Por: Mirla Pérez
El año 2017 significó para el venezolano constatar la evidente imposibilidad de coexistencia socio-política con un régimen que se plantea el aniquilamiento del otro para poder existir. En la memoria histórica de este pueblo está la dictadura, Gómez y Pérez Jiménez, pero también una larga experiencia democrática que encausa la vivencia por un camino que se ve sorprendido por el proyecto totalitario chavista.
El chavismo se hace del poder en la democracia, una vez que ésta se convierte en impedimento para su desarrollo, comienza a transitar un camino aniquilador de cualquier proyecto que lo adverse. La coexistencia con el otro es una imposibilidad del totalitarismo y el pueblo se da cuenta de ello, incluso antes que la propia dirección política.
El artículo que a continuación presento es una narrativa de ese camino vivido por el pueblo venezolano de reconocimiento de tal imposibilidad y que empalma con experiencias similares de otras latitudes como las que teoriza Arendt, haciendo una diferenciación entre dictadura y totalitarismo, que me parece importante tener en cuenta, especialmente en este momento de nuestra historia: “Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que el Gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranías; …porque la dominación total es la única forma de gobierno con la que no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las razones posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra totalitario” (1998, p. 18).
Las vivencias del hambre, de la enfermedad, del exilio y del cierre de caminos que le permitan sobrevivir llevan al venezolano a diferenciar dictadura de totalitarismo, se ha topado con el control social como mecanismo cotidiano, real y efectivo. Hasta ahora el pueblo tenía la experiencia de poder llevar una vida paralela a la que se le imponía sea en lo social, en lo económico o en lo político. El encuentro con el totalitarismo le cerró esa posibilidad de ser y de vivir.
Pero cierra también los caminos políticos conocidos en la democracia, uno de ellos el referéndum revocatorio, no hay argumentos legales que lo impidan, la pura arbitrariedad del régimen cierra ese camino que representó una ventana de esperanza. En este sentido los regímenes totalitarios suelen atentar contra ella porque constituye uno de los impulsos genuinos contra la tiranía.
La Asamblea Nacional fue anulada de facto mediante la sentencia número 155 del 28 de marzo del 2017 en la que se transfiere todo el poder al Ejecutivo Nacional dando potestad para legislar en toda materia al tiempo que le ordenó gobernar desde el Estado de Excepción y Emergencia Económica. Mientras el régimen buscaba radicalizarse eliminando cualquier estructura de poder que no pudiese controlar, los líderes demócratas emprendían un camino político que representó un punto de confluencia entre sus intereses y los intereses populares.
Se produjo la sintonía pueblo-liderazgo político, sin embargo las manifestaciones populares superaron las expectativas de la dirigencia, la marcha convocada para el 1 de septiembre de 2016 denominada la toma de Caracas sorprendió en magnitud y movilización nacional. Ese fue un día de desconcierto, el volumen de gente que tomó Caracas fue inesperado, el liderazgo político opositor se dejó sorprender, esta fue una demostración de la radical voluntad de cambio del pueblo.
Así comenzamos a ver que el restablecimiento de la democracia no fue sólo un slogan sino una lucha constante del ciudadano junto a los diputados jóvenes quienes se montaron en un estado de ánimo y en una articulación de diversas acciones de calle con la gente que ya venía movilizada. Tenemos así, los dos primeros sujetos: gobierno y oposición.
La protesta desde lo popular
Me detendré, ahora, en el tercer sujeto de esta historia: la persona común, la que vive en comunidades populares o en urbanizaciones, gente que se ha visto superada por la destrucción de un modelo político, económico y social, ya hemos visto sus convicciones y sus acciones, veamos sus móviles afectivos. Uno de los primeros sentimiento que aparece es la tristeza por el desarraigo: “Estoy muy triste porque no pensé que una familia como la mía solamente nos veamos por Skype”.
La separación física de la familia ha sido una de las consecuencias más duras de este régimen, pero el daño no se queda ahí; de la emigración pasamos a la falla del destino cultural de los hombres y las mujeres: “Dolor, porque tengo una hija que tiene cáncer y a veces no le conseguimos los medicamentos. Tengo siete nietos que, a veces, se han acostado sin comer y eso me da mucho dolor…”
Situados en nuestra realidad socio-cultural, el quiebre de la convivencia y el sentido de protección de la familia implican rupturas de fondo con consecuencias inmediatas como la desesperación y el miedo no sólo por llegar al hambre, sino por morir de hambre: “Que sea el día de mañana y qué le voy a dar a mis hijos de comer si no tengo”; “Siento demasiado miedo de morir de hambre…”. El régimen totalitario ha tocado las fibras fundamentales de la cultura, la primera reacción popular no ha sido de adaptación sino de resistencia. ¿Será el reconocimiento de estos puntos clave el impulso de una política antitotalitaria?
