Héctor Ignacio Escandell Marcano | La Caracas de enero amaneció tapizada con carteles propagandísticos que decían “Yo soy presidente”. Yo iba manejando. Poste tras poste se repetía el mensaje. Pendones y más pendones. ¿Será conmigo?, pensé. ¿Y cuándo fui yo candidato?, al parecer sí, pero no lo recuerdo. Después de varios -cientos- de metros, me dije: si yo fuera presidente. ¿Que haría?
Lo más seguro es que no hubiese mandado a imprimir miles de afiches para que la gente supiera que sí, que yo me creo presidente. Tampoco hubiese malgastado tiempo y esfuerzo en eso. No le hubiese hecho perder el tiempo a nadie en un arranque de narcisismo. Pero no, no soy presidente.
La Caracas repleta de huecos, basura y miseria se hunde cada día más en la indolencia. En la corrupción absoluta. Si yo fuera presidente -como dicen los afiches-, seguramente hubiese invertido la plata de la propaganda en algo que produjera otro algo que le devolviera la dignidad a la gente que más sufre, pero no, no soy presidente.
En los postes de las avenidas no hay bombillos que alumbren. No hay asfalto decente en las autopistas, no hay agua potable en los barrios ni alimentos balanceados en las mesas de la mayoría. Pero, en esta Venezuela sí hay pendones que dicen: yo soy presidente. Pero no lo soy, y tú, tampoco.
Si yo fuera presidente, no es más que un simple pensamiento en voz alta, una línea más en un párrafo de aspiraciones básicas. Si otros fuéramos presidentes, lo más probable es que 23 mil venezolanos no hubiesen sido asesinados en 2018, estoy casi seguro que los niños del J.M de los Ríos no se murieran de mengua. Las maestras no estarían desnutridas y la juventud no estuviese huyendo en estampida. Pero no, no soy presidente. No somos presidentes de nada.
Hoy no tenemos un presidente o una presidenta que mire más allá de sus narices, de las narices de los que roban y ponen a los pueblos a mendigar. A sufrir por lo más básico. Hoy no no soy presidente, tú, tampoco.
Varias avenidas y calles después, los pendones siguen colgando. Son incontables, así como las oportunidades que este -nuestro país- ha perdido en los últimos años, por la irracionalidad de unos pocos. Por la ambición y los complejos de otros. La propaganda gobierna. El juego de las masas es realmente efectivo. Hoy nos dicen que somos presidentes. Mañana nos dirán que la pobreza disminuye y será así. Después nos dirán que no tenemos hambre, que no estamos enfermos. Nos dirán cualquier cosa y lo pondrán en un pendón.
El control más terrible al que nos intentan someter es el de la mente. Aunque tengamos la certeza de que el gato tiene cuatro patas, el poder dirá que son cinco y querrá que así lo creamos. Hoy nos dicen que somos presidentes, pero no. No lo somos. No hay presidente. Hay un alguien que cree ser presidente y así lo hace saber con pendones.