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Gioconda Espina

Conocí a Lissette González, una de las hijas del “Aviador” Rodolfo González—quien murió preso en el Helicoide en 2015– cuando ella trabajaba en ILDIS-FES. Junto con Anaís López trataban de consolidar un grupo de mujeres chavistas y opositoras que lográramos hacer una agenda mínima de objetivos por los cuales trabajar en conjunto con cualquier gobierno, fuera del signo político que fuera. Fracasamos en el intento. Las chavistas se levantaron de la mesa el día que tres compañeras hablaron de redactar un documento sobre la “situación humanitaria compleja” de todos los venezolanos, sí, pero enfatizando en los asuntos que estaban afectando a las mujeres más pobres al frente de sus familias (servicios públicos básicos, escasez, inflación, desempleo, migración por razones económicas por las fronteras, mafias de prostitución).

Lissette es una persona callada. En esas pocas reuniones no sólo hablaba lo mínimo necesario para que se entendiera su posición en busca de un consenso de las mujeres convocadas, sino que jamás mencionó su pasado académico (egresada del San Ignacio y de la UCAB, docente, investigadora) ni de su pasado y presente familiar (que la casó Virtuoso y que Peraza fue su compañero de escuela). Alguna vez una de las convocadas me dijo en un ascensor o en un pasillo: “su padre militar murió en la cárcel”. Pensé: así que es hija de un golpista o un acusado por el gobierno de golpista (que ya son como muchos y no excepciones), pero no pregunté más.

Después de leer su libro “Mi padre el aviador. Memorias del Helicoide” (2023, Editorial Dahbar) estoy segura de que lo que pensé en aquél ascensor o pasillo del edificio de ILDIS-FES, fue la que mucha gente habrá pensado: que el padre de Lissette era un aviador, esto es, un militar de la Aviación, un “alzao” contra su comandante en jefe; y con mucha plata, como para poder financiar una protesta nacional en las calles. Ahora leo que Rodolfo González se hizo aviador civil casado y con hijas, después de ser ferretero y esposo de una señora que tenía, con su hermana, una agencia de viajes en Chacao. Él pagó su curso y luego se empleó como piloto particular hasta que el dueño del avión lo vendió, entonces se retiró a su casa y se dedicó a oír Globovisión y RCRadio y a ir a cuanta marcha de oposición era convocada.

No me queda duda de que –aunque los acusadores conocían perfectamente el expediente de Rodolfo y su esposa Josefa— sacaron provecho al equívoco que crea el vocablo “aviador”. Funcionó conmigo (y con la mujer del ascensor o pasillo que me “informó”).

En algún momento de su testimonio Lissette se pregunta si este libro será útil o interesante para alguien. La respuesta se la doy públicamente: lo es y muchísimo, pues cada vez se hace más urgente explicar su posición política vieja, anterior a 20014, a favor de los consensos entre adversarios y no a la confrontación, poco eficaz contra aquellos que –no sólo tienen el poder político y las armas– sino que carecen de escrúpulos para aplastar a quienes disienten de su opinión. Su posición actual es la misma que tenía en 2014, cuando sus padres fueron detenidos con la acusación se financiar y dirigir las “guarimbas”.

Lissette muestra cómo no se mata sólo con balas y armas blancas, sino con acusaciones de “patriotas cooperantes” anónimos que ni siquiera es seguro que existan, pero cuya figura sirve para construir a un chivo expiatorio. También se mata con retardos procesales por meses o años dando diversas excusas de la Fiscalía o del Tribunal. Y se mata con amenazas de ser trasladado al día siguiente a un peligroso penal (Yare) donde quien manda es el “pran” y no los funcionarios, que parece que fue el arma en el caso del “Aviador”. 

Por Lissette podemos conocer el Helicoide y el TSJ por dentro, los nombres de quienes estuvieron presos en 2014-2015 y a los que salieron después de morir Rodolfo. También podemos precisar el montón de leyes que fueron violadas en su proceso. Pero como quien escribe es ella y no un panfletario de esos que no quiere ni que se mencione a un funcionario decente o humano, porque “¡eso sería favorecer al enemigo!”, Lissette no deja de mencionar la diferencia entre el comportamiento de la jueza y la tristemente célebre fiscal Katherine Kerrington, así como el trato cordial, con su padre (que, explica, nunca fue torturado físicamente, como otros en los mismos días) y con su familia, de la mayoría de los custodios y hasta de un comisario del SEBIN que un día fue a la agencia de viajes de la madre y la tía a darle el pésame a la señora Josefa quien, por cierto, está libre pero con un procedimiento abierto.

Me parece que es muy importante la reflexión que hace al final Lissette sobre las “víctimas” y lo que se quiere sacar de ellas, pero sin darles la palabra. Por esto también se hace urgente que se la lea lo más posible, porque clamar odio y venganza sólo nos hace igualitos a los hermanos que ejercen el poder hoy en Venezuela, que cada tanto nos recuerdan que actúan en venganza por lo que hizo la policía política contra su padre. Una aclaratoria que puedo hacer por razones de edad: el pasillo del Helicoide en el que murió Rodolfo González el “Aviador” no es el pasillo de Jorge Rodríguez padre, quien fue detenido y torturado hasta su muerte en la avenida La Colina, Edificio Las Brisas, Los Chaguaramos, sede del SIFA/Digepol. Fue Maduro quien convirtió al Helicoide en cárcel.

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