ACERCA DEL AUTOR:
Rafael Venegas
Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.
“Damas y caballeros, yo tengo estos principios. Si no les gustan tengo estos otros”.
Esta frase, obviamente sarcástica, corresponde al famoso cómico y humorista Groucho Marx. Ha sido citada infinidad de veces para retratar la calaña de pragmáticos y oportunistas, de camaleones de la política que en aras de intereses personales, grupales o crematísticos son capaces de edulcorar realidades, adecuar el discurso acomodaticiamente, tragarse historia y valores morales para terminar suscribiendo una suerte de pacto fáustico, simbolización de la alianza con el Mal a cambio de algún beneficio terreno, olvidando con frecuencia que el costo de dicho pacto es, indefectiblemente, la entrega del alma (los griegos la llamaban psique).
Lo anterior viene a cuento a propósito de las infelices declaraciones del presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva, con motivo de la visita a su país del dictador venezolano Nicolás Maduro.
Según estas, la deriva autoritaria que se le atribuye al presidente del país es “una construcción narrativa”, fruto de los prejuicios y de intereses creados.
Debemos suponer, entonces, que se trata de una conspiración internacional de la cual participa la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos y mil ONG’s de esta naturaleza, de dentro y fuera del país, entre muchos otros.
Lula sabe perfectamente que hay al menos dos Informes de la Misión de Determinación de Hechos sobre Venezuela, aprobados por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en los cuales se concluye que existen evidencias suficientes que permiten suponer la prevalencia de una política sistemática y continuada de violaciones masivas de los derechos humanos.
Sabe que, con independencia de dichos informes, pero reforzada y documentada por estos, existe una investigación abierta en la Corte Penal Internacional por la presunta comisión de crímenes de lesa humanidad que formarían parte de una política de Estado, la cual compromete una cadena de mando que apunta directamente a Miraflores, como consecuencia de lo cual Maduro y sus colaboradores más cercanos podrían ser juzgados por dicha Corte.
Sabe Lula también que siendo una potencia petrolera y contando con un emporio industrial cercano a la frontera norte de Brasil –ambas cosas en estado ruinoso actualmente– tenemos el salario mínimo y las pensiones más bajos de Latinoamérica y unos de los más bajos del mundo, cuyo valor es hoy menor a $5 mensuales.
Sabe que tenemos más del 80% de nuestros compatriotas en situación de pobreza, de los cuales 6,5 millones padecen desnutrición y malnutrición, mientras otros 7 millones han cruzado la frontera huyendo de la crisis, buscando mejores oportunidades de vida en otras latitudes.
Sabe Lula, en definitiva, que en Venezuela existe una Crisis Humanitaria Compleja –la cual incluye el colapso de los servicios públicos y, de manera especial, el deterioro de la educación, la salud y el servicio de agua–, calificada así por los órganos de las Naciones Unidas, y por la Asamblea Nacional 2015, consistente en la presencia de situaciones catastróficas, equivalentes a las producidas por una guerra civil o un desastre natural, en un país que, sin embargo, no está sometido a ninguna de estas dos condiciones.
De todo esto, y de las luchas libradas por los trabajadores y el pueblo venezolano en los últimos años: por salarios acordes con el costo de la canasta básica, por la discusión y firma de los contratos colectivos desconocidos por el Instructivo ONAPRE y la Resolución 2792, por la libertad sindical y la liberación de los dirigentes sindicales y luchadores sociales presos, entre otras cosas; de todo esto, repetimos, está perfectamente informado Lula, como corresponde a su condición de estadista, líder latinoamericano, otrora dirigente sindical cuyo liderazgo se forjó al frente de las luchas del movimiento metalúrgico brasileño. Y porque la cercanía de Venezuela con Brasil implica que nuestra crisis repercute directamente en su país.
De ese Lula, sin embargo, queda muy poco. El de hoy ha devenido lobista de Odebrecht y otros poderosos grupos económicos del vecino país, por cuyos intereses ha velado y ha bregado desde sus presidencias y aún fuera de ellas. Su diplomacia es la diplomacia de “los buenos negocios” y sabe por experiencia propia que aquí en Venezuela, primero con Chávez y ahora con Maduro, los tiene asegurados. Le importa muy poco que Odebrecht haya dejado en nuestro país un cementerio de grandes obras inconclusas cobradas por anticipado. Le importan más las coimas, las comisiones que cobra por los “servicios prestados”.
El Lula de hoy es un pragmático que vendió su alma al diablo, dispuesto a contribuir a la “normalización” del status quo imperante en Venezuela –dentro de una estrategia de la cual también participa Gustavo Petro– a cambio de intereses crematísticos. Dispuesto a entenderse con cualquiera que le levante el teléfono de Miraflores con tal de asegurar los negocios de sus socios, incluido el restablecimiento del servicio de electricidad para el estado de Roraima, tal como ya le fue ofrecido por Maduro, aunque en el país se registren apagones diariamente.
Por todo lo anterior, ahora sí, Lula ha construido una narrativa para lavarle el rostro a la dictadura (narrativa viene de la ficción literaria; no por casualidad el término se ha “puesto de moda” para sustituir el discurso). Pero los rastros de sangre y de dolor son indelebles en el corazón y la conciencia de los familiares de Neomar Lander, de José Antonio Pernalete, Fernando Albán y Rafael Acosta Arvelo, por citar solo unos pocos nombres, entre los muchos y emblemáticos nombres que animan nuestra lucha contra el oprobio cleptómano que arruina al país, empobrece a nuestra gente, cancela la democracia y entrega la soberanía nacional.
ACERCA DEL AUTOR:
Rafael Venegas
Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.