ACERCA DEL AUTOR:
Rafael Uzcategui
Sociólogo y editor independiente. Actualmente es Coordinador General de Provea.
En aquel inicio de 1991 la Navidad se extendió un mes adicional en Barquisimeto. Su equipo local, los Cardenales de Lara BBC, luego de 22 años como regular en la Liga Venezolana de pelota profesional, se titulaba por primera vez como campeón del circuito. La celebración fue orgiástica. Las calles se inundaron de personas, de todas las edades y clases sociales, que veían en aquella victoria 4 a 2 sobre su némesis, los Leones del Caracas, una soberbia y definitiva reivindicación del gentilicio. Fui testigo del acontecimiento. En medio del frenesí, subí a una camioneta desconocida que nos paseó por el oeste de la ciudad, orbitando alrededor del “Antonio Herrera Gutiérrez”, bunker de los pájaros rojos. Personas desconocidas se abrazaban, bailaban juntas y compartían la bebida que tuvieran a mano. Ser “guaro” era una identidad que, aquella noche de alegría desbordada, debía festejarse intensamente junto a los pares.
¿Qué acontecimiento similar pudiera hoy unir a los venezolanos y venezolanas? Con Marino Alvarado, abogado en derechos humanos, tachamos recientemente un sinfín de posibilidades (gastronómicas, culturales, académicas y deportivas), para concluir que un eventual pase al Mundial de la selección Vinotinto pudiera trascender, transversalmente, la polarización. Y por un tiempo limitado. Estas ausencias han sido consecuencia de lo que los cubanos califican como “Daño antropológico”: La capacidad de gobiernos con vocación totalitaria para intervenir los proyectos de vida de la población. Es más profundo que una crisis institucional o de la suma de graves violaciones de derechos humanos. Sería el resultado de una labor paciente para aislar a los individuos, dinamitando sus vínculos previos con sus iguales y consigo mismo, para construir un férreo tejido vertical de dependencia con el gobierno. La estatización completa de la vida cotidiana.
Para la sociología los rituales son prácticas colectivas simbólicas que tienen por objeto recrear a la propia comunidad, reuniéndola en la celebración de un acontecimiento. El rito revive la cohesión del grupo y por lo tanto también contribuye a la construcción y fortalecimiento de su identidad. Si el objetivo de autoritarismos como el bolivariano es dinamitar todos los vínculos ajenos a sí mismo, uno de las metas ha sido implosionar la autopercepción de los venezolanos, entre otras cosas, pulverizando los eventos y acontecimientos en donde se reconocían. El chavismo hizo del culto a la personalidad su único valor constante. Por eso el último ritual del modelo de dominación que construyeron fue el entierro de Hugo Chávez.
Para Byung Chul-Han los ritos transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad, transformando el “estar en el mundo” en un “estar por casa”. Es deliberado, por ello, el no reconocemos el país que hoy tenemos. La República Bolivariana de Venezuela es un territorio de exilio, interior y exterior, para sus habitantes. Por tanto la migración forzada es un componente estructural de su gobernanza. Si nos parece que padecemos un “loop” interminable es porque, según el filósofo coreano, los rituales configuran transiciones esenciales en la vida: “Son formas de cierre. Sin ellos, nos deslizaríamos de una fase a otra sin solución de continuidad”. El ser venezolano o venezolana es vivido hoy como un trauma, como lo experimentan los miles de compatriotas que en este momento padecen la experiencia biopolítica de la xenofobia.
Según un estudio de la encuestadora Delphos, de septiembre 2002, el 84,1% de los 1.200 encuestados no había asistido a un festival cultural tradicional en los últimos 6 meses. El 71,7% no había leído un libro en el último semestre. Detrás de la simulación de una revolución inclusiva, la realidad. A la pregunta sobre qué actividad cultural o deportiva realizaban los fines de semana, el 39.4% respondió “Ninguna/Nada”, mientras que el 27.2% seleccionó “Caminar”. Ir al cine, por citar una actividad conocida, fue la alternativa de apenas 2,5% de los encuestados. La única actividad con expectativa de repetición -una característica del ritual- es la recepción de las bolsas Clap.
Si el chavismo es fragmentación de la vida en común, cualquier actividad que contribuya a la creación de espacios de confianza entre venezolanos será una actividad de resistencia. En una reunión Jaime Nestares, director de Radio Caracas Radio, nos relataba cómo en la España franquista fueron los grupos de montañismo la excusa para reconstruir lazos entre españoles, que a la larga permitieron de nuevo pensar la recuperación de la ciudadanía. Si no nos hacemos cargo de volver a crear y revitalizar los vínculos entre nosotros, eso que llaman el tejido social horizontal, cualquier acción política seguirá siendo un improbable. O dependiente de acontecimientos promovidos por otros. La “desconfianza”, según las Ciencias Sociales, ocurre cuando percibimos que los demás no son fiables, pues es imposible predecir su comportamiento. No se recupera la confianza por decreto. Y una vía para comenzar esta tarea es recuperar, estimular y promover acciones rituales. Está todo por recuperar. Pensemos, por ejemplo, que la crisis inducida por el chavismo pulverizó el otrora rito social venezolano por excelencia: Compartir una taza de café. Por algo debemos comenzar.
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Rafael Uzcategui
Sociólogo y editor independiente. Actualmente es Coordinador General de Provea.