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Profesor en la escuela de letras de la Universidad Central de Venezuela
Rafael Venegas

Profesor universitario. Dirigente político. Secretario General de Vanguardia Popular.

Rafael Venegas | Cada día, puntualmente, desde el puesto de comando del Estado Mayor Anti-COVID 19 –¡Ah, cómo les gusta solazarse en el lenguaje y la simbología militares!–, comparece el Ministro de Propaganda del régimen para leer el parte de guerra, para explicar la situación y las medidas adoptadas, para hacer comparaciones con otras tragedias porque se trata de una pandemia mundial. Al frente no tiene periodistas de carne y huesos periodísticos en condiciones de formular preguntas. En tiempos de Quédate en casa y hegemonía comunicacional no es recomendable violar el “distanciamiento social” (¡Que alguien, por favor, me explique la frase! Creo que se refieren a la distancia prudencial entre personas para atenuar el riesgo de contagio. Pero ellos saben bien lo que dicen, no dan puntada sin dedal). Solo las cámaras de los medios oficiales y un largo discurso sin interlocutores.

Ataviado en su bata de médico –a falta de uniforme verde oliva y charreteras–, su sonrisita sardónica, su cerebro frío y maquinal, calculador y cuidadoso de cada frase que pronuncia, con inevitables aires de superioridad correspondientes a la arrogancia y la prepotencia con las que por años han ejercido el poder, el competente ministro no solo informa la versión oficial y única de lo que ocurre, sino también, y por sobre todas las cosas, dicta cátedra. Enseña al mundo, a sus críticos y opositores cómo se deben hacer las cosas, cómo se deben armonizar las medidas preventivas con las medidas curativas y la asistencia económico-social a la población sometida a cuarentena y confinamiento que, además, se permite calificar de voluntario. Acompañado siempre con cuadros estadísticos y tablas comparativas, exhibe una infalibilidad y eficiencia dignas de su caro propósito de perpetuarse en el control del Estado y de la sociedad.

Todo está absolutamente bajo control. No hay caso de contagio que no se conozca y sobre el cual no se actúe, no hay actuación que no sea la adecuada a cada caso, no hay detalle que se escape. La cuarentena y el confinamiento han sido oportunos y eficaces, el complejo sistema de despistaje y detección del virus ha funcionado con precisión de bisturí de diamante, lo cual incluye una encuesta que amplía la cobertura de la sistemática y milimétrica auscultación temprana y que alcanza, óigalo bien, preste atención, nada más y nada menos que a 18 de los 30 millones de mortales que habitamos esta tierra de gracia; o sea, el 60% de la población. Los hospitales, por su parte, así como la red de atención primaria de salud, están debidamente equipados y preparados para atender todos los casos que se presenten. El personal médico y de enfermería cuenta con el instrumental, equipos, insumos y medicamentos requeridos para actuar con éxito; además, se les está pagando el sueldo justo que se merecen, se les está suministrando la gasolina necesaria para su movilidad y el transporte requerido en los casos, en realidad los más, en que no disponen de medios propios para ir y venir a los hospitales centinelas ¡Otra vez la cultura militar!

Mientras dure la suspensión de actividades laborales y educativas se han dispuesto todas las medidas necesarias: los trabajadores de la administración pública seguirán cobrando sus sueldos, las nóminas de la pequeña y mediana industria serán cubiertas con el dinero del Estado y el resto de la masa laboral recibirá un bono de Bs200.000, sí señor, escuchó usted bien, dije Bs 200.000, a través de un sistema diseñado para su debido registro o afiliación, el cual le ofrece, adicionalmente, como un plus a tanta eficacia y generosidad, la posibilidad de afiliarse al partido de gobierno ¡¿Y cómo no?! Sin embargo, como el precio de la canasta básica de bienes y servicios ya traspasó la barrera de los Bs 20 millones mensuales, para asegurar la alimentación de las familias se cuenta con las cajas CLAP, cuya cantidad y calidad son ya harto conocidas por todos y cuya distribución llega hasta el último de los hogares en el último rincón de nuestra patria. Ahora ya puede entender lo del bono: usted no necesita dinero para la comida porque para eso existen estas cajas, tampoco lo requiere para los pasajes porque está confinado en su casa, menos aún para comprar gasolina porque ni usted tiene carro ni hay gasolina en el mercado. Es para las misceláneas, para las chucherías de los muchachos, pues. Todo ha sido previsto.

El broche de oro con que cierra esta fábula es la manera como se ha previsto culminar el año de escolar en la educación básica y media: a través de internet, si funciona; apoyado en su teléfono inteligente, si lo tiene; en su computadora, si no se va la luz; en la canaimita (¿la recuerdan?) con que han sido dotados todos los estudiantes del País. Navegando, pues, viento en popa sobre un sistema de conectividad cuya calidad y alcances son harto conocidos. Clases virtuales y a distancia, perfectamente sincronizadas entre educadores y educandos (¿tendré también que decir educandas para no pecar por discriminación de género?) para salvar el año escolar porque no está previsto convocar a clases presenciales en el tiempo que resta del mismo. Como reconocimiento y estímulo a nuestros abnegados guías, tan bien pagados como los del sector salud, tal como lo podrá confirmar enseguida, se les ha otorgado un bono especial con motivo de la Semana Santa por el astronómico monto de Bs 4.750; para ellos, para sus familias y, claro, pueden quedarse con el vuelto.

