Los habitantes del estado Táchira, al occidente de Venezuela, sufren un deterioro de su calidad de vida, su salud física y mental ocasionada por los prologados cortes eléctricos.  Un ejemplo son los pacientes renales que dependen de las máquinas de diálisis, que se ven afectados por las fallas eléctricas y la escasez de agua. Profesionales, comerciantes, estudiantes y personas que atienden sus hogares se sienten frustrados e impotentes por no poder hacer bien su trabajo ni atender sus obligaciones. Los niños también se ven afectados en su educación y su estabilidad emocional. 

Los tachirenses viven en una calamidad que no parece tener solución.

Anggy Polanco y Prensa Provea | Decir que no hay luz en Táchira se convirtió para muchos en una frase aburrida y repetitiva, incluso ha sido normalizada por los habitantes de esta región fronteriza de Venezuela. Pero más allá de la normalización de los cortes eléctricos, los intensos apagones con los que conviven los tachirenses cada día deterioran su calidad de vida, algunos sufren un deterioro progresivo de su salud física, y otros, aunque no lo noten, están teniendo trastornos en su salud mental.

Los prolongados apagones que se viven en Táchira son una calamidad que afecta a todos los sectores, tanto empresarial, industrial, comercial, como en la vida doméstica de adultos y niños.  En la temporada seca de Venezuela, la situación se ha agravado en la región andina, debido a que, además de los apagones, la Hidrológica Regional del Táchira (Hidrosuroeste) implementa un plan de racionamiento de agua. En consecuencia, las personas pueden tener entre 4 y 12 horas diarias sin fluido eléctrico y hasta 72 horas sin agua por tubería.

Norelis Torres, de 43 años de edad, una paciente renal que se traslada desde el Cantón estado Barinas hasta el sector La Concordia en San Cristóbal para practicar una diálisis tres veces por semana en un centro de diálisis, en cada día de terapia, experimenta una crisis de nervios ante la posibilidad de perder el viaje o quedar con el tratamiento a medias.

“Cuando se va la luz nos vemos afectados muchísimo, ya llevamos varias semanas con las fallas, y nos hemos tenido que ir con bastante líquido y toxinas. Estas máquinas ya no aguantan estar más prendidas y se apagan”, relató Norelis quien el jueves de la tercera semana de enero de 2024 se tuvo que regresar a su casa con la diálisis incompleta.

El temor y angustia que experimentan los pacientes renales no solo se produce al momento de conectarse a las máquinas, sino que cuando arriban a sus hogares, se encuentran en estado de desequilibrio eléctrico y sin la posibilidad de mantenerse en un ambiente fresco, lo que les provoca sed y no pueden consumir agua.  

Desde principio de enero, los pacientes que acuden al Centro de diálisis San Cristóbal también padecen la escasez de agua, pues los equipos de hemodiálisis no pueden funcionar sin líquido, por tanto, deben esperar a que Hidrosuroeste les dote de cisternas.

Agotamiento mental 

Dorquis Montaña, enfermera de la unidad, expuso que es duro y lamentable ver que las personas que acuden tienen una condición que les obliga a permanecer de 3 a 4 horas en un tratamiento dialítico, que se está viendo afectado, tanto por los cortes de luz como por los racionamientos de agua.

“Ayer, (24 de enero) a los pacientes del turno tres veces se les fue la luz. Cuando se va la luz se para el tratamiento o se inicia. Es lamentable porque su vida se va perdiendo, el líquido se acumula y se les va a los pulmones, al estómago y se asfixian”, exteriorizó la enfermera.

La enfermera Dorquis tampoco escapa de la crisis eléctrica, pues tras ver durante el día el padecimiento y preocupación de sus pacientes, en la noche, cuando llega a su casa, se frustra porque no puede avanzar con sus quehaceres debido a que no hay luz ni agua.

“Da impotencia, ayer nos sentíamos mal, porque por más que tú quieras hacer tu trabajo bien no lo puedes hacer, porque ya se nos escapa de las manos, al irse la luz a mitad del tratamiento hay que suspenderlo porque si no van a ir con más peso del que llegan y al llegar casa, es igual, uno llega cansado y no se puede adelantar las obligaciones de la casa”, comentó.

Los niños de la enfermera, se quedan imposibilitados también para desarrollar las tareas escolares, porque así llegue la electricidad, las conexiones de internet quedan intermitentes tras varias horas de apagón.

“Se ve afectada la integridad emocional de los niños, porque no están acostumbrados, si se frustra uno que es adulto, imagínate a un niño que hay cosas que ellos no entienden”, añadió.

Para el psicólogo Félix Patiño, este agotamiento se debe a que la salud mental de los ciudadanos que residen en la entidad andina se está viendo trastocada con episodios de ansiedad y depresión al no avanzar en el primer escalafón de la pirámide de necesidades de Maslow, como: agua, electricidad e internet.  Así pues, si una persona que no avanza en sus necesidades básicas, se queda frenada en el primer escalón.                

“Es un círculo vicioso, cuando se me altera algo que no puedo cumplir vuelvo al mismo, lo que podemos hablar de un mantenimiento psíquico”, detalló el psicólogo. 

Por tanto, los tachirenses ven alterados sus estados del ánimo con frustración, estrés y desesperanza, por no poder cumplir con sus necesidades básicas como el descanso por falta de luz o el aseo personal porque no hay agua.

El especialista apuntó que la falta de servicios públicos, generan depresión y ansiedad, principales motivos de consulta en San Cristóbal, en diversos grupos etarios. 

