El periodista y ciberactivista asegura que pronto volverá a las redes sociales y aunque tiene prohibición de hablar sobre su caso, entiende que la construcción de esa red le ha salvado la vida un par de veces
Las horas transcurridas han estado infladas de adrenalina para el periodista y ciberactivista Luis Carlos Díaz desde la tarde del lunes 11 de marzo cuando fue detenido por una comisión del Sebin, durante esas casi 30 horas que quedaron sumidas en silencio por una orden judicial, hasta que salió a las 11:08 de la noche por la puerta de El Helicoide rumbo a su casa junto a la fortaleza a su lado contenida en Naky Soto, su esposa.
Sus palabras siguen siendo claras pero a ratos buscan la metáfora para expresarse. Piensa en redes, nodos, tejidos, enjambres. Perfila y dibuja en el aire con sus manos una especie de soporte que lo sostiene. Uno firme que él ha ido entendiendo y construyendo desde 1995 cuando por fortuna pudo contar con una herramienta que asegura le salvó la vida una vez y sin saberlo, hace pocos días, se la devolvió de nuevo.
“Yo soy de Charallave, donde no había cine, ni librerías, la única diferencia es que yo tuve internet en el 95. Cuando llegué a la universidad en el 2001 lo primero que me preguntaron fue ‘¿y allá hay ascensores?’, pero resulta que para entonces yo era parte de la sociedad global, ya no era un niño rural. Internet me salvó la vida”.
Cuando habla de la idea de que la raíz de comunicación y comunidad es “lo que tenemos en común” de inmediato entrelaza sus dedos otra vez simulando una red. “Anotemos otra palabra: el enjambre, en el que -aunque todos estemos dispersos- ante una amenaza nos unimos. Ves un cardumen de peces y ves cómo se mueve y se reacomoda para protegerse. Ciertamente alguno caerá, a algún pececito se lo comerán pero el enjambre tiene la capacidad de ser líquido, moverse y retejerse”.
Esa red que intuitivamente dibuja con sus manos y que es un capital de 364 mil seguidores con el que cuenta su alter ego @LuisCarlos se convirtió en su salvavidas por segunda vez. “La red es la que te sostiene cuando te caes. La red no son tus seguidores, no son los números, la red es cuántas personas irían a ayudarte si se te espicha un caucho o cuántas personas acuden si necesitas una donación de sangre. A mi me protegió ese enjambre, a mi me protegió esa red”.
Ese espacio público que perdió tejido en la realidad, se mudó al espacio privado que paradójicamente permite internet. “40% del tráfico, del consumo de datos de internet en Venezuela se mueve a través de Whatsapp. La gente aprendió que está segura en un espacio más privado. Por eso aunque estamos en un cuadro muy complejo, con el internet más lento del mundo, aunque hayan apresado gente y hayan afectado la inversión en comunicaciones, la densidad de un infociudadano en Venezuela es muy fuerte: para otra gente, internet es para hacer tareas o para entretenerse para nosotros internet es la fe de vida, estamos aferrados a ella”.
Luis Carlos llegó a ese espacio virtual como parte de un fenómeno que él considera tiene dos vertientes: “unos llegan de manera evolutiva y otros de manera traumática. Y Venezuela llegó de manera traumática. Hay una generación de periodistas de menos de 35 años para los que buscar en Google era parte de su trabajo, pero para otros no. Y como aquí quebraron medios, rompieron el mercado de los medios tradicionales, muchos llegaron como un náufrago llega a una isla”.
Cómo todo naufragio dejó secuelas. “En la medida en la que se empobrece el sistema de medios, te das cuenta que te comienzas a desnutrir. La información es como alimento y mientras más desinformado estás te vuelves un ciudadano más torpe, desnutrido, tomas malas decisiones y eso te genera un costo. Por eso mientras más información, más poder”.
Destaca que esto tiene un lado positivo: “Eso implica aprendizaje rápido, colectivo, equivocarse mucho pero también corregir rápidamente”, señala.
Pero advierte que esto no solo lo aprenden los ciudadanos, también lo aprenden los gobiernos. Por eso Luis Carlos entendió pronto que su perfil como comunicador se tenía que mover hacia otros caminos: “entendí que tenía que defender internet y por defender internet, terminé defendiendo derechos humanos”.
“En los países totalitarios los gobiernos aprenden que lo que te sirve para la libertad también sirve para la opresión, así que aumenta la capacidad de control ciudadano. Los Estados también aprenden entre ellos y hay colaboración. Pero en esa misma medida, los ciberactivistas también aprendemos y lo hacemos más rápido”.
Inevitablemente recuerda su participación en un evento realizado en Hungría en el año 2008 en el cual le tocó ser ponente sobre el tema de redes sociales en países con contextos complicados y compartió mesa con un egipcio, un albano y un iraní: todas las historias que lo precedieron involucraban disparos, persecución y cárcel. Cuando Luis Carlos habló de Venezuela pudo resumir que este era un entorno en el cual no había bloqueos de páginas web, ni gente presa, con una velocidad de internet bastante aceptable y un espacio en el cual se podían decir cosas. “Cuando terminé el egipcio me dio un golpecito en la espalda y me dijo ‘espérate’”.
Once años después de aquel momento, Luis Carlos se ve cómo el de la palmadita en la espalda. “La mayoría de los países no tiene esos problemas. Lo que ha pasado en Venezuela me ha formado y forjado muy rápido porque lo que en otros países es un escándalo, para nosotros es desayuno, almuerzo y cena. Soy el de la palmadita en la espalda para alertar sobre los peligros de internet. Por ejemplo, hay países que están discutiendo de manera ética lo que significan los controles biométricos (de huella, de iris, de reconocimiento facial) pero en Venezuela si no das la huella, no comes y punto. Somos la distopía de lo que no debe ocurrir desde hace por lo menos 10 años”.
Y a pesar de entender esos peligros, la amenaza se materializó mientras él rodaba en bicicleta con un casco y un celular cómo única protección. A la reconstrucción de esas horas le cayó el candadito. Luis Carlos solo asegura que su ausencia de las redes sociales no obedece a una prohibición sino a un asunto temporal por limitación de recursos.
Porque si algo dejó claro es que las redes sociales son parte vertebral de su identidad, la que con tanto esfuerzo y dedicación ha construido. “Ahora tengo otro bagaje, un perfil que quizá cambia un poco porque se le agrega la autenticidad de haberlo vivido. Quizá suena feo pero esto construye autoritas, es decir: lo viste en la teoría y lo viviste en la práctica”.
Horas de oscuridad que en algún momento verán luz. “Si me das tiempo libre, estás condenado a que tenga más ideas y durante esas horas me tocó enfrentarme a mí mismo. Así que estoy creando porque hay muchas cosas por hacer”.
Entrevista realizada por Hugo Passarello para Tal Cual y Provea