En el Día Internacional de las Defensoras de Derechos Humanos, conversamos con cuatro defensoras de las regiones, quienes afirman que detenerse no es una opción; su trabajo refleja sueños y metas a las que no están dispuestas a renunciar a pesar de la dura realidad en Venezuela. (En la foto de izquierda a derecha: Eumelis Moya, Yolima Arellano, Grisel Mercadante y Kyara Lugo)

Ser defensor de derechos humanos en Venezuela es resistencia, no solo por el hecho de tener el valor para denunciar los abusos de las autoridades y los incumplimientos del Estado venezolano, sino por las consecuencias que conlleva ejercer esta labor. Solo en los primeros 6 meses del 2024 se registraron unos 592 ataques contra defensores de derechos humanos, un aumento del 92% con respecto al mismo período en 2023, según el Centro para los Defensores y la Justicia.

Al menos 6 personas defensoras permanecen detenidas arbitrariamente en el país, entre ellas Rocío San Miguel y Javier Tarazona, recluidos en el centro de torturas El Helicoide desde hace 259 y 1211 días respectivamente.

Esta situación ha sido descrita por el Observatorio Internacional Odevida como un llamado de auxilio ante la intensificación de la represión de Nicolás Maduro contra los defensores de derechos humanos. “La intolerancia a la diferencia se ha traducido en detenciones arbitrarias prolongadas”, advierte Odevida, reiterando que los defensores de derechos enfrentan procesos judiciales viciados y violatorios del derecho al debido proceso.

A los defensores detenidos se les presentan acusaciones como “traición a la patria, conspiración, asociación para delinquir, terrorismo e incitación al odio” por hacer su trabajo. Para el Observatorio, esta situación es una “señal de alerta para la comunidad nacional e internacional”, ya que evidencia el creciente riesgo que enfrentan quienes defienden los derechos fundamentales en el país.

Esto se suma a la crisis de derechos humanos que atraviesa Venezuela, descrita por una Misión Internacional de los Hechos de la ONU como una situación de violencia sin precedentes. Tras la masiva represión que siguió al anuncio, sin pruebas, de la reelección de Nicolás Maduro para un tercer mandato, la “Furia Bolivariana” y la “Operación Tun Tun” desencadenaron al menos 2.229 detenciones arbitrarias y 25 personas fallecidas en el contexto.

Este panorama no ha detenido a quienes defienden los derechos humanos. A pesar de tres meses de intensificación de la persecución y del creciente cierre del espacio cívico con la amenaza tras la aprobación en la Asamblea Nacional de la Ley Anti ONG, detenerse no es una opción. Además, el colectivo ha experimentado un aumento de los ataques y amenazas, como la citación al Coordinador General de Provea, Óscar Murillo, al CICPC en Caracas el pasado miércoles 20 de noviembre, luego de que la organización solicitara una investigación independiente e imparcial sobre los hechos que rodearon la muerte del activista social Edwin Santos.

Para cuatro defensoras de distintas regiones del país (de izquierda a derecha: Eumelis Moya, Yolima Arellano, Grisel Mercadante y Kyara Lugo), así como para el colectivo, su trabajo no solo representa la resistencia ante la represión, sino también sueños cumplidos y metas a las que no piensan renunciar.


Cuatro defensoras con causas distintas, con sueños distintos, quienes viven desde el oeste al sur de Venezuela, cuentan cómo es ejercer esta labor en Venezuela, qué hacen para estar bien, cuidarse y poder defender a otros.

Desde 2014, Grisel Mercadante decidió que en el Zulia sí se podía reciclar, esa aspiración que hace diez años podía sonar un disparate, se transformó en una fundación, que hoy es referencia en materia ambiental no solo en Maracaibo, sino en el resto del país. Un sueño que cada vez junta más manos para recoger residuos y transformarlos en productos útiles: El Zulia Recicla.

