“Muchas veces me levanté creyendo que mis fuerzas se agotaban, que no podía más, y justo en ese momento me llegaron fotografías de activistas por los derechos humanos de Amnistía Internacional, de todas partes del mundo, pidiendo mi liberación, respeto a la justicia y a la vida. ¡Infinitas gracias, amigos y amigas, sin ustedes no estaría acá!”.

 Rosmit Mantilla, ex prisionero de conciencia venezolano, detenido injustamente en mayo de 2014 y liberado en noviembre de 2016.

Cuando el dos de mayo de 2014 una comitiva de más de 20 funcionarios del Servicio Bolivariano Nacional de Inteligencia (SEBIN) irrumpió de madrugada en el apartamento de Caricuao –un humilde vecindario al oeste de Caracas –donde Rosmit Mantilla vivía con sus abuelos, este estudiante, miembro del partido político de oposición Voluntad Popular y activista de derechos humanos, jamás pensó que pasaría dos años y medio de su vida tras las rejas a la espera de un juicio en su contra que nunca llegó.

Un informante anónimo, comúnmente conocidos como “patriotas cooperantes”, lo acusaba de haber recibido dinero para financiar las protestas anti gubernamentales que tuvieron lugar ese año. Esta acusación anónima y sin base o evidencia probatoria fue suficiente para mantenerlo detenido en los calabozos del SEBIN por casi 1000 días.

 Torturas con electricidad y excremento

Rosmit, quien aún se encuentra muy afectado por lo sobrevivido, comenta que sufrió una tortura psicológica profunda y constante. “Todos los días me despertaban con el escandaloso ruido de los candados e insultos gritados”.

“Hubo un momento que decidí asumir una huelga de hambre, lo que llevó a que mis carceleros se sentaran a mi lado todos los días a leerme la Biblia y a hablarme específicamente sobre el Apocalipsis, donde mencionaban, entre cada versículo, que no vería más nunca a mi familia, que no iba a salir jamás y que podría morir; todo esto para obligarme a suspender la protesta”.

Desde muchos lugares de Caracas se ve la cúpula del “Helicoide”, un edificio que se suponía sería un centro comercial y cuyos espacios luego fueron adaptados para albergar a diferentes cuerpos de seguridad venezolanos. Ahí Rosmit pasó su encierro, una parte importante de su juventud, siendo trasladado fuera del SEBIN únicamente a los tribunales para presentarse ante audiencias preliminares que una y otra vez resultaban suspendidas.

En una celda de dos metros por dos metros, desprovista de luz solar, Rosmit llegó a desarrollar enfermedades en la piel y una fuerte depresión que le hizo rebajar 30 kilos al punto que muchos de sus amigos no podían reconocerle. Solo se le permitía recibir visitas de sus familiares –quienes tenían que llevarle absolutamente toda su comida, medicinas, artículos de higiene básicos y hasta el agua potable –y sus abogados. Cuando necesitó atención médica hubo que hacerle creer a sus celadores que el médico que le visitaba era un familiar.

Su familia vivió tiempos muy duros. En un país marcado por la inflación y la escasez, tuvieron que “hacer magia” para conseguir todo lo que Rosmit necesitaba y además hacer un extra esfuerzo para proveer otras cosas que Rosmit les pedía para ayudar a aquellos detenidos que no contaban con familiares en la capital. Que les permitieran las visitas dependía o bien del humor de los funcionarios de turno o del humor del director del centro, de acuerdo a lo que les manifestaban en las puertas del recinto.

Mantilla afirma no haber sido torturado físicamente, pero que sí fue testigo de torturas a otros detenidos, a quienes escuchaba gritar. Cuenta también que llegó a ver detenidos ensangrentados y guindados del techo “como un pescado” en puntillas por noches enteras, les aplicaban descargas eléctricas, los amarraban de tobillos y muñecas con correas para inmovilizarlos por horas en posición fetal, y les colocaban bolsas en las caras con excremento.

