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Profesor en la escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela
Rafael Venegas

Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.

El pasado 15 de enero “celebramos” un nuevo aniversario del Día Nacional del Maestro. La fecha rinde homenaje al acto realizado en 1932, cuando se fundó en Caracas la Sociedad de Maestros de Instrucción Primaria, la cual dio paso, cuatro años después, a la celebración de la Primera Convención Nacional del Magisterio de la que nació la Federación Venezolana de Maestros (FVM), bajo el impulso vital de Luis Beltrán Prieto Figueroa y otros insignes educadores-gremialistas. Este movimiento, a su vez, rendía tributo a la firma del Decreto de Instrucción Primaria Pública y Obligatoria, hito histórico registrado el 15 de enero de 1870 bajo la presidencia de Antonio Guzmán Blanco.

Iniciamos este artículo, sin embargo, colocando entre comillas el verbo celebrar, pues mientras recabábamos datos e información relevante acerca del tema tratado, conocimos la dolorosa noticia de que el profesor de la Universidad de Los Andes, doctor Pedro José Salinas, de 83 años de edad, con dilatado palmarés docente, académico y científico, fue encontrado en su apartamento, en la ciudad de Mérida, en delicado estado de salud como consecuencia de un severo cuadro de desnutrición, junto al cadáver de su esposa, Isbelia Hernández, bioanalista, abogado y también profesora jubilada de esta universidad, fallecida por hambre y mengua.

Triste corolario para quienes consagraron, en conjunto, más de 100 años de existencia a la labor docente, de investigación y extensión, cuya suerte testimonia patéticamente la realidad que sufren los educadores activos y jubilados del país. Ambos alcanzaron los máximos honores y el máximo escalafón en la carrera universitaria y, no obstante, ambos atestiguan el estado de abandono, decadencia y ruina de la educación venezolana. En contraste, los responsables de esta tragedia navegan en la opulencia, el derroche y la ostentación de lucro, producto del saqueo del erario público.

En esta hora aciaga de la nación, a los maestros les ha correspondido impartir clases en las más deplorables condiciones y con las remuneraciones más bajas que hayan podido percibir. Su sueldo promedio es de $15 mensuales, percibidos en bolívares, a lo cual se agregan algunos bonos que podrían llevarlo hasta los $25, mientras el costo de la canasta básica de bienes y servicios excede los $430 por mes. Este ingreso debe ser invertido de inmediato en comida, vista la urgencia y la capacidad devoradora de la inflación, debe alcanzar para costear en parte la educación que imparten y hasta para compartir su desayuno o almuerzo con aquellos estudiantes que en número creciente acuden a las aulas sin haber comido.

El magisterio venezolano, como el resto de los trabajadores del sector público, ha sido despojado de sus más importantes conquistas socio-económicas, sindicales y académicas. Los tradicionales gremios y federaciones del sector han sido divididos, desconocidos y sustituidos por un sindicalismo gobiernero, patronal y esquirol, impuesto arbitraria y autoritariamente por la dictadura. Así, se le ha arrebatado sus convenciones colectivas, han sido pulverizados sus ingresos, sus prestaciones sociales y ahorros han desaparecido, han perdido toda forma de seguridad social y médico-asistencial, y el ascenso por antigüedad y méritos académicos ha sido sustituido por el clientelismo político y la incondicionalidad al Estado-patrón.

Los educadores deben sortear grandes distancias, el deterioro y encarecimiento de un servicio de transporte cada vez más deficitario y el riesgo de la inseguridad, para acudir a impartir clases en escuelas, liceos y universidades en estado de abandono, cuyas instalaciones –en un alto número y cada vez con más frecuencia– son saqueadas por la delincuencia. Sin los servicios básicos mínimos, sin comedores escolares ni programas de alimentación compensatorios, sin las condiciones sanitarias más elementales y en un entorno socio-ambiental hostil, decadente e inseguro, agravado por los rigores de una pandemia prolongada por dos años.

En este contexto, la deserción profesoral y estudiantil crece a límites que configuran una calamidad. Más de 100 mil docentes, según cifras aportadas por la FVM, han abandonado el sistema para engrosar la diáspora de connacionales regados por el mundo, o para explorar otras alternativas laborales que le permitan mejorar sus ingresos. Mientras tanto, el 23,7% del estudiantado ha renunciado a los estudios, tan solo durante el año 2021, de acuerdo con investigaciones realizadas por la Unidad Democrática del Sector Educativo y el Colegio de Profesores de Venezuela afirma la existencia de un déficit de 50% de docentes en las materias especializadas de Educación Media (matemáticas, física, química, biología e inglés).

Pandemia y crisis nos han dejado un país de escuelas vacías y arruinadas, sin la algarabía entusiasta de los educandos y sin la voz orientadora de los educadores. La insustituible necesidad e importancia de las clases presenciales –para socializar, ejercer y cultivar el trabajo en equipo, fomentar y afianzar valores edificantes como la solidaridad, el espíritu colectivo, el trabajo y la formación; para debatir y cuestionar las “verdades” cosificadas y enriquecer el conocimiento, entre otras cosas– ha sido suplantada por la modalidad de educación virtual o a distancia, bajo un deplorable servicio de internet costeado por los propios profesores, cuyo fracaso ha sido rotundo.

El resultado de todo esto es un sistema educativo menguante, con educadores en estado de supervivencia, estudiantes malnutridos y malformados creciendo con la esperanza cegada por la pobreza y el hambre y la brecha de la desigualdad y la exclusión social ensanchándose a límites moralmente inaceptables. La educación como un derecho humano y un deber social fundamental; democrática, gratuita y obligatoria; integral y de calidad; desarrollada en igualdad de condiciones y oportunidades para todos; impartida por profesionales bajo un régimen de trabajo y vida acordes con su elevada misión; tal como lo postula la Constitución, es hoy letra muerta como todo su articulado.

Así “celebramos” el Día Nacional del Maestro, con el reto de revitalizar los gremios magisteriales y el propio movimiento estudiantil, a fin de profundizar la lucha por rescatar la educación y dignificar el ejercicio de la profesión docente, contra un régimen oprobioso que es la causa de esta tragedia y el obstáculo principal para su superación.

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Rafael Venegas

Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.