En noviembre de 2014, El Zulia Recicla comenzó con una jornada en la que logró recolectar 64 kilos de desechos con potencial para ser reutilizados. Actualmente, hacen 11 actividades al mes, donde logran recolectar entre una tonelada o tonelada y media de residuos sólidos. Todo el material se va a las recuperadoras locales o artesanías: “Todo va a recuperación, se reutiliza y se recicla, no hay pérdida. Todo el material está limpio y separado”, dice con orgullo Grisel Mercadante, fundadora de esta organización. 

En El Zulia Recicla participan 14 personas, unas entran y otras salen, pues trabajan por proyectos. Cuentan con dos recolectores que les ayudan en las jornadas y a motorizar el trabajo pesado en la recolección de residuos, también con expertos en áreas de reciclaje e ingeniería química y Grisel, quien es arquitecto y forma parte del equipo de expertos. Otros aliados son los docentes en las escuelas en las que brindan talleres para enseñar que el planeta se puede cuidar. 

¿Por qué haces lo que haces? “Porque hasta ahora podemos y eso es importante. Creemos que es necesario para el país visibilizar que el reciclaje es posible como una oportunidad para el saneamiento, que no contamina nuestros entornos, lo que se consigue en Lago de Maracaibo es plástico, entonces estamos obligados a mantener esta tarea que nos trazamos en 2014”, dice Grisel en entrevista a Provea.

La ambientalista indica que recolectar desechos es un medio de vida para muchas familias, en ese sentido, explica que más de 300 recolectores lo hacen desde hace 80 años y no se les reconoce su trabajo, por ello, defiende que sea reivindicado, pues hay gente que camina más de 20 kilómetros diarios para buscar cartón, plástico, metal, como una oportunidad de trabajo.

“Lo hacen sin ningún tipo de respaldo del Estado, sin instrumentos, sin seguridad social. Los recolectores de base: los recicladores o los mal llamados recogelatas, los burreros, son una verdad latinoamericana. En Argentina, Brasil, se les brinda seguridad social, mientras que aquí castigan al recolector por el trabajo que hacen”, explica.

Para Grisel es importante reconocer que el trabajo del Zulia Recicla es posible gracias a mucha gente voluntaria que participa en las jornadas, así como las 21 escuelas donde llevan formación ambiental. Como incentivo para las escuelas, les entregan detergentes, balones deportivos, papelería o pintura equivalente al material que estas logran recolectar en seis meses o un año.

La defensora mira atrás y le encanta saber que la gente se cree el cuento de que es posible recuperar los residuos. “Y no esa mentira de que Venezuela tiene un atraso milenario en tema de reciclaje. Me llena de orgullo que hemos demostrado que es falta de voluntad política porque nosotros, con muy pocos recursos, hemos podido hacer cada vez más actividades”. A la fecha, el Zulia Recicla ha llevado a cabo más de 300 jornadas. 

Grisel es arquitecta y diseñadora urbana, su trabajo no solo se limita a la recolección de desechos sólidos también sirve de consultoría a las empresas que buscan orientación y han hecho propuestas ante el Concejo Municipal para la gestión integral de recolección de desechos sólidos en los municipios. “Las empresas venían lento, pero lo están haciendo por mandato, pero desde el Estado no hay mayor voluntad”, comenta. La falta de datos públicos en materia ambiental también les impide a las organizaciones comprender mejor en qué punto se encuentra la nación con sus compromisos ambientales. 

El mayor sueño de Grisel es que El Zulia Recicla se consolide como algo más fuerte de lo que es ahora. “Quiero que se haga más robusto. A veces es muy cuesta arriba. He tenido muchas situaciones en las que digo ‘ya no aguanto más’, pero tengo un equipo que me ayuda. A veces tengo que hacer la recolección, dar clases, entonces no es tan robusto como para tener un descanso, no tenemos un sueldo propiamente. Tenemos que hacer muchas cosas para cubrir los gastos. Pero pese a todo, queremos demostrar que en Maracaibo podemos hacer reciclaje nosotros mismos”.

