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Rafael Uzcategui

Sociólogo y editor independiente. Actualmente es Coordinador General de Provea.

Rafael Uzcátegui | Desde que han sido suspendidos indefinidamente los procesos electorales en Venezuela, y desde Provea hemos calificado al gobierno de Nicolás Maduro como una “dictadura”, en diferentes sitios nos han repetido la pregunta: ¿Cómo se enfrenta un gobierno dictatorial? Nuestra respuesta ha sido referirnos a cómo la sociedad peruana enfrentó al gobierno de Alberto Fujimori, quien gobernó al país andino entre los años 1990 y 2000 ganando, siempre hay que recordarlo, tres elecciones seguidas. Como hemos insistido, las dictaduras modernas llegan al poder mediante las elecciones, pero luego utilizan los mecanismos de la democracia para extinguirla y perpetuarse indefinidamente en el poder.

El libro de Victor Vich “Desobediencia simbólica. Performance, participación y política al final de la dictadura fujimorista”, cuyo PDF se encuentra disponible en internet, realiza una interesante sistematización de las estrategias de movilización de la sociedad peruana en esos años, que contribuyeron al debilitamiento del fujimorismo.

El autor coloca como hito fundacional el llamado autogolpe de 1992, en el cual “El Chino” –como era conocido Fujimori- disolvió el Congreso. En un momento de crisis de representatividad de los partidos políticos, la oposición a la dictadura “comenzó a caracterizarse por su debilidad simbólica pero sobre todo por su incapacidad articulatoria en términos de formación de nuevos colectivos sociales”. En 1996, cuatro años después, tras la aprobación de una polémica Ley de Amnistía que favorecía a militares implicados en violación de derechos humanos un escultor, Víctor Delfín, encabezó una marcha que luego generó el movimiento “Todas las sangres, todas las artes”, en donde confluyeron personas de historias políticas diversas. “Entre todos ellos –relata Vich- comenzaron a proponer una idea realmente relevante: la lucha contra la dictadura debería estar impregnada de una atmósfera cultural capaz de articular poderosos símbolos que estuvieran destinados a transformar el imaginario oficial de régimen. Se trataba de comenzar a derrocar la dictadura desde los símbolos y el arte”.

De manera paralela, posterior a la tercera relección de Fujimori, otro grupo de artistas convocó a movilizarse teniendo tres objetivos: 1) Desacreditar el resultado de las elecciones, 2) Exigir la realización de nuevas elecciones y 3) Generar un gran movimiento de desobediencia civil. De esta manera enarbolando velas, lazos negros, crucifijos e inclusive un féretro, los artistas realizaron el entierro político del CNE peruano, la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) en una ceremonia frente al Palacio de Justicia, dando por muerto al régimen de Fujimori y desautorizando públicamente cualquiera de sus futuras acciones. De esta manera nació el Colectivo Sociedad Civil, que tendría protagonismo en los siguientes meses.

El 27 de julio del 2000 se realizó la Marcha de los Cuatro Suyos, en la cual alrededor de 250.000 personas se reunieron en el centro de Lima, siendo recordada por el autor como la “más grande y organizada de la historia republicana del país”

El 27 de julio del 2000 se realizó la Marcha de los Cuatro Suyos, en la cual alrededor de 250.000 personas se reunieron en el centro de Lima, siendo recordada por el autor como la “más grande y organizada de la historia republicana del país”, pues 40.000 manifestantes llegaron a la capital desde cuatro puntos diferentes del Perú. La autoestima generada por esta movilización estimuló la realización de protestas creativas y simbólicas como respuesta de un sector de la ciudadanía que sospechaba de la cohabitación de algunos partidos políticos con la dictadura.

Un ejemplo fue “Lava la bandera”, popularizada después de julio de 2000. “Se trataba de construir un símbolo de protesta –afirma Vich- que al mismo tiempo contuviera un sentido emancipador y propositivo”. Todos los viernes los ciudadanos se concentraban en la Plaza Mayor de Lima, y sobre bateas rojas, agua limpia y “jabón Bolívar” se procedía públicamente al lavado de la bandera peruana “en un ambiente que combinaba la fiesta con la protesta social”. Una vez limpia, la bandera era colgada en grandes tendederos de ropa. La protesta se viralizó, y al poco tiempo se lavaba la bandera en muchas ciudades del país.

El escándalo de los llamados “Vladivideos” reveló la corrupción que se había expandido por diferentes sectores de la sociedad. Para el Colectivo Sociedad Civil su objetivo se volvió más claro: “ya no se trataba solamente de derrocar al régimen de Fujimori y Montesinos sino, sobre todo, de generar un gran movimiento ciudadano que pudiera acabar con la impunidad histórica en el Perú”. Esto desencadenó una segunda forma de protesta: “Pon la basura en la basura”, en donde se repartieron más de 300.000 bolsas de basura con las fotos impresas de Fujimori y su mano derecha Montesinos vestidos con el traje a rayas de los presidiarios, y colocarlas en diferentes instituciones.

Otra protesta del movimiento ciudadano fueron los “Muro de la vergüenza”, telas de 15 metros de largo con las fotografías de los voceros de la dictadura, y la invitación a dejarles mensajes, colgadas en la vía pública. “Estas performances –concluye el autor- apuntaron a la construcción de un ciudadano diferente y quisieron, en el lugar de la calle, construir un nuevo sentido de nación y de la memoria”. Libro disponible en http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100918085432/4vich.pdf

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