Así las cosas ¿Para qué perder tiempo promoviendo un gran acuerdo nacional a fin de enfrentar la pandemia si con el ministro de la bata blanca y el de la educación basta? ¿Para qué convocar los mejores talentos para hacer causa común contra este flagelo si los mejores talentos son precisamente ellos? ¿Para qué convocar a los gremios de la salud o de la educación? ¿Para qué llamar a las universidades, academias de ciencias y demás instituciones si con la Bolivariana es suficiente? Nosotros mismos somos, pa’ qué más.

¡Asombroso! ¡Maravilloso! ¡Milagroso! Sobre todo milagroso, porque hasta hace apenas un mes yo era capaz de sostener con absoluta convicción que si alguna individualidad o colectivo se planteara, de modo ex profeso, gobernar un país con afán destructivo no podría alcanzar la hazaña lograda por el chavismo en veinte años, con especial énfasis en los últimos ocho. La verdad es que sus logros son incuantificables, como incuantificables son sus nefastas y dolorosas consecuencias. No han dejado hueso sano. Por donde quiera que usted meta el ojo el resultado el mismo: ruinas. Haga, por ejemplo, este ejercicio: anote en papelitos separados el nombre de los servicios públicos que le vienen a la mente, dóblelos y métalos en una bolsa. Pídale, entonces, a una mano inocente, si la suya no lo fuera, que lo es, que saque uno cualquiera de los papelitos. ¿Salud? ¿Educación? ¿Electricidad? ¿Agua? ¿Transporte? ¿Gas doméstico? ¿Comunicaciones? Cualquiera, el que usted elija, todos han sido arruinados indolentemente.

Repitamos el ejercicio ahora con la economía: ¿la industria petrolera y sus derivados? PDVSA, las refinerías, la petroquímica; todas son casi un gran depósito de chatarras abandonado. ¿Las industrias básicas y estratégicas? ¿Sidor, por ejemplo? ¿Venalum, Ferrominera, Bauxiven? ¿La producción agroalimentaria? ¿El parque industrial y manufacturero? Tenemos la más alta inflación y la depresión económica más profunda del planeta, el País endeudado en más de $160.000 millones y en situación de impagos, un déficit fiscal de más de 20 puntos del PIB, o sea, un Estado quebrado y con sus reservas internacionales agotadas; nuestra moneda nacional destruida y una economía que fija los precios en dólares pero paga los salarios en bolívares absolutamente devaluados. De esta manera, pulverizaron el salario de los trabajadores, sus prestaciones sociales y la contratación colectiva; precarizaron el trabajo, lanzaron a la informalidad y al desempleo a más de nueve millones de trabajadores y han sometido al hambre, la miseria y el empobrecimiento al 90% de los hogares venezolanos.

Sus proezas en el campo político no son menos asombrosas: el principio fundamental que sostiene que la soberanía reside en el pueblo ha sido desconocido y, en consecuencia, el derecho a elegir de forma libre y transparente destruido; hicieron añicos las instituciones del Poder Público hasta convertirlas en un teatro de marionetas manejadas desde Miraflores; criminalizaron y judicializaron el legítimo derecho a la protesta, a la crítica y la disidencia; conculcaron el derecho a la sindicalización y a la huelga y lo sustituyeron por un sindicalismo gobiernero y patronal que funge de esquirol; violan de forma sistemática y sostenida los derechos humanos y para usted de contar.

Algunos atribuyen semejante hazaña a la ineptitud, la ineficacia, la indolencia y la corrupción. En favor de su postura alegan que hasta las buenas ideas, como la medicina integral comunitaria y los módulos de Barrio Adentro –cuya paternidad u originalidad, por cierto, no les corresponde– han corrido la misma suerte que el sistema de salud en su conjunto o el resto de los servicios públicos. Otros sostienen que se trata de un plan, cuyo propósito de reforzar la dependencia de la gente respecto de las dádivas que se reparten desde el Poder y edificar un extenso y complejo sistema de control social orientado al sometimiento y la opresión. En defensa de su punto de vista reseñan la construcción de un poderoso aparato policial y militar férreamente controlado y altamente eficaz en su tarea, o la edificación de una maquinaria propagandística no menos monumental, afinada y dirigida como una orquesta sinfónica. Yo pienso que ambos tienen razón. Los voceros del régimen, ya sabemos: primero fue la “Cuarta”, después el paro petrolero, luego los infiltrados, más tarde el saboteo de la derecha, Obama y ahora las sanciones de Trump.

Hago inventario de todos estos asuntos ejerciendo mi derecho a pensar mal y en voz alta, desde mi confinamiento, mientras veo en el televisor al ministro de propaganda del régimen, con su bata blanca, su sonrisa sardónica y sus aires de triunfador dictar cátedra bañado con la humildad ya reseñada, y en mis oídos resuena el eco de las protestas que crecen por la falta de agua, porque no llegan las cajas CLAP y las que llegan han mermado en cantidad y calidad de sus productos, o por la grave escasez de gasolina y la especulación desatada en torno a su distribución. Entonces me pregunto, como por no dejar: ¿Será verdad tanto embuste?

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