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Luisa Pernalete

Educadora, promotora de la convivencia pacífica y la defensa de los DDHH

Luisa Pernalete | Hoy (01/12/18) estuve en una escuela del 23 de enero. Iba a una consulta con niños y niñas de 5 grado y con unas madres sobre el tema de qué hacer para que se mejore la convivencia en la casa y en la escuela. Las madres, conversadoras como siempre, y los estudiantes, espontáneos, muy participativos, como siempre que  han tenido una buena educación. El plantel, de estructura sencilla pero muy limpia, ordenada y con ambiente navideño. ¡Me admiro de la creatividad de los docentes! Hacen maravillas.

Al final de la mañana, la directora Noelia, con décadas en Fe y Alegría, me dijo que  la coral del colegio  quería hacer una presentación. Entraron los niños y las niñas, ordenaditos, cantaron aguinaldos tradicionales, muy disciplinados y afinados. Me conmovió  ese oasis en medio de tantas carencias y tanta violencia, y casi lloro cuando pensé que la próxima semana no habrá clases. “Suspendidas las clases por órdenes superiores” y por esa orden, los padres no escucharán lo que yo estoy escuchando porque será difícil que se reincorporen el 11 para luego salir el 14.

¿Y la razón de vulnerar el derecho a la educación por una semana – que serán dos? ¿Un deslave? ¿Un volcán? ¿Un terremoto?  No: Unas elecciones de concejales. ¡Una semana sin clases por orden de las autoridades!

Un día de clases es sagrado. Un día perdido no se recupera nunca. Una suspensión por una semana es más pecado si las causas son injustificadas. ¿Saben ustedes en cuál otro país de América Latina se suspenden clases por una semana por elecciones? ¡Ninguno! Solo en Venezuela, en el resto del continente las escuelas se entregan el viernes en la tarde y si no hay ningún problema, el lunes siguiente los estudiantes asisten con normalidad a su centro educativo. Eso me informó un compañero que está en una reunión internacional en la cual hay gente de casi toda América Latina. Busquen el google, solo Venezuela aparece con esta medida.

En el año 2000, trabajaba yo en el Estado Bolívar. Ese año, a principios de diciembre, las autoridades de El Dorado, ordenaron a Fe y Alegría suspender clases en su escuela porque se había fugado del penal un peligro delincuente –de apellido Avendaño, si mi memoria no me falla- preso por haber asaltado unos camiones blindados. Las autoridades temían que el famoso delincuente fuera rescatado por su banda, y dado que nuestro colegio queda poco metros de lo que en un eufemismo se le llama “aeropuerto de El Dorado”, o sea: una pista de aterrizaje,  se corría el peligro  de ser tomados como rehenes alumnos y maestros. Nos reunimos con los maestros, vimos que de verdad era un riesgo permanecer en el local, pero no estábamos dispuestos a privar a los alumnos de dos semanas de clase. En un discernimiento comunitario, decidimos pedir a las familias que nos prestaran sus casas. Cada grado se ubicó en una casa de familia, al otro lado del pueblo, y las actividades especiales de navidad, se celebraron en la plaza. ¿No creen que hicimos lo adecuado?

Yo recordaba esa anécdota, que da cuenta de la seriedad con la que nos tomamos  el derecho a la educación y me daba rabia y dolor saber que desde el 4 las aulas quedarán vacías.  Pero no se trata sólo del derecho y del sentido del deber, se trata también de la necesidad  preservar espacios sanos, alegres que la escuela brinda en diciembre y que permiten que los niños conserven algo de su vida de niños. En muchas comunidades, a veces es la única alegría que  esta población   tiene en medio de tantas tristezas. Aún la escuela más pobre y menos creativa, se las ingenia para dar un respiro. Los venezolanos tenemos la música en el ADN. Un cuatro, unas maracas y una tambora improvisada, cantar Niño Lindo, Fuego al Cañón, Cantemos Cantemos, Corre Caballito, incluso entre familias no creyentes, forma parte de nuestra  cultura como país. Suspender clases en diciembre es como robar parte de  la infancia a muchos niños. ¿Cuántas navidades llevamos con clases interrumpidas por elecciones?

Hay otro elemento: los derechos humanos no pueden competir entre ellos. El derecho a la participación  – las elecciones – conspira contra el derecho a la Educación de los NNA, los cuales, y perdonen el disco rayado, son Prioridad Absoluta (Art.78 de la CRBV vigente aún, y el Art. 7 de la LOPNNA). Se vulneran los derechos por orden de las autoridades. Créanme, eso no pasa en ningún otro país.

Añado algo más: No es necesario suspender una semana por un proceso electoral, vayan muchos o pocos ciudadanos a ejercer su derecho al voto, no es necesario. Solo pierden los alumnos, los padres que tendrán que ingeniárselas para ver en donde dejan a sus hijos por estos días. ¿Quién gana? ¿A quién ayuda esta rutina escolar interrumpida por órdenes superiores?

No hay duda de la orfandad en la que están los escolares en Venezuela: sin servicios, sin transporte, sin comida, y sin clases. Los ciudadanos debemos expresar nuestro apoyo a los NNA.

Yo le pido al Niño/ bendiga a la escuela/ pues si no educamos/ ¡Pobre Venezuela!// El Niño Jesús/ dijo con cariño/ Quiero que en la escuela/ se queden los niños// Al Niño le pido/ en esta oración/ proteja el derecho/ a la educación// Y digo al gobierno/ en la navidad/ No olviden que el niño es/ es la prioridad.

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