Jennifer Peralta | Anoche tuve la oportunidad de ir al Teatro Finis Terrae (Santiago de Chile) para disfrutar del monólogo “Caza de citas” de Laureano Márquez, intelectual y humorista venezolano.

De partida, ver a Laureano significó para mí el viaje a Venezuela que no he podido hacer en estos catorce meses que llevo viviendo en Chile. Representó la Tarde de Risas Azules en el auditorio de mi amada UCV, la cotidianidad de mi vida en Caracas, yendo al Trasnocho Cultural, al Teresa Carreño, al cine o tomándome las birras con los panas. También, y sin dudas, estar sentada en una sala rodeada de otros, por lo menos, trescientos venezolanos, fue para mí la dicha. Nos reímos de cosas que sólo nosotros entendemos, y que Laureano supo brillantemente mostrarnos en un monólogo que resalta nuestras luces y sombras, producto de un devenir histórico que nos define, que nos impele a ser mejores, sí, pero sobre todo a darnos el valor que un gobierno corrupto y desalmado ha querido arrancarnos a fuerza de resentimiento y odio: nos han reprimido, censurado, nos han asesinado con bombas lacrimógenas lanzadas directo al pecho; nos han hecho huir por caminos insospechados lejos de nuestro país; han querido doblegarnos inventando un  “carnet de la patria” como instrumento de control político mediante el que acceder a derechos fundamentales como el alimento, entre otros desmanes y violaciones graves de Derechos Humanos, muchas de ellas imprescriptibles, por cierto.

Salir del teatro, fue, aunque en menor escala, la sensación de salir de Venezuela. Volver a sentir la realidad de estar lejos de los seres queridos, de la vida que se construyó con esfuerzo. Fue volver a sentir esa nostalgia que nos separa del ahora. Pero también fue sentir que el país que queremos lo seguimos construyendo desde los espacios que nos ha tocado vivir; que tenemos que enriquecer el alma de bondad para que cuando llegue el momento de la rendición de cuentas por los graves daños a nuestra dignidad, tengamos la suficiente probidad y temple para encaminar al país hacia una justicia transicional. No se trata de la justicia de la venganza, de los ganadores, eso sería convertirnos en aquello contra lo que hemos estado luchando. De lo que se trata es de buscar la verdad, establecer la responsabilidad individual de cada uno de los violadores de Derechos Humanos, y hacer efectiva la reparación a las víctimas.

Mantenernos firmes en nuestros principios de respeto a la dignidad, a los valores democráticos y pacifistas, es lo que va a garantizarnos esa luz al final del túnel.