Carlos Patiño |
Ustedes perdieron un país
dentro de ustedes.
Exilio; Yolanda Pantin
¿Dónde están los intelectuales venezolanos cuando de alzar la voz se trata? Siempre han estado ahí, diciendo lo que padecemos a diario, solo que a veces no los escuchamos. Al menos eso afirman los antólogos de Poesía contra la opresión (1920-2018), Diajanida Hernández y Ricardo Ramírez Requena; quienes se sumaron a esta iniciativa literaria de la ONG Provea con el fin de promover los derechos humanos por todos los lenguajes posibles.
Los compiladores consideran la obra un “artefacto para el activismo” que ubica a la poesía como expresión de protesta no violenta y caja de resonancia de los derechos humanos, además de incentivar nuevos mecanismos de exigibilidad en tiempos de opresión. La antología, que no tiene costo en dinero, puede ser canjeada por medicamentos bajo el formato “Libros por Medicinas”, una apuesta que pone a disposición de los venezolanos el libro objeto, en un país donde escasean las publicaciones físicas. Los fármacos recaudados son donados a organizaciones humanitarias.
La selección de los textos, dividido en décadas, tuvo la intención de que cada poema dialogara con el otro, en un ejercicio de memoria que revela una tradición de rebeldía frente a los autoritarismos. Tal como expresa el poeta Willy McKey en el prólogo, es peligrosamente apaciguante creer que la labor de la poesía consiste únicamente en ser refugio de la belleza: la poesía estalla o no es.
Por ello vemos como en la década del 20 del siglo pasado, el poeta Francisco Pimentel “Job Pim”, ya le alzaba la voz a Juan Vicente Gómez con versos como: “¡Aquí nos tienes, déspota/ No acabarás con todos; somos muchos/ con cerebro y con alma.”; lo mismo que Andrés Eloy Blanco: “Madre, si me matan/ que no venga el hombre de las sillas negras”; o Leoncio Martínez, quien desde entonces cavilaba sobre la migración forzada en tiempos de dictadura: “Estoy pensando en exilarme/ en marcharme lejos de aquí/ a tierra extraña donde goce/ las libertades de vivir.”
De los años 50, por ejemplo, la compilación muestra elegías a una ciudad muerta como las de Manuel Felipe Rugeles: Es esta la ciudad/ en que no hay sino piedras derruidas/ y sangre derramada entre las piedras.”; y versos demoledores como los de Lucila Velásquez: “Fusilaron la libertad contra un muro de cantos.”
En este inventario hay poemas que trascienden épocas, clásicos como “¿Duerme usted, señor Presidente” de Caupolicán Ovalles, que con la misma repercusión que tuviere en los 60 puede leerse seis décadas después: “¿Duerme usted, señor Presidente?/ Le pregunto por ser joven y apuesto/ y no como usted, señor de la siesta./ Ojo de barro y Water de Urgencia.”; al igual que “Contra la policía”, poema de Miguel James de los años 80 que bien pudiera estar dirigido a las temibles FAES del siglo XXI.
Pero también hay mucho del período revolucionario que juró reivindicar a las masas para condenarlas a la opresión y la pobreza. Dejo el abrebocas de algunos versos que, aún después de leerlos y cerrar el libro, resuenan:
“A los pequeños gobiernos, es inevitable, no les alcanza sino para diablejos en vías de desarrollo, íncubos y súcubos de maltrecha factura, vale decir, pobres diablos.” (Eleazar León).
“Marcaron la puerta a cuchillazos/ eructaron nuestros nombres/ escupieron los buzones/ echaron azufre en el jardín.” (Luis Enrique Belmonte).
“Escucha el song/ con swing/ del general botín.” (Yolanda Pantin).
“No es que vengan tiempos duros, es que ya llegaron” (Samuel González-Seijas).
“Mi país era una diosa de cemento a la orilla de un río envenenado” (Santiago Acosta).
“Todo apunta/ a que de pronto/ nos comeremos las garzas/ del Guaire.” (Isa Saturno).
“La única gloria en tu nombre, Libertador/ es una avenida sonora de tacones/ talla cuarenta y seis.” (Alejandro Castro).
“¿Cree este hombre en algo?/ -Alaba la bala.” (Yéiber Román).
“Todos se han ido/ Quedan las paredes de la casa cubiertas de barro.” (Enmanuel Núñez).
“Con el cambio de los símbolos/ se inició la destrucción del país/ La Imagen/ se fue totalmente a negro.” (Igor Barreto).
“Los que matan en realidad no han vivido.” (Rafael Cadenas).