Mariela Ramírez | La situación que atraviesa Venezuela es muy grave y profundamente dolorosa. El sufrimiento de nuestra gente se ha intensificado como consecuencia de la emergencia humanitaria compleja que ha padecido en estos últimos años, ahora agravada por la pandemia del coronavirus. La erosión de nuestras condiciones de vida se exacerba por la crisis de los servicios públicos y soportamos, aún más, un rosario de calamidades que es inútil narrar a quienes lo padecen, pues los sufrimientos y angustias los conoce bien nuestro pueblo que los aguanta con el cuerpo y con el alma.
Los venezolanos estamos perdidos en el laberinto, sumergidos en sus tinieblas, asfixiados con nuestras propias ataduras, reos de una clase política inmersa en un conflicto que ya alcanza dos décadas; un conflicto que cuenta en su haber con un saldo de destrucción inconmensurable que ha devorado a muchos de nuestros connacionales y al país mismo. En el centro del laberinto habita el Minotauro, monstruo multiforme que fue vencido por Teseo, héroe griego que logra salir ileso del laberinto, orientado por el hilo de Ariadna, a quien también la mitología le atribuye la reunificación en una sola ciudad de las diferentes aldeas del Ática y el nacimiento de la democracia.
Podríamos asumir el viaje de Teseo como una metáfora de la travesía que debemos emprender obligatoriamente los venezolanos para salir del laberinto, desentrañando sus circunvalaciones y rincones hasta enfrentar al Minotauro. Recorrer el laberinto nos permitirá ampliar la consciencia, porque el laberinto también es el lugar de las epifanías y las revelaciones. Recorramos pues los intrincados ángulos y tortuosidades de nuestro laberinto y examinemos cada uno de sus recovecos. Laberinto y Minotauro son uno y el mismo.
En el corredor central tenemos un régimen que cada día profundiza el conflicto. En lugar de dar muestras claras de voluntad política para el entendimiento, avanza a través del TSJ en tomas judiciales de las instituciones y los partidos políticos que lo adversan, aumenta la represión a la protesta social, profundiza los patrones de persecución y las violaciones masivas a los derechos humanos cerrando, cada vez más, los espacios democráticos. Lo hace porque sabe que ha perdido el apoyo de las grandes mayorías y advierte que no puede ganar una elección limpia. Por ello pretende moldear un proceso comicial a su medida, creando su propio ecosistema de partidos, entre otras cosas, para desmotivar la participación, pues busca hacerse “como sea” de la Asamblea Nacional, último bastión democrático e institucional que sobrevive en Venezuela, y ello lo hace para permanecer indefinidamente en el poder, a pesar de que sabe que con estas acciones cerrará toda posibilidad de bienestar y desarrollo para el país. Su único objetivo es preservar la hegemonía, aunque sea a costa de condenar a la nación al aislamiento y la miseria.
A uno de sus costados ha logrado atraer a miembros de organizaciones políticas de la oposición que dicen trabajar por el cambio político y la democracia y que, sin embargo, reclaman por vía judicial la jefatura de los partidos. Es cierto que las organizaciones políticas en Venezuela deben renovar sus directivas, pero recordemos que el oficialismo cerró los canales de elección de autoridades en su plan de destruir a los partidos y a las instituciones y, lamentablemente, algunos dirigentes utilizaron esta excusa para preservar su jerarquía, en lugar de innovar y diseñar mecanismos propios para las prácticas democráticas. Eso es deplorable y nos dice mucho del talante democrático de esos líderes, pero igual de deplorable es que quienes reclaman democracia dentro de los partidos intenten tomar por vía judicial la jefatura de esas organizaciones, en complicidad con quienes han secuestrado todos los poderes en Venezuela.
Al otro costado del régimen, políticos que dicen defender la ruta electoral han llevado a cabo un diálogo “nacional”, donde los únicos que han participado son ellos y el grupo en el poder. Estos políticos son los mismos que avalaron el proceso electoral del 20 de mayo de 2018, sin garantías, ni observación internacional, abriendo las puertas a la juramentación ilegítima de Nicolás Maduro como presidente. Se han prestado para reformas que son regresivas de nuestros derechos y para la toma judicial de instituciones y partidos políticos , justificando lo injustificable, y dando muestras claras de que persiguen la satisfacción de intereses personales muy alejados de las soluciones que necesita nuestro pueblo.