Sueño interrumpido

Para el defensor de los derechos humanos, Walter Márquez, la crisis de los servicios públicos que se vive en el Táchira, afecta a todos por igual, aunque a algunos en mayor grado, como en su caso particular, que es una persona sensible al frío, más que cualquier persona, debido a las secuelas ocasionadas por la poliomielitis que le afectó cuando nació en Abejales en 1951, cuya enfermedad afecta las terminaciones nerviosas, musculares y óseas, como parte del síndrome post polio.

Por ello, Walter debe dormir con una manta térmica eléctrica todas las noches, pero en medio de la madrugada, su sueño se ve interrumpido por el frío que siente, tras ocurrir un apagón y apagar el funcionamiento de la manta eléctrica.

“Luego de que llega la electricidad, se prolonga el insomnio porque ya he perdido la concentración del sueño. Pero a este caso mío se extrapola mucha gente e incluye temas médicos, gente que tiene respiradores artificiales, los servicios de salud y alimenticios se ven afectados, así como la internet, de la cual dependemos todos en un mundo interconectado”, narró el activista.

Márquez refirió que la ley del servicio eléctrico establece la responsabilidad del Estado en esos casos, incluso, el Tribunal Contencioso Administrativo tiene la facultad de actuar frente a una demanda que se pueda hacer, demostrando los daños que se le causan a cada persona.

La situación en Táchira es crítica porque la solución que se tenía era el Complejo Hidroeléctrico Uribante – Caparo, donde se generan cerca de 800  megavatios, con 300 megavatios en el primer desarrollo de San Agatón y 500 en el tercer desarrollo en Santa María de Caparo en el triángulo de Mérida, Barinas y Apure, detalló Walter Márquez.

Pero, el primer este desarrollo no genera la potencia que requiere el Táchira, por falta de mantenimiento en la represa de Pregonero, donde los embalses se están llenando con la carga de San José. Mientras que el segundo desarrollo en la Presa Las Cuevas nunca se construyó. Y al tercer desarrollo no se le ha instalado toda la potencia que requiere y presenta una fuga de agua a través de unas compuertas, continuó el defensor. 

“Le han estado echando la culpa al fenómeno del niño, pero eso no tiene que ver, temporalmente pudiera ser, pero hay otros hechos graves como la termoeléctrica de La Fría, que por falta de mantenimiento y combustible no desarrolla la capacidad y la termoeléctrica de El Vigía estado Mérida está desvalijada”.

Mientras que, los empresarios del Táchira, a través de la Cámara de Comercio e Industria, afirmaron recientemente que la electricidad que se produce en la Represa Uribante – Caparo es enviada a otras regiones del país, por lo que piden al ministro de Energía que adquiera electricidad de Colombia para suplir la necesidad en la entidad. 

Yionel Contreras, representante del gremio empresarial, solicitó un cronograma de los planes de racionamiento, pues afirmó que las industrias están teniendo pérdidas económicas, siendo el sector de Barrio Obrero, el corazón comercial de San Cristóbal, una zona seriamente afectada.

“Las pérdidas en cada uno de los sectores son incalculables”, subrayó Contreras, quien específico que las fluctuaciones han dañado equipos y sistemas, por lo que detalló solo la reparación de un motor eléctrico de 5 caballos está en alrededor de 700 dólares. 

En los municipios fronterizos Pedro María Ureña, Bolívar y García de Hevia, zonas que se caracterizan por mantener algunas fábricas de pantalones, metalmecánica, calzados, entre otros rubros, los pocos fabricantes que quedan tratan de hacer milagros, cuando se va la electricidad en su sector, a veces corren al otro sector que queda con electricidad, para poder cumplir con sus pedidos. 

Pero en ocasiones los municipios quedan completamente apagados. Incluso, los fabricantes aseguran que la mano de obra calificada nuevamente está emigrando hacia Colombia y Estados Unidos, ante la imposibilidad de laborar.

La solución más inmediata que tendría la entidad en cuanto al servicio eléctrico sería a través de la compra de energía eléctrica a Colombia, cuya transmisión llegaría a través de la interconexión binacional de la subestación San Mateo en Cúcuta y la Subestación El Corozo. Sin embargo, embajador de Colombia en Venezuela, Milton Rengifo, durante su reciente visita al Táchira, aseguró que Colombia está lista para suministrar electricidad a Venezuela, pero hace falta que del lado venezolano se realicen adecuaciones necesarias en la infraestructura para que pueda soportar la llegada del suministro eléctrico desde el país neogranadino. 


La crisis eléctrica en Venezuela ha experimentado una escalada en los últimos años, con una fluctuación diaria constante de energía en todos los estados del país. Un reciente informe de HumVenezuela reveló que la población que sufre fallas intermitentes y prolongadas se incrementó alarmantemente en 2023, pasando del 25,9 % al 61,9 % entre 2022 y 2023. Este fenómeno se atribuye a la caída del 80% en las capacidades de generación eléctrica, resultado de la fragilidad del equipamiento y la falta de personal capacitado.

Los “apagones” recurrentes aumentaron en un 155,9 %, pasando de 147.500 mil a más de 230.000 entre 2022 y 2023, ocurriendo con más frecuencia en los estados Mérida, Táchira, Falcón, Miranda, Zulia y Anzoátegui, y afectando entre un 70 % y un 90 % de sus poblaciones. Por estas fallas, un 67,4 % de los hogares incluía lámparas o linternas de pila en sus necesidades.

Anggy Polanco y Prensa Provea