Ser mujer y defensora, doble riesgo

Según el monitoreo de Utopix, en Venezuela se registra un femicidio cada 47 horas en promedio. En los primeros nueve meses del 2024, documentaron en un sub registro unos 142 femicidios o lo que significa 142 mujeres que fueron asesinadas por razones de género. Por estas y otras realidades, Yolima Arellano, coordinadora del Observatorio Venezolano de Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo andino, se volvió defensora.

“Actuar como defensora de DDHH en Venezuela es un reto, pues además de sortear la incertidumbre cotidiana y particular ante el contexto social, político y económico local y nacional, debes enfrentar la censura, la autocensura, los avances y retrocesos en la garantía de los derechos y el temor a ser amenazada por hacer tu trabajo”, dice.

A Yolima le han impactado las graves vulneraciones a los derechos de las mujeres expresadas en discriminación, violencias de género y desigualdad, por el solo hecho de ser mujeres, esto la ha sensibilizado y orientado a formarme en esa área, a participar en organizaciones de la sociedad civil que trabajan con esta visión y a incidir desde sus posibilidades, en la transformación de la realidad hostil y desigual, que afecta de forma específica a las mujeres, por la dignificación, el reconocimiento y el respeto que merecen como ciudadanas representantes de más del 50% de la población.  

Su labor se enfoca en visibilizar la desigualdad perpetuada y normalizada en que se encuentran las mujeres con relación a los hombres en todas las esferas sociales, para sensibilizar y promover conciencia de género, manifestada en cambios desde la subjetividad, como el cuestionamiento de aspectos patriarcales que sostienen la discriminación hacia las mujeres, estereotipos, patrones de conducta, normas, tradiciones y el fomento de prácticas que lleven a la igualdad real y efectiva.

Después del 28 de julio de este año, cuando iniciaron las protestas en todo el país en rechazo a los resultados impuestos por el Consejo Nacional Electoral (CNE) que dieron una victoria a Nicolás Maduro, la crisis política y social fue exacerbada. Para las organizaciones y defensoras se han sumado nuevos retos, sobre esto, Yolima Arellano indica que ha sido “una experiencia desafiante, que oscila entre la inmovilidad obligada por las circunstancias postelectorales, el temor infundado y la necesidad de accionar ante la conculcación de derechos fundamentales”. 

A la abogada y docente le llena de orgullo la contribución en la promoción y educación formal e informal de los derechos humanos de las mujeres, sus mecanismos de protección y el ejercicio de ciudadanía desde la sociedad civil en su exigibilidad, defensa y protección. Ella cumplió sus sueños de ser maestra y abogada. Con el tiempo sus anhelos han cambiado, ahora sueña con vivir en un país democrático en el que se respeten, protejan y garanticen los derechos humanos de las mujeres y en un mundo en el que prevalezca la libertad, la igualdad y la paz.

La coordinadora del Observatorio Venezolano de DDHH de las Mujeres núcleo andino apunta además que las defensoras se protegen entre sí con sus colegas y compañeras, sus familias y amistades. “Para mantenerme bien he establecido una rutina que combina la actividad laboral con caminatas, alimentación sana, lecturas, películas, meditación, horario de sueño, y una actitud de fe y esperanza por el arribo de tiempos mejores”.

El activismo LGBTIQ+ como camino profesional

Hace más de 20 años Kyara Lugo se graduó de licenciada en turismo, pero ser una mujer trans bastó para que las empresas le cerraran la puerta y no la contrataran. Esta situación le generó varias etapas de depresión y mucha frustración, pero fue esa misma injusticia la que la llevó por otro camino profesional: convertirse en defensora de la población LGBTIQ+ en Venezuela. En 2023 fue reconocida como una de las mujeres más influyentes en la iniciativa Las 100 Protagonistas.