En los corredores laterales podemos encontrar a los partidos políticos con expresión mayoritaria en la Asamblea Nacional, partidos que atraviesan una severa crisis, no sólo por la desmesurada persecución de la cual han sido víctimas, sino también por los múltiples errores que han cometido. Lo más dramático es que no ofrecen alternativas para solucionar los gravísimos problemas de la gente, ni presentan una oferta clara de futuro, razón por la cual su liderazgo se desdibuja día a día en el imaginario de los venezolanos. Estos partidos hablan de una continuidad administrativa, para prolongar el mandato de la Asamblea Nacional, de cara al año 2021, medida que ya en sí misma requiere un debate a profundidad sobre su viabilidad, pero que en todo caso no parece ser una solución a los problemas que vivimos los ciudadanos de a pie. Este grupo ha construido su estrategia en función de factores externos, dejando en manos de terceros el destino de los venezolanos y han hecho apuestas basadas en aventuras divorciadas de las prácticas democráticas. A su lado, hay grupos minoritarios que apuestan por una visión maximalista, distante del terreno en el que la construcción de una coalición democratizadora podría edificar la unión necesaria para salir del laberinto.
En unos y otros corredores yacen amordazados políticos con visión democrática, los llamados “moderados”, silenciados bajo epítetos como traidores o colaboracionistas. En este laberinto se pierden a diario vidas de venezolanos comunes devorados por el conflicto. Ante este desolador panorama surge la pregunta que puede darnos la clave para encontrar el hilo orientador de Ariadna: ¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie?
Aparentemente simple, pero cargada de muchas complejidades, la respuesta a esa pregunta es que debemos profundizar nuestro compromiso de trabajo a fin de poder alcanzar una sólida y nueva democracia, para lo cual es necesario construir desde las bases, mediante un Diálogo Social en el que participen todos los sectores, un nuevo pacto dotado de consensos esenciales, indispensables para la vida de los ciudadanos; un nuevo pacto con el que los venezolanos, indistintamente de nuestra visión ideológica, nos sintamos identificados.
La labor del pueblo organizado debe apuntalarse –con confianza- en nuestra propia capacidad para proyectar y hacer florecer un nuevo orden social, político, económico y cultural, que motorice la recuperación del país y lo enrumbe hacia una cultura de bienestar y prosperidad. Líderes religiosos, académicos, economistas, juristas, empresarios, líderes políticos y sociales, trabajadores y, en general, cada uno de los ciudadanos que aspiramos a vivir en democracia debemos dar un paso al frente en esta hora oscura. Estamos obligados a promover en nuestras comunidades, en las universidades, en las organizaciones basadas en la fe, en las organizaciones sociales, los consejos comunales, así como en todo espacio posible, los canales para la participación ciudadana, con el objeto de conformar todos juntos un indetenible movimiento social que materialice el Acuerdo Nacional por todos anhelado.
Llegó la hora de que el pueblo unido, con su acción cívica, demande a los políticos, de lado y lado, rectificar y aceptar que necesitamos dar pasos firmes en una sola dirección: la construcción de un primer acuerdo que nos permita a los venezolanos recobrar nuestra soberanía en unas #EleccionesXLaDemocracia.
Exigir nuestro derecho a elegir es primordial para la reconstrucción de nuestras instituciones democráticas, hoy en ruina; pero si esta demanda encuentra oídos sordos en el poder que pretende imponerse y no encuentra en el liderazgo político democrático la voluntad de tomar la vanguardia de esta lucha fundamental, nos tocará a los ciudadanos con nuestro esfuerzo mancomunado derrotar al Minotauro, como Teseo, y tejer la urdimbre necesaria para materializar nuestra aspiración insoslayable de cambio, reunificar el país y dar a luz una nueva democracia.