos varios, y congelada finalmente. Diferentes consumidores llevaban 6 u 8 paquetes del alimento, hasta que la existencia se agotó. En las colas para pagar, donde uno puede pasar entre 1 o 2 horas, el agotamiento de los temas llegó hasta el comentario del alimento para perros que, según, estaba siendo cocinado y servido en la mesa de humanos. Aquella conversación me parecía irreal, aunque ya había conversado con amigos la posibilidad que en algunas zonas rurales se estuviera comiendo perros y gatos.

De vuelta a casa hice el comentario en redes sociales y comencé a buscar si otros conversaban sobre el tema, para confirmar mis temores, o había tenido la casualidad de presenciar la compra alternativa a la Perrarina de un grupo de amantes de los animales. En twitter me respondieron que conocían el fenómeno y que, efectivamente, estaba siendo consumida por personas. Incluso alguien reconocía que ante la falta de otro tipo de proteínas, el mismo lo había consumido.

En Facebook, otra persona que había estado otro día en ese mismo supermercado, escribió un post relatando sus impresiones: “La señora -blanca, gorda y de baja estatura- echaba el cuerpo sobre la nevera para tomar dos empaques cada vez. Volvía y dejaba los paquetes congelados en el fondo de su carrito de metal. En total, agarró ocho piezas congeladas de una pasta de carne rosada que, el 4 de enero, abundaba en un refrigerador del Central Madeirense ubicado en el Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Ipsfa).

Se acercó un hombre -quizá cuarentón, ojeroso, alto, delgado- con un carrito vacío. Intercambió algunas palabras con la señora y luego se quedó mirando la nevera repleta mientras otras tres personas repetían la secuencia: tomar dos, tres, cuatro paquetes; colocarlos en el carrito y marcharse.

Me quedé cerca, observando, escuchando, entendiendo qué hacía de esta nevera una parada casi obligada. “11.750 Bs/Kg” (en una ciudad donde el kilo de carne común sobrepasa los 350.000 bolívares). Es eso, supuse, mientras veía ahora al cuarentón apilar paquetes en su carrito. Tomó 10, en total.

Repasé el cartel y luego tomé uno para repasar la etiqueta: “APP, alimento para mascotas. Hecho en la República Bolivariana de Venezuela. Ingredientes: Hueso de pollo molido”.

Entre las voces alrededor escuché a una mujer dar una sugerencia: “Le pones par de huevos revueltos y listo. Resuelves y queda sabroso”.

“Queda sabroso”… Como que no es la típica opinión de un perro”.

Las evidencias están ahí. Quien recorra mercados podrá constatar que, de hace un tiempo, los venezolanos están consumiendo cosas destinadas a los animales: Arroz picado, forraje y maíz para cerdos, huesos de pollo molidos. Lo que los activistas denominamos “Emergencia Humanitaria compleja” posee, para interesados y escépticos, hechos fenoménicos. El derrumbe de las esperanzas y los liderazgos ha socializado el “sálvese quien pueda”.

El madurismo, el chavismo burocratizado realmente existente, ha superado en todo –hasta en los mitos urbanos- al pasado que decía dejar atrás. Ahora se está comiendo cosas para perros. El día que escribí esta nota volví al CM y la escena se repitió, aunque con un añadido, más oferta de hueso de pollo molido a un mayor precio –casi 30.000 bs el kilo-. Un señor cuarentón de camisa a rayas manga larga, jeans y zapatos deportivos, pudiera ser yo, ilustraba a una señora: Sofrita y servida con arroz. Tan normal, como quien repite una receta de Sumito Estevez. Quizás su capacidad de resiliencia es mayor a la mía y, por ello, su racionalidad es la de la crisis, del sobrevivir en estas circunstancias. Habrá quien siga sorprendiéndose por que haya quienes aprovechen las rebajas por decreto del Sundde, pero por lo pronto yo seguiré con mi estupefacción por lo que a todas luces creo que es un profundo daño antropológico, lo de resignarse a comer lo que en situaciones normales sería lo que sobra y se destina a los animales.

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