Salía a buscar trabajo y me excluían por ser una persona trans, a pesar de que me he esforzado, igual no me daban trabajo. Entonces poco a poco entré en el activismo y eso me motivó. Hice un diplomado de DDHH en 2015, he hecho muchos cursos y cada vez que me preparaba eso me motivaba más. Me gusta mi trabajo”, dice desde Maracaibo, donde funciona la organización Asociación Civil Ciudadanía Diversa (Ciudiver) de la que forma parte.

Desde Ciudiver hacen charlas, visibilizan las injusticias hacia este grupo, así como las necesidades, también se han acercado a instancias como el Concejo Municipal para promover la creación de leyes en beneficio de las personas LGBTI, que puedan traducirse en algo de protección. 

Lugo señala que este año también crearon un pequeño proyecto de autocuidado, enfocado en la salud mental y emocional, lo llevan a cabo a través de actividades recreativas y de arte contra la violencia que enfrentan las personas LGBTIQ+ en su vida cotidiana. “Nos ayuda con el impacto de la violencia y de las crisis sociales y políticas y cómo esto nos afecta en nuestras vidas. También a fortalecer la confianza”. 

En estos 10 años Kyara no ha visto mejoría, no se han creado leyes que les protejan. Como mujer trans tampoco ha podido cambiar su nombre en la cédula de identidad, una situación que dice, la expone a sufrir discriminación. Sin embargo, nada de esto amilana a la defensora, cuando la gente le dice “sigue con tu lucha porque es muy necesaria, sigue por tener esa valentía”, son frases que se le quedan y le impulsan a continuar.

Kyara ha tenido dos grandes sueños desde niña: convertirse en la mujer que siempre supo que era y ser gerente de alguna cadena reconocida. Logró lo primero, pero no lo segundo, aunque nunca dejó de intentarlo.

“A los siete años yo jugaba con la ropa de mi mamá, veía el Miss Venezuela, me sentía una chica, soñaba con ser una mujer. (…) A mis 20 años tenía un empleo en una tienda, pero igual sentía la discriminación porque “me veía afeminado”, entonces antes de los 30 años comencé mi transición. Yo decía: yo quiero ser una mujer y gerente de un hotel cinco estrellas, empezar de camarera e ir escalando, pero lamentablemente la discriminación me llevó por otro camino”. Sin embargo, Kyara dice que le gusta su trabajo y que quiere seguir siendo una voz para las mujeres trans y para la comunidad LGBTIQ+ en Venezuela.

En las minas del sur, la lucha se lleva frente a la adversidad

Eumelis Moya habla con una voz tan suave que pareciera que, en vez de hablar, susurrara. A pesar de que ha visto las cosas más duras al sur de Venezuela, nada de esto la ha endurecido, por el contrario, defiende la amabilidad y la ejerce. Eumelis es abogada y la coordinadora de la oficina del Centro de Derechos Humanos en UCAB Guayana. 

“Ser defensora de derechos humanos en Venezuela es complejo porque son demasiados elementos los que convergen en la labor, es una ruleta rusa, es una montaña de emociones, es un vaivén. Ser defensora es querer hacer, querer visibilizar, querer ayudar. Es a veces sentirte puente, es a veces sentir miedo, frustración. Es esa exigencia constante de justicia, de querer hacer, de querer transformar, es motivación, pero a veces te sobrepasa, entonces debes saberlo manejar, saberlo llevar. Es, sobre todo, poner al servicio de otro eso que te mueve”. Con este hilo de razones, Moya explica por qué trabaja en lo que trabaja, incluso en un lugar cuesta arriba como Venezuela. 

En cada persona, Eumelis consigue un motivo para continuar. “Cada vez que alguien te cuenta algo o te dice gracias, esto adquiere razón y sentido. Y cuando hablas con otros defensores que comparten el mismo sentir, el mismo pensar dices: somos un montón creyendo en esto y eso te da fuerzas para seguir”.

