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Profesor en la escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela
Rafael Venegas

Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.

La pandemia por COVID-19 y los estragos ocasionados por las medidas de confinamiento han puesto al límite los derechos de millones de seres humanos.

En Venezuela, las restricciones, impuestas en marzo de 2020, después de registrarse los primeros casos de la enfermedad en el país, han sido empleadas por las autoridades para exacerbar un modelo autoritario, que, lejos de contribuir a superar las dificultades en materia de salud pública, han fortalecido el control social basado en la comisión de abusos contra poblaciones en situación de vulnerabilidad.

En este relato, nuestro colaborador, Rafael Venegas, describe esa realidad.

Entre lo kafkiano y lo dantesco

Por Rafael Venegas

Si entras con tu pareja, por ejemplo, a ese lugar parecido a un campo de concentración que es El Poliedro hoy, con el propósito de hacerte una prueba PCR para descartar la sospecha de que el COVID te haya alcanzado y, ya de regreso, después que te dijeron que no estaban practicando la prueba porque no tienen insumos, no hallas forma de salir de aquel recinto porque no tienes nada que demuestre que no son ustedes “reos” de confinamiento buscando escapar del reclusorio. Y en una primera alcabala te desvives en explicaciones y los dejan seguir, pero en la siguiente debes volver a armarte de argumentos para poder sortearla. Y así llegas hasta el último puesto de control –porque cada una es un puesto militar y todo el área parece una zona de guerra– y te topas con la intransigencia del oficial de guardia quien, finalmente, te dice que deben devolverse y pedir una constancia de que son visitantes o pacientes que han sido dados de alta para poder dejarlos salir. Si eso te ocurre, como le ocurrió a Argenis, entonces podemos decir que esta es una escena kafkiana.

Pero si revisando tus mensajes de WhatsApp te topas con la imagen de una familia que ha convertido un panteón del Cementerio General del Sur en su albergue transitorio –la transitoriedad la supones y deseas– porque no tiene casa para darles refugio a sus hijos. Ves el enrejado cubierto con sábanas a modo de paredes; cartón, madera y pedazos de latón sobre el esqueleto de lo que antes fue un techo; sobre un pequeño túmulo que informa acerca del difunto observas una olla ahumada sobre leña consumida, fumarola en extinción, y los trastos de lidiar con el bocado del día. Y sentada sobre la tapa de cemento que cubre la fosa donde yace un cadáver –si no fue antes profanada la tumba y sustraídos los huesos para algún ritual de hechicería– contemplas a una mujer, quizás todavía en edad adolescente, amamantando a una criatura de pocos meses de nacida. Y en la puerta del derruido mausoleo un hombre, a quien supones el compañero de la madre párvula y padre del niño pegado a la teta, sin camisa, con los brazos sosteniendo la estructura metálica y la mirada perdida denunciando la desesperanza. Si observas una imagen como esta, entonces podemos afirmar que es una imagen dantesca.            

Porque kafkiano es que Janette llame a su médico de confianza para decirle que está sintiendo los síntomas de lo que podría ser COVID y que este le responda: No se te ocurra por nada del mundo correr a un hospital porque si no estás contagiada lo más probable es que salgas de él peor de lo que estás. Y dantesco es que Antonio, mi vecino de linderos y afectos, acuda a un hospital centinela en la ingenua creencia de que podría encontrar atención para su esposa contagiada y con graves problemas respiratorios y deba atravesar un largo pasillo sembrado de pacientes agolpados en camillas, en sillas o en cobijas sobre el suelo –mientras otros esperan arrumados en carpas en las afueras del centinela de concreto a que les llegue el turno para la hospitalización–, antes de confrontarse con un rotundo no.

Porque dantesco es encontrarte en cada esquina una aglomeración de gentes devenida en jauría, rebuscando comida, ropa vieja o enseres inservibles entre bolsas de basura. Y kafkiano, por paradójico y absurdo, es ver morir al personal sanitario que debe atender a las victimas de la pandemia, en una proporción mayor al número de decesos que diariamente reconocen los dudosos registros oficiales; mientras la burocracia del Estado –los jerarcas del régimen, debe entenderse– se reservan las escasas vacunas disponibles para inmunizar a su corte de adulantes y demás allegados. La constatación de esta tragedia, aún más profunda y extendida a todos los ámbitos de la vida del país, puede resumirse en la crisis sanitaria que entierra su guadaña sobre los cuerpos hambrientos de nuestros compatriotas.

De Kafka se dice que, a través de una narrativa inquietante, abrumadora y vertiginosa, llevada al clímax del absurdo en su magistral novela El castillo, con perspicacia aguda dibujó la hegemonía aplastante de la maquinaria burocrática del Estado sobre la indefensión y el desamparo del ser humano devenido masa. Poder absoluto traducido en ley, orden o autoridad, tan intransigente como eficaz a su propósito de sembrar la impotencia; tan invisible e inaccesible como concreto y tangible para exhibir el poder del Estado sobre la soberanía, la libertad y los derechos de la ciudadanía: totalitarismo anticipado por la auscultación profunda y visionaria de la literatura.

De Dante se afirma que en su pintura del infierno plasmó el horror, el tormento y el suplicio –de allí lo dantesco– como solo antes lo había logrado Homero, al narrar el descenso de Ulises al Hades en su inmortal obra Odisea. En descargo del poeta florentino habría que decir, sin embargo, que es esta una lectura unilateral que la tradición impuso, ignorando que en la Divina Comedia hay también belleza y ternura, amistad y compasión y, por sobre todas las cosas, hay grandeza poética y un hermoso homenaje al amor.

Liberado ya del sesgo literario que el enfoque alegórico me ha impuesto como trampa, afirmo que entre lo kafkiano –simbolizado, por caso, en el desconocimiento absurdo, por parte del régimen, del acuerdo alcanzado con la Organización Panamericana de la Salud y los representantes de la legítima Asamblea Nacional electa en 2015, para proveer al País de un lote importante de vacunas en el marco del programa COVAX– y lo dantesco –expresado en el ghetto llamado El Poliedro, de donde huyen los pacientes de COVID sometidos a la incomunicación y el abandono, o en las carpas que rodean a algunos hospitales, centinelas de la muerte que espera a quienes no caben en los abarrotados y desguarnecidos centros de salud– discurre este desastre que preludia peores situaciones.

A este drama no podemos responder con discursos plañideros; con la práctica del avestruz de quienes no quieren ver en el comportamiento de la dictadura frente al convenio COVAX los términos concretos como entiende esta la negociación: maniobras para ganar tiempo mientras hace prevalecer sus intereses perversos por encima de la vida de nuestra gente; o con la candidez –por decir lo menos– de quienes pretenden equiparar las responsabilidades del régimen y de la oposición ante la crisis. Es urgente comprometernos con las penurias, las angustias y los anhelos de cambio que albergan en la inmensa mayoría nacional, a fin de labrar un camino que reúna todas las voluntades dispuestas a poner fin a esta catástrofe.

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Rafael Venegas

Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.