Rosmit narra que los dos últimos meses de su detención fueron los más crudos de todo ese tiempo. Su médico de confianza le diagnosticó microlitiasis vesicular múltiple, cólico biliar a repetición y engrosamiento de pared gástrica; sin embargo, le negaron la intervención inmediata que su caso ameritaba. “Me castigaron por exigir mi derecho a la salud: me metieron en una celda de castigo aislada por 10 días, la cual no tenía agua, luz, ni baño; las necesidades las tenía que hacer en bolsas y me bañaba con el agua que me facilitaban mis compañeros de celda”, dijo. “24 horas después de la primera noche de castigo, me dejaron ir a un baño totalmente sucio e insalubre y, no obstante, siempre acompañado hasta para dormir, ya que todo este tiempo tuve a un policía sentado frente a mi celda mirándome fijamente”.

Finalmente, Rosmit fue trasladado al Hospital Militar donde un médico al hacerle un eco abdominal determinó que, al contrario de los informes de los médicos del SEBIN que decían “adulto sano” –y que para dejar constancia de su “integridad física” lo obligaban a desnudarse y lo fotografiaban –su situación era aún más delicada de lo que pensó su médico independiente, por lo que tuvo que ser operado de urgencia.

“Estoy más comprometido que nunca”

Como ser humano me permití llorar y sacar todo el pánico que sentí, porque simplemente no sabía qué iban a hacer conmigo; lamentablemente, el tiempo no lo pude controlar, pero mi seguridad sí la pude defender. Sin embargo, esta presión de encierro dañaba mi seguridad mental y me hacía entrar en una especie de pánico que lo pude controlar centrándome en que soy activista por los derechos humanos y que tenía una gran responsabilidad, así que me puse a documentar en secreto todas las historias que me rodeaban de tortura, injusticias, maldad y odio”.

Para ello se valió de una libreta donde fingía hacer dibujos cuando pasaban los celadores. Mantilla indica que cuando estás en la cárcel y conoces tan de cerca la tortura, como la conoció él, entiendes que tienes un propósito de vida, pues ser testigo de las injusticias en primera persona te convierte en una voz que pide y exige el fiel cumplimiento de los derechos humanos. Sus compañeros continúan en El Helicoide.

“Cuando me entregan mi boleta de libertad se me vino a la mente lo que siempre pensé que haría cuando este día llegara: compromiso. Pocas personas hoy entienden lo que vive un prisionero de conciencia, ya que no solo implica que te separen de tu familia, que te roben el tiempo y la salud”.

Erika Guevara-Rosas, Directora para las Américas de Amnistía Internacional, señaló que esta esperada liberación es una muy buena noticia para los derechos humanos en Venezuela. “Rosmit no debió haber pasado ni un Segundo detrás de las rejas. Las autoridades venezolanas deben ahora construir sobre este paso positivo y liberar a todos los activistas sociales y líderes políticos cuyo único crimen fue no estar de acuerdo con el gobierno”.

Mantilla resalta que ha sido fundamental el apoyo de Amnistía Internacional. “Me demostraron que los derechos humanos no solo deben ser un discurso o slogan, pues se trata de corazón, carne y hueso.  Ellos me acompañaron en todo este tiempo, nunca me sentí solo, cada campaña y actividad que se hacía me fortaleció dentro de un lugar donde no hay alegrías”.

“Junto a Amnistía Internacional me comprometo a demostrar que la denuncia y el activismo es muy importante para la defensa de los derechos humanos. Quiero extender mi invitación a todas las personas para que se unan a este movimiento que me demostró que la solidaridad cruza fronterasCuando estaba preso nacieron dos sobrinos. Ahora me doy cuenta de que no solo tengo dos integrantes nuevos en mi familia, pues salgo con más de 7 millones de integrantes que hoy son parte de mi vida y mi libertad”.

Este artículo se basa en el testimonio de Rosmit Mantilla dado en una entrevista a AIVEN.


Por Yaridbell Licón y Víctor Molina
Miembros del equipo de comunicaciones de Amnistía Internacional Venezuela (AIVEN).