Su lucha no es solo documentar la trata de personas, sino también sensibilizar y desmitificar el tema, que las personas comprendan cómo se dan estas dinámicas en las minas, pero también que cuando conozcan que alguna mujer sufre violencia de género por estar allí, la respuesta no sea “ellas sabían a lo que iban”. El reto para Eumelis es mayor, dentro de sus aspiraciones está la de transformar ese paradigma y que la población pueda empatizar con una realidad que no tiene ningún vestigio de dignidad.

Después del 28 de julio, Moya dice que se paseó por distintas emociones: duelo, dolor de ver tantas situaciones inhumanas, tantos jóvenes detenidos, la frustración de no tener una instancia a dónde ir, ¿cuáles instancias? Se pregunta.

“Fueron días de mucha incertidumbre, de mucha tristeza y luego de ese proceso de ¿qué voy a hacer, me quedo en esto? Tienes que pensar en cómo impacta en tu familia. Cuando mis hijos escucharon que estaban yendo por los defensores, entraron en pánico, me decían: no quiero que te pase nada. Entonces hay que seguir, con mucha cautela, sin subestimar situaciones, pero avanzando. Detenerse no es una opción, hay que seguir haciendo las cosas con la responsabilidad que aplica”, dice por varias notas de voz.

A la coordinadora de la oficina del Centro de Derechos Humanos en UCAB Guayana le llena de orgullo el trabajo que han hecho desde allí. “Logramos posicionar el tema con la veracidad de la información, porque mi trabajo es en terreno, hay que ir al campo, hay que ver, eso te permite hablar con propiedad, incluso desde la perspectiva de estas personas que son víctimas. Hemos logrado que estas personas se escuchen, se vean, se sepa de ellas. Me llena de orgullo mi trabajo, también debo reconocer que es un trabajo modesto, no lo hemos hecho todo, falta mucho por hacer”, indica.

De niña, Eumelis soñaba con tener una profesión que le permitiera usar zapatos de tacón, “los stilettos eran una constante”, recuerda. Quería ser ejecutiva y tener maletín. Soñaba también con una familia, con llenar de orgullo a sus padres, con tener un perro. Echa el tiempo atrás y agradece porque lo ha conseguido todo, aunque entre risas dice que a las minas no puede entrar en stilettos.

Sus metas también han cambiado. Hoy sueña con poder seguir, con hacerlo bien, con poder convencer a otros de la importancia de atender la trata de personas. “Sueño con un espacio donde mis hijos no tengan que tener los miedos que han tenido, sueño con un mundo de gente amable, de gente menos dura con el otro, sueño con hacer posibles los sueños”, dice con voz bajita. 

El trabajo de Eumelis arrancó en el último año de la carrera. Se abrió un voluntariado de asistencia a Niñas, Niños y Adolescentes (NNA) con una defensoría comunitaria en la parroquia eclesiástica San Martín de Porres, allí operó un pequeño espacio donde brindaban orientaciones. 

“Me hice defensora de NNA como por tres años y medio. Recuerdo que cuando mis hijos escucharon que yo era defensora de niños, niñas y adolescentes, ellos estaban muy pequeños, vienen y me dicen: “Mami, tú usas capa”. Entonces dije: Oye esa capacidad de impactar de manera positiva, de ser mirada por otros de esa manera tan linda, eso no debe perderse de vista”. Esa escena definió a lo que se dedicaría en los próximos años.

Eumelis al igual que el resto de las defensoras, se apoya en su familia y amigos para mantenerse. “Hay que ser muy sinceros, no es fácil estar bien emocionalmente, no es lo mismo hablar del hambre, de la desnutrición, de la explotación sexual que tocar y oler esas situaciones, eso te marca, el tema es cómo convertir esas bajas pasiones para seguir”, pero también rescata el darse permiso para tumbarse en la cama, para llorar y vivir los procesos el tiempo que lleven.

Ser defensor de derechos humanos en Venezuela es resistencia.

Prensa Provea.