Situados en estas vivencias, las protestas calzaron, encajaron, tuvieron resonancia en la población porque la vida cotidiana, en sus prácticas diversas, está muy afectada. No representó un llamado político únicamente sino que se conectó lo político y lo social en un mismo acontecimiento.
La participación política de la ciudadanía en las elecciones parlamentarias de 2015 fue inusual, por la razones ya descritas, se colocó en ella una gran esperanza, todavía se percibía que había posibilidad de elegir y se eligió, se tomó por sorpresa a un régimen que no pensó que la derrota fuera de esa magnitud y se sorprendió a una oposición que se vio superada por un triunfo que lo esperó más modesto. Otra práctica en la que vemos cómo el pueblo sobrepasa las expectativas del liderazgo.
En sentido económico los que menos tienen comienzan a rozar la frontera del hambre y los de clase media el quiebre de su estilo de vida y hasta dificultades para solventar las necesidades básicas. Un grupo más vulnerable que otro, pero todos viviendo las consecuencias de un régimen que destruyó todo el aparato productivo y pretende con eso el control social.
El deterioro de la convivencia viene a ejercer un peso muy grande para los distintos grupos sociales y humanos del país. El exilio, el aislamiento geográfico, el cerco económico que impide la solidaridad propia de la cultura va colocando barreras a ese homo convivalis (Moreno, 1993), esto hace que el fundamento mismo de la cultura se vea amenazado. ¿Será que el aislamiento, la individualidad y la ruptura de la convivencia son las mejores estrategias para el control social? ¿Tendremos en la relación convivial y en la esperanza la base para contrarrestar el totalitarismo? En el año 2018 no tenemos más muertos por hambre gracias a la convivencia solidaria del venezolano, ¿seremos capaces de convertir la solidaridad en fuerza política?
“Yo me siento así como que en un callejón sin salida”
Los dos caminos metodológicos que utilicé en esta interpretación son el registro sistemático de la experiencia a partir de mis vivencias en una comunidad popular y un estudio de opinión política que realizamos varios investigadores el mes de agosto del año 2017, en el que buscamos y encontramos la percepción política del venezolano popular, sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas y también la base de su desaliento. De esta manera puedo acercarme al sentido de fondo, a ese que permite encontrar los puntos de quiebre pero también las bases de la esperanza.
El año 2016 representó un punto de esperanza como consecuencia del triunfo electoral de las parlamentarias, estos nuevos y legítimos actores políticos tenían una base moral y de aceptación popular fundamental para emprender una lucha basada en los principios democráticos. Ahora bien, el régimen venía mostrando, poco a poco, su naturaleza dictatorial, como he dicho, ya la democracia no es una opción política para ellos, buscan imponerse anulando las competencias de la Asamblea Nacional.
A continuación nos vamos a detener un poco en el modo como el pueblo va narrando ese hallazgo político que define al gobierno como una dictadura y que, desde nuestra interpretación, podemos decir que realmente lo define como dictadura totalitaria. En la percepción de la gente los caminos democráticos se van cerrando y María, una de la participante del estudio, lo dice de la siguiente manera: “…nos vendieron un referéndum revocatorio, hicimos todo lo posible, no se dio el referéndum revocatorio.” No hay razón que lo impida, la pura arbitrariedad del régimen.
Por otro lado, en la narrativa de Antonieta queda claro el carácter totalitario de la dictadura, ilustrado de un modo desgarrador se proyecta en la experiencia social y no sólo como apreciación de la persona que narra: “…nadie los quiere y están ahí. O sea, es como si yo tuviera un hombre que no lo quiero y está ahí ¿por qué tiene que estar ahí? Es como si me estuviera violando, así, como si me estuviera violando…, yo siento que la gente siente es eso. No te quiero ¿por qué estás ahí? Más o menos así…”
La violación como la imagen que define la dictadura es demasiado reveladora, ese sentido de sometimiento, de coacción carnal hacia una persona en contra de su voluntad dibuja crudamente todos los ámbitos de la vida. Es carnal el hambre, la enfermedad que no tiene posibilidad de ser curada por falta de medicamentos, la represión que hiere y mata, la tortura, “el miedo de morir de hambre…”, son todas acciones significadas en la violación sistemática de los derechos humanos. El sentimiento es de estar obligados a calarse un abusador que es despreciable, expresión sacada de la narrativa popular que muestra la naturaleza del régimen político venezolano y que empalma con la diferenciación que hace Arendt entre dictadura y totalitarismo.
La imagen de la violación nos ubica en esa naturaleza totalitaria y represora del régimen, se va en contra de las instituciones democráticas pero se va también contra la persona. La siguiente narrativa muestra una comunidad movilizada e informada de las últimas acciones de protesta, ante eso algunos familiares muestran inconformidad con la decisión de participar en la protesta, al tiempo que se revela la razón, nos lo dice Carmen de la siguiente manera: “mucho reproche, sobre todo los niños, me decían te van a matar, olvídate de… no sé qué, después nadie va a llegar a vivir con nosotros que estamos muy pequeños, qué va a ser de nuestras vidas si te pasa algo…” La gente tenía claridad de los riesgos que se iban asumiendo, se sabe frente a un monstruo que no logra desmovilizar.
La represión, la muerte, la amenaza del Estado está en el ambiente, los niños pueden advertirlo: “Mi nietecito de cinco años era el que me decía: ay, no te vayas que te van a dar tiros…” El Estado y los cuerpos policiales constituyen los sujetos de esta acción violenta, ni la comunidad ni los niños ven en estas madres razones para que sean reprimidas. La crueldad en la represión y la vivencia de la muerte por reclamar derechos, vienen a ser represiones abiertas del régimen.
El compromiso comunitario por participar en la exigencia de un referéndum revocatorio o que el “gobierno” respete las decisiones de la asamblea nacional, hizo que el movimiento tuviera un efecto acumulativo en crecimiento. “En mi comunidad, hubo mucho apoyo. En este caso siempre me pedían salir: ¿vas hacia la marcha? Me decían el día antes, avísame que yo salgo contigo.” La experiencia que se va produciendo es el acorralamiento pero no la resignación.
“Un poco confundido, pero con mucha esperanza”
En las comunidades se produce una decisión: salir del “gobierno”, los mecanismos constitucionales hasta ahora contemplados no funcionaron y eso hizo que la gente relacionara el régimen político con la figura de un violador. La reacción de los cuerpos de seguridad frente al manifestante es desproporcionada, se marcha pacíficamente y ellos disparan a quema ropa, se producen 146 muertes en tres meses de protesta y miles de detenidos por razones políticas.
El “gobierno” continúa el camino de la represión iniciada de forma brutal el año 2014, el paso por el aniquilamiento del otro se convierte en su mejor política de control. Se aniquila al manifestante pero también se aniquila al ciudadano común por falta de alimento o medicamento. Llegado a este punto podemos incorporar en nuestra interpretación el análisis que hace Arendt (1998, p. 368) en “Los orígenes del totalitarismo”, en el que denomina al gobierno como “los manipuladores del sistema”, veamos: “…los asesinos totalitarios son los más peligrosos de todos porque no se preocupan de que ellos mismos resulten quedar vivos o muertos, si incluso vivieron o nunca nacieron…Los nazis y los bolcheviques pueden estar seguros de que sus fábricas de aniquilamiento, que muestran la solución más rápida para el problema de la superpoblación, para el problema de las masas humanas económicamente superfluas y socialmente desarraigadas, constituyen tanto una atracción como una advertencia.”
Me quedo con varios elementos que nos ayudan a interpretar la naturaleza del mal de nuestro sistema político actual. Las protestas del año 2017 acelera lo que ya comenzaba a ser evidente: existencia de un aparato estatal que no puede mantener las formas democráticas y tiene que mostrar la cara represora porque de otro modo se pone en jaque su poder.
La muerte no es un problema para el totalitarismo, exhiben altas cifras, los soviéticos tienen en su haber más de 40 millones de muertos, los chinos 65 millones, Corea del Norte 2 millones de muertos, y así por el estilo. Nos declaran superfluos, desarraigados, prescindibles a la hora establecer y consolidar el sistema. Pueden matarnos de hambre, pueden propiciar el exilio, pueden llamarnos apátridas.
No se trata de ser ni optimista ni pesimista sino trazar una línea comprensiva que nos permita avanzar en el terreno de la libertad. Aquí la esperanza está basada en la experiencia de haber vivido en democracia, esto pesa mucho a la hora de pretender dominar: “Yo tengo la esperanza de que el país va a mejorar, que todo esto va a cambiar…”
Valorando siempre estos sentimientos muy presentes en la gente, José nos los plantea de la siguiente manera: “Yo tengo rabia y siento mucha rabia porque tenemos muchos años en esto y hemos dejado la suela de los zapatos en esas autopistas, hasta nuestras esperanzas, todo, todo, todo. Todo. Hemos perdido familia. En este momento yo me siento así como que en un callejón sin salida, de verdad. Porque, o sea, hemos hecho todo, nosotros hemos luchado… Yo siento mucha rabia, mucha rabia por el día que esta gente se montó en esa constituyente de mierda…”
Hay esperanza cuando el sentimiento que predomina en el pueblo es el de la rabia, la inconformidad, el impulso a procurar el cambio, la rebeldía, la añoranza por la convivencia basada en la solidaridad popular venezolana, mientras eso esté ahí podemos decir que el totalitarismo no nos ha vencido, seguimos en el camino de la esperanza.