Por Rafael Uzcátegui
Un proceso de movilización no solamente debe evaluarse por el logro de sus objetivos, sino también por el saldo organizativo y simbólico que genera, así como sus consecuencias imprevistas. Tras esta afirmación aclaramos que, no obstante, nos enfocaremos a continuación en los factores que impidieron que el ciclo de protestas desarrollado en Venezuela entre los meses de abril a julio de 2017 no alcanzara sus 4 grandes metas: Respeto a la Asamblea Nacional (y posteriormente a la Fiscalía); Apertura del Canal Humanitario; Liberación de los Presos Políticos y anuncio del cronograma electoral.
Las manifestaciones multitudinarias que se realizaron, mayoritariamente de manera pacífica –reconociendo que hubo situaciones de violencia pero que, para la magnitud estaban lejos de representar al movimiento- intentaban provocar una transición política por el colapso del gobierno. Que la persistencia de multitudes en protesta, actuando de manera no violenta y siendo víctimas de la cruel represión cuyas imágenes se divulgaban por todo el mundo, indujera la división de la coalición dominante. De esta manera, como expresaban los diputados jóvenes como Freddy Guevara, se esperaba que en algún momento figuras públicas del gobierno, así como miembros de las Fuerzas Armadas, expresaran su distanciamiento de las actuaciones de Nicolás Maduro, debilitando al oficialismo y provocando así la negociación de un sector para dar paso a otro gobierno. Aunque la experiencia regional había dado ejemplos de transiciones por colapso (Argentina, Ecuador, Bolivia por citar algunas), en el caso venezolano no funcionó, a nuestro juicio, por la complementaridad de las siguientes situaciones:
1) Imposición de una fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente: Ante la magnitud y extensión de las protestas, el gobierno decidió sacrificar su último elemento simbólico positivo: La Carta Magna de 1999 generando un escenario de institucionalidad paralela, el sentimiento de derrota de los manifestantes y, finalmente, el fin del ciclo de protestas.
2) Sobrestimación del impacto político de la consulta popular del 16 de julio: Los promotores consideraron que una participación masiva sería, por sí sola, suficiente para generar la ruptura de la coalición dominante. En vez de asumirlo como un hito que debía ser parte de una estrategia múltiple, los voceros políticos acudieron a un intento de conversaciones teniendo, como principal y única herramienta de negociación, la cifra de 7 millones. El gobierno apostó a que los anuncios de radicalización de las protestas, la anunciada “calle sin retorno” y el ejercicio del artículo 350, no se materializarían. Y acertó.
3) Fortaleza de la hegemonía comunicacional estatal: Si bien las protestas estimularon la aparición de nuevos medios y estrategias de difusión de información, el control gubernamental del espectro televisivo e impreso, y en buena medida del radioeléctrico, les permitió mantener aislada comunicacionalmente a las protestas del sector de la población que no participaba en ellas. El ciudadano común debía realizar un importante esfuerzo importante para mantenerse informado. No se desarrollaron plataformas que permitieran a los interesados tener una mirada panorámica del conjunto de manifestaciones, por lo que también era difícil conocer, en una región, acerca de las protestas que ocurrían en el resto del país. Finalmente, para matizar su responsabilidad, el gobierno fue eficaz en difundir la teoría de la “violencia de lado y lado”, que incluso fue amplificada por algunos sectores de la oposición y, especialmente, por el llamado “chavismo crítico”.
4) La coalición dominante logró mantener importantes niveles de cohesión: Las protestas catalizaron el distanciamiento de algunas figuras del oficialismo (Luisa Ortega Díaz y Gabriela Ramírez como las mas importantes), pero el conjunto de factores de poder oficial lograron mantenerse unidos frente al enemigo común que representaban las protestas. Las razones son diversas: Chantajes unitarios, implicación en delitos y hechos de corrupción, defensa de la ideología por encima de los principios y ausencia de un espacio político de actuación fuera del chavismo-madurismo, entre otros.
5) Cohesión de las Fuerzas Armadas: Manifestantes apelaron al denominado “sector institucional” de los sectores castrenses. Sin embargo el proceso de intervención y control generado a partir del golpe de Estado de abril de 2002 ha logrado, por las evidencias, la neutralización de ese sector y la cooptación de las instituciones militares por la ideología oficial. Aunque en su conjunto el sector castrense ha perdido popularidad, sobre todo por su vinculación a presuntos hechos delictivos, ha sido la Guardia Nacional Bolivariana a quien se le identifica como responsable de la represión, sin perjudicar al conjunto de las Fuerzas Armadas.
6) Falta de unidad en “La Unidad”: Fue público y notorio que frente a las manifestaciones habían diferencias de criterio en los diferentes partidos políticos. Por esta razón no se desarrolló una estrategia conjunta y consensuada de la MUD para fortalecer las manifestaciones. Incluso, un sector de los partidos políticos apostó a su agotamiento para recuperar protagonismo en la negociación política. Asimismo, el número de diputados que acompañó activamente las movilizaciones era minoritario respecto al total de los legisladores.
7) Escaso protagonismo de los gremios: Las manifestaciones eran protagonizadas por la indignación de una multitud, resultante de la suma de las individualidades que acudían a ellas y desarrollaban iniciativas de resistencia. Las organizaciones sociales, no obstante, no acudieron a las protestas como gremios organizados, en parte, por que su estructura burocrática de funcionamiento impedía responder con la agilidad y flexibilidad que demandaban los acontecimientos.
8) Relativa incidencia del “chavismo disidente”: La lógica discursiva de la “guerra económica”, en donde la inmolación sería una prueba de la “fe revolucionaria” ha generado que a pesar de los cuestionamientos al liderazgo de Nicolás Maduro, los diferentes sectores del chavismo hayan decidido cerrar filas en la defensa del gobierno. Quienes se califican como “chavismo crítico” son pocos numericamente, su impacto -hasta ahora- sigue siendo fundamentalmente simbólico pero siguen razonando según las propias lógicas argumentales del chavismo. Por ello no apoyaron ni a la Asamblea Nacional ni a las manifestaciones, según, “porque beneficiaban a la MUD”, emitiendo mensajes que por su naturaleza eran incapaces de incidir en los acontecimientos.
9) Débil solidaridad regional: A pesar que las protestas lograron sensibilizar a buena parte de la comunidad internacional y regional, reflejando la naturaleza autoritaria del gobierno, continúa siendo débil la solidaridad de los movimientos sociales y populares del continente por la lucha democrática en Venezuela. Las expectativas generadas por el discurso inclusivo-populista del chavismo siguen generando amplias fidelidades, que con el deterioro de la situación han pasado de la solidaridad militante al silencio, con tímidas expresiones de reprobación.
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