En un momento histórico en el que los roles sociales y de género están en revisión, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo, la activista feminista Luisa Kislinger habla sobre cómo las mujeres han sido impactadas por la crisis humanitaria compleja y de qué manera este contexto de olla de presión encuentra su expresión más peligrosa en la violencia de género y los femicidios
Gabriela Rojas | Alianza Tal Cual – Provea
No hay característica más arraigada en el imaginario colectivo que la idea de que la mujer venezolana es “echada pa’lante”. Es una respuesta casi automática, una exaltación, un rasgo definitorio consolidado sobre el rol de las mujeres, que se ha acentuado mucho más en un país en el cual persiste una percepción generalizada de que colectivamente nos “echaron pa’ atrás”.
Quizá por eso la sola mención de este rasgo hace que Luisa Kislinger, internacionalista, activista feminista e investigadora en temas de género, ponga en revisión todo el concepto: “Nos exaltan por ser ‘echadas pa’lante’ porque nos echamos todo en los hombros. Dicen que la venezolana es 4×4 porque aguanta, puede con todo sola, pero es un estereotipo que tenemos que superar: no quiero ser 4×4, ni ser burrito de carga, más bien quiero tener gente a mi lado que comparta las tareas, las responsabilidades porque en la medida en la que haya una distribución equitativa de las responsabilidades, le permite a las mujeres hacer otras cosas”.
Con esta revisión de conceptos, en la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo, Kislinger abre una mirada sobre cómo las mujeres han sido impactadas por la crisis humanitaria compleja, la precarización de su trabajo como fuerza laboral, la feminización de la pobreza y este contexto de olla de presión que encuentra su expresión más peligrosa en la violencia de género y los femicidios.
Una trampa social
Kislinger señala que en Venezuela el concepto de ser echada pa’lante está especialmente romantizado y solo ha hecho que las mujeres tengan que cargar con más expectativas sociales, en las que resolver todo sin ayuda es un valor.
“Una mujer que tiene responsabilidades en la casa, que tiene que atender a los niños, limpiar, cocinar, lavar, comprar la comida, salir a buscar ingresos y si hay alguien de su familia enfermo también asume ese cuidado ¿cuánto tiempo le queda para estudiar, para cuidarse a sí misma, para el entretenimiento, para el esparcimiento, para desarrollar un proyecto de vida, para trabajar en cosas que a ella le interesen? Que las mujeres sean echadas pa’lante ha sido una trampa porque detrás de eso lo que han hecho es ponernos cada vez más cargas, y si te quejas, te comparan y te dicen: ‘pero es que las otras son echadas pa’lante y tú no”.
Esa carga aumentó con la precarización del trabajo debido al agravamiento de la emergencia humanitaria compleja, dice Kislinger. “En el momento en el que las condiciones materiales se volvieron más complejas, las mujeres fueron las primeras que abandonaron sus trabajos para salir a buscar la comida, para hacer las colas, todo eso está documentado en el informe Mujeres al límite, hecho en 2017”.
Lo que también aumentó la cantidad de mujeres en la informalidad, que quedaron como una fuerza laboral en peores condiciones de empleo, de acceso a los servicios y a la protección social: “todo esto está relacionado con la feminización de la pobreza”, dice la internacionalista e investigadora.
Los datos recopilados (2017-2019) en los informes “Mujeres al límite. El peso de la emergencia humanitaria. Vulneración de derechos humanos de las mujeres en Venezuela”, realizado con la coalición de organizaciones Equivalencias en Acción, integrada por el Centro de Justicia y Paz (Cepaz), Avesa, Mujeres en línea y Freya, “las mujeres dejaban sus puestos de trabajo en mayor proporción que los hombres para poder combinar las labores de cuidado y terminaban tomando un trabajo informal para conseguir algo de ingreso”, explica Kislinger quien formó parte de esta investigación.
– Hay un discurso público de que en Venezuela las mujeres están en los cargos de toma de decisiones, que están en la Asamblea, en el Tribunal Supremo de Justicia, en cargos directivos, pero ¿Cómo se manifiesta eso en la vida de las mujeres en colectivo y cómo incide en mejorar estas condiciones?
– Es algo más visible de lo que estamos hablando con mayor amplitud y aunque sea odioso decirlo, no todas las mujeres que llegan a cargos de decisión, llegan con una mirada feminista. Y esto no lo digo en ánimo de reproche sino más bien como un llamado de atención, porque pueden llegar muchas mujeres a esos puestos, pero no necesariamente traen una mirada en cuanto a políticas o normativas que respondan a las necesidades diferenciadas de mujeres y niñas para que en realidad incidan en mejorar esas condiciones que siguen siendo adversas.
Ni una más, ni una menos
A esas condiciones adversas se le sumaron agravantes, por ejemplo, el contexto de la pandemia y el confinamiento que se ha evidenciado en el aumento de los femicidios, ya que las mujeres están encerradas y muchas veces aisladas con los agresores en sus propias casas. Si a esto se le suma la precarización del trabajo y la falta de ingresos también se deben enfrentar a una ausencia de políticas públicas frente a la violencia de género, que es un problema multifactorial que además en Venezuela se complica debido al subregistro de casos por la política de opacidad oficial desde las instituciones.
– Los femicidios que reseñan los medios muestran características de mayor ensañamiento contra las víctimas y también aumenta la continuidad, la frecuencia ¿Hay algunas condiciones externas que quizá no estamos viendo que pudieran estar agudizando la violencia de género?
– Cuando las condiciones materiales de vida y subsistencia en general de la población fueron empeorando como sigue ocurriendo en Venezuela, no podemos ver los femicidios divorciados del contexto social en el que están pasando. Hay unas causas estructurales que tienen que ver con la asimetría del poder entre hombres y mujeres, pero también es cierto que es un problema social complejo que responde a causas diversas en el que hay factores de riesgo que pueden aumentar la ocurrencia de esos casos.
Kislinger considera que las precarias condiciones de vida en Venezuela han puesto unos retos importantes a las dinámicas de pareja y familiares que se han agravado con las condiciones de encierro, incertidumbre, pérdida de trabajo y de ingreso: “Al final toda esta presión, montada sobre relaciones patriarcales que gobiernan a la sociedad venezolana hace que estalle la violencia como una válvula”
Pero hay otro elemento que Kislinger observa y que apunta hacia algo más profundo: vivimos un momento histórico de revisión de los roles de mujeres y hombres dentro de la sociedad.
“Mientras las mujeres hemos trabajado juntas hacia la visibilización de estos problemas, en mayor o menor medida, a revisar nuestro propio rol en la sociedad, qué queremos, hacia dónde vamos, esto no ha ocurrido a la misma velocidad en los hombres, aunque no se puede generalizar, pero las mujeres se han incorporado a los espacios públicos, han retado los estereotipos, y en algunas cosas quizá la violencia de género puede ser una respuesta a ese desafío de los roles sociales establecidos para las mujeres”.
-¿Puede ser una especie de contra respuesta para mantener el status quo?
-Los psicólogos lo podrán explicar de manera más precisa y seguramente habrá que hacer análisis y estudios al respecto, pero puede haber un ensañamiento mayor que puede ir en el colectivo de manera inconsciente porque las mujeres se están atreviendo a revisar algo que muchos consideran que no es revisable: los roles sociales y las expectativas de género. Al final eso es la violencia, una manera de encausar a las mujeres que se salen del molde. El femicidio es la expresión extrema de ejercer ese poder y de decirnos “bueno, aquí las mujeres tienen que seguir donde están”.