Mujer, maestra, mamá, madrina. Parece una lección de lenguaje para practicar las familias de palabras, pero se trata de una asociación que hace continuamente la profesora Luisa Pernalete, educadora con más de 30 años en la institución Fe y Alegría.

La maestra Luisa piensa en la cantidad de mujeres que hacen de la carrera de educación una profesión marcada por lo femenino, y aunque aclara que aún persiste en ese esquema mucho del estereotipo social, también celebra que la educación sea la vía más directa para la liberación y transformación de la vida de las mujeres.

“En América Latina, la primaria es una carrera donde predominan las mujeres, ni qué decir del preescolar donde 99% de las docentes son mujeres. Estamos viendo que quienes trabajamos en educación tenemos no doble sino una triple jornada porque igual nos estamos encargando de las labores en casa, trabajamos como maestras y debido al fenómeno de la niñez dejada atrás, también nos convertimos en una especie de madrina -la segunda madre- de los niños que quedan sin referentes porque los padres se fueron del país”.

Pernalete habla de una realidad que conoce de cerca: aunque no haya cifras oficiales de un problema que ni siquiera ha sido reconocido o mencionado por el Estado venezolano, nada más en las escuelas de Fe y Alegría los datos indican 7.700 niños que entran en esta situación, bien sea porque su madre, su padre o ambos emigraron.

“Estos niños requieren una protección especial porque a veces se quedan con una abuela, una hermana, pero también con personas que no son su familia y allí la maestra se debe convertir en una madrina más rápidamente. Nos han ido traspasando ese rol y es un trabajo callado sin heroísmo que casi no se reconoce”.

Aunque sabe que se trata de un trabajo silencioso y no reconocido, también destaca que muchas cosas están cambiando. Lo muestra con una anécdota mientras realizaba una investigación “dejamos de preguntarle a las mamás si trabajaban o no, ahora le preguntamos ¿trabaja fuera de la casa? Porque ellas mismas reconocen y son conscientes de que el trabajo del hogar es un trabajo, y bien fuerte”.

La profesora sabe que educar no es solo enseñar la tabla de multiplicar o aprender el abecedario. Hay que hacer visible lo que también nos educa como sociedad. “En clase, los niños lo expresan: ¿cuándo llega mamá del trabajo, qué hace? Y ellos dicen: uffff, un montón de cosas, hace la comida, recoge la ropa, se pone a lavar y me ayuda con las tareas ¿Y cuándo llega papá de trabajar, qué hace? Bueeeno, descansa y se pone a ver televisión”, cuenta Pernalete y por eso destaca que el trabajo de igualdad, respeto y confraternidad hay que inculcarlo desde que son pequeños.

“Así comienzan a entenderlo todos en casa, incluso las mismas mamás porque las mujeres somos transmisoras de la cultura machista, a veces sin darnos cuenta. Las mamás comienzan a distribuir las labores del hogar, ya no se recarga a la niña que además de hacer sus tareas también tenía que hacer oficio. Si uno lo hace consciente es capaz de cambiar los roles y hacer más equitativo el trabajo en el hogar. Eso va a cambiar las futuras relaciones”.

Formar con liderazgo

Pernalete se entusiasma cuando observa aunque sea pequeños cambios en la dinámica de trabajo que involucran equipos liderados por mujeres: “la gestión femenina se nota tremendamente en una escuela” y recuerda que toda su experiencia ahora le permite ver con claridad, algunas diferencias que asumió como jefa que ahora son significativas.

“Fui la primera directora zonal del estado Zulia y todos los que me precedieron eran hombres religiosos y jesuitas. Al principio no se entendían algunas cosas pero, por ejemplo, algo que incorporé fue hacer un alto en el trabajo para celebrar el cumpleaños de los trabajadores porque era algo que les hacía sentir en familia, ser reconocidos. No era el cumpleaños solamente, sino el sustrato que se guarda cuando tienes un equipo que trabaja muchísimo. Esas cosas importan”.

Y por supuesto, la educación como vía para mejorar la vida es una misión que la acompaña.

“Veíamos en las comunidades indígenas lo que costaba que entendieran que las muchachas debían continuar estudiando. Teníamos un internado en el Alto Caura pero era solo para varones aunque muchas mujeres de la comunidad yekuana querían estudiar, eso fue la entrada para que fueran al bachillerato, allí logramos que se viera como un derecho. Y las muchachas que se solían embarazar muy jovencitas a los 13 y 14 años, notamos que con el tiempo muchas esperaban y terminaban primero sus estudios”.

Ante la pregunta de si la escuela está formando para que las niñas y adolescentes se asuman en la vida política, Pernalete reflexiona “Como sociedad no lo estamos planteando. Hay algunos caso porque uno va viendo en las escuelas a las lideresas, además somos buenas en el verbo y eso anima. Por ejemplo, hay un proyecto en Barquisimeto que surgió porque las niñas más aplicadas eran objeto de bullying. Entonces, los sábados se les daba clases para manejar el liderazgo, proyectos de vida a futuro, autoestima, se les formaba en manejo de discurso y eso nos entusiasma. La educación puede ser la diferencia entre el fracaso o el éxito, entre la posibilidad de aprender y de promover la felicidad en el otro que también es importante”.

Pero considera que aún hay mucho por hacer porque persisten estructuras muy machistas y se tienen que empezar a promover otros temas.

“En medio de esta emergencia compleja de resolver el aquí y el ahora, cuando ni siquiera les estamos garantizando educación para todo el mundo, tenemos que seguir trabajando desde los primeros niveles de la escuela para que las relaciones vayan cambiando. La mujer está muy huérfana en las políticas de Estado. Lo vemos porque ¿dónde están las casas de abrigo?  Este año hemos tenido casi un femicidio diario y eso es terrible. Hay que formar en autoestima a las niñas desde pequeñas, educarlas en la adolescencia para que no permitan violencia desde el noviazgo, que sepan identificarlo y respetarse porque el liderazgo modela